Editoriales independientes como laboratorios de libros
Editoriales independientes como laboratorios de libros

Editoriales independientes como laboratorios de libros

Cuatro pequeñas casas editoras de distintos puntos del país comparten sus catálogos diversos, sus proyectos sustentables y la forma que cada una encontró para hacer frente al contexto de pandemia actual.
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Una alianza con los lectores. Con esa premisa las editoriales independientes, autogestivas y locales sobrellevaron la crisis que vive el sector cultural en la emergencia sanitaria de 2020.

Según el informe Impacto del COVID-19 en las Industrias Culturales que realizó el Sinca (Sistema de Información Cultural en la Argentina), en el sector editorial se observó en los dos primeros trimestres de 2020 una baja del 8% en el VAB (valor agregado bruto) con respecto al año anterior. Esta cifra igual está lejos del 27% de caída global que sufrieron todas las industrias culturales, especialmente aquellas vinculadas a actividades presenciales como la música, el cine y el teatro.


Superfreak, de Jualiana Rodríguez, editado por Caballo Negro de Córdoba.

Incluso, si se toman en cuenta inversiones como las que realizó el Ministerio de Educación de la Nación en cuadernillos didácticos, el Plan Nacional de Lecturas o programas como Libro % de la Conabip, la cifra puede pasar de negativa a positiva. Los costos del papel y de logística, dos demandas históricas de este sector, son otro freno en este contexto.

Nuevas formas de consumo, organización, asociación y herramientas surgieron así en el intempestivo 2020 para las editoriales pequeñas y artesanales, aquellas que en realidad están desde siempre acostumbradas a trabajar en red y cuya obsesión –junto con sus socias, las librerías independientes- es llevar la diversidad cultural al mundo de los libros.

“Durante la cuarentena de 2020, al contrario de la intuición, pudimos editar y publicar más libros que los años anteriores”, afirman Juan Giusepponi y Nancy Toselli de Editorial Deacá (Villa Mercedes, San Luis). “Si bien nuestros principales canales de distribución fueron por mucho tiempo las presentaciones y ferias (presenciales), en 2019 abrimos nuestra tienda online y comenzamos a formar parte de distintas redes autogestivas y librerías virtuales”, destacan.


Aimé Painé, de Cristina Rafanelli, por Espacio Hudson de Chubut.

Desde Chubut, Cristian Aliaga dirige Espacio Hudson, que integra el colectivo de editoriales y librerías La Coop. “El período de la pandemia o sindemia fue para nosotros agridulce. Por un lado, somos parte de La Coop, que llegó participar en más de 70 ferias de la Argentina en algunos años. La suspensión, la inmovilidad de eso tuvo un costo enorme en muchos aspectos. También generó que de alguna manera apostáramos más a la venta online en donde se verificó que esa inmensa circulación de pdfs y libros no hizo que las y los lectores dejarán de leer libros en papel. Creo que la experiencia del libro físico es insustituible”.

Alejo Carbonell, de Caballo Negro Editora (Córdoba), comparte la idea del esfuerzo colaborativo: “Como casi todas las editoriales, nos achicamos un poco en las tiradas y en los planes, pero finalmente pudimos publicar muy buenos libros en el transcurso del año. Hubo una alianza muy fuerte entre las pequeñas editoriales, las librerías y los lectores, mucha complicidad para salir adelante”.

Kunturi, es un poemario bilingüe quechua-castellano, de Sandro Rodríguez, editado por Deacá.

Este resulta un panorama esperanzador para quienes ocupan un rol central en garantizar la “bibliodiversidad” en nuestro país, si se la entiende no solo como la pluralidad de temas y géneros sino también como la divulgación federal de autores.

“Para que exista bibliodiversidad pensamos imprescindible la existencia y vitalidad de editoriales ‘independientes’ en el interior. Sin nuestras voces locales, con sus lenguajes y expresiones diversas, se impone el interés comercial y la colonización cultural de los grandes centros urbanos”, señalan los puntanos de Deacá, apoyados en un intenso catálogo de poesía de autores locales.

Es que se sabe que la mayoría de las editoriales, grandes y pequeñas, están concentradas en la Ciudad de Buenos Aires. En la web del Sinca se puede navegar por el mapa geolocalizado de todas las editoriales del país, con fecha de 2019, donde se ve claramente esa disposición.

“Si bien las editoriales independientes son muchísimas, representan una porción muy pequeña de los libros que se producen y venden en nuestro país. Así y todo, esas pequeñas editoriales son las que –antes de que se ponga de moda el término bibliodiversidad– experimentan, arriesgan, tienen propuestas y finalmente brindan un volumen muy preciado de ideas que luego terminarán nutriendo a todo el campo editorial”, concluye Carbonell.

Para Aliaga, “hay políticas de Estado que son extraordinarias como es el Plan Lecturas en el que nosotros estamos participando junto a muchas otras editoriales pequeñas con distintos sesgos y objetivos. Creo que allí hay apuesta por la diversidad y la bibliodiversidad, en particular, que alientan este tipo de editoriales porque los grandes grupos generalmente van sobre seguro y sus catálogos tienen esa impronta”.


Sellos y estampas en el taller de la editorial artesanal Barba de Abejas.

A continuación, un repaso por los exquisitos catálogos de cuatro editoriales autogestivas, con eje en la singularidad y lo local.

Caballo Negro – Córdoba Capital

Alejo Carbonell venía de una experiencia anterior, más pequeña (“casi casera”, dice), llamada Editorial La creciente cuando se reunión con Abel Anuzis y Luciano Bonus, para darle forma a una editorial que tuviera un poco más de desarrollo, con presencia en librerías, en otras ciudades. Así surgió Caballo Negro, en abril de 2009.


Foto: Carolina Ellenberger

Desde entonces llevan publicados cerca de 60 títulos que conforman un catálogo “ecléctico, pero no un amontonamiento”, revela. “Hay cuatro o cinco cosas que hacen que un libro nos interese, de muy distinta índole. Creo que la propuesta se termina de entender al leer los libros. Se entiende un poco mejor por qué tenemos, por ejemplo, en la misma colección a Paco Jamandreu, Alfredo Zitarrosa y Jorge Baron Biza”.

Esas colecciones son Poesía, Narrativa, Vida acuática, De la buena memoria y la aclamada En obra, con grandes volúmenes de autores muy reconocidos como Daniel Moyano, Elvio Gandolfo, Glauce Baldovin o Emma Barrandéguy. “Por la presencia en sí de esos libracos y por lo que generó en los libreros y lectores, cambió un poco la percepción y atención sobre la editorial y se nos hizo un poco más fácil todo”, admite.

Barba de Abejas - City Bell, Buenos Aires

Con el libro-objeto como horizonte, el escritor, traductor y editor artesanal Eric Schierloh empezó este proyecto editorial en 2010. En su casa imprime los libros con la ayuda de una impresora monocromática y los encuaderna a mano, en tiradas numeradas y continuas de 25 y 50 ejemplares.

Schierloh tiene una respuesta “fundamentalista” sobre el origen de la editorial: “Surgió a partir del encuentro de ciertas inquietudes materiales alrededor de la escritura con la consigna del escritor mexicano Ulises Carrión: ‘En el arte nuevo el escritor hace libros’. La literatura me convocaba (me convoca) cada vez menos, y ahí la edición artesanal aparece entonces como un enorme territorio de posibilidades”.

Así, Barba de abejas –llamada así por el paciente trabajo de las abejas- centra su catálogo en la traducción, tanto de obras inéditas de autores más o menos clásicos como de completos desconocidos. “Hay una idea de acercar un descubrimiento, de alguna forma; el libro objeto; las artes y oficios del libro, y ciertas escrituras contemporáneas”, explica.

En su catálogo se destaca la edición homenaje de El arte nuevo de hacer libros, de Ulises Carrión, Diario de Walden. Notas en la laguna, de Henry David Thoreau (es el diario que escribió durante los 2 años, 2 meses y 2 días que vivió en la cabaña) y Caminar de bisonte, descansar de montaña. Los paisajes interiores del comedor de zapatos, del grandilocuente cineasta Werner Herzog.

“En la edición independiente un editor o una editora es ‘artesanal’ en un sentido metafórico respecto de la manufactura –responde sobre su oficio Eric–, básicamente, coordina un proceso industrial. El editor artesanal, en cambio, lo es en un sentido rotundamente literal: él o ella hace sus libros. La edición artesanal puede entenderse entonces como la publicación de los textos con los cuerpos”, arriesga.

Deacá - Villa Mercedes, San Luis

En 2013, Nancy Toselli, Vanesa Cuello y Patricio Torne, tres poetas y amigos villamercedinos, deciden autoeditar un libro inédito de Patricio (Materialismo dialéctico), después de varios intentos fallidos de encontrar una editorial que lo publicara. Sin tener experiencia ni conocimientos del proceso editorial, se lanzan a la aventura con aquel primer libro y hoy cuentan con más de treinta títulos en su haber.

Su colección principal es exclusivamente de poesía argentina contemporánea. “Si bien comenzamos publicando autores villamercedinos, expandimos rápidamente la geografía de los títulos a diferentes regiones y provincias de todo el país. Nuestra intención ha sido publicar autores inéditos y reconocidos junto a autores emergentes e inéditos”, explican Juan y Nancy. Entre los publicados se encuentran tres títulos de Franco Rivero (incluyendo, Disminuya velocidad), la ópera prima de autores como Maite Esquerré, Leandro Soto y Matías Aldaz y el poemario bilingüe quechua-castellano de Sandro Rodríguez, Kunturi.

En su colección Cherógape (en casa, en guaraní) está dedicada a autores que abordan el tópico de la casa/hogar como Diarios del Delta, de Alicia Genovese, Charlas con Cuchúa, de Alejandra Méndez Bujonok y Para que la ternura, de Fabián Yausaz. Letra, otra de sus series, transforma letras de canciones en poesía. Se trata de un ejercicio estilístico que nació hace poco con el poemario/cancionero Concierto de papel, de Josué Avalos.


Espacio Hudson - Lago Puelo, Comodoro Rivadavia y Rada Tilly, Chubut

Esta editorial con sede en tres localidades chubutense nació ligada a distintos proyectos artísticos colectivos y pone atención en obras provenientes de movimientos culturales y políticos críticos. “Esa suma de movidas, proyectos creativos, el mundo de los pueblos originarios nos llevaron a pensar en la creación de una editorial que nació naturalmente en la Patagonia. El nombre de la editorial homenajea a Guillermo Hudson que de alguna manera sintetiza el espíritu que nos atrae: de alguien que con una perspectiva anglosajona se hizo un pampeano más”, explica Guillermo Aliaga.


Cristian Aliaga. Fuente Espacio Hudson.

“Una editorial de provincia pero sin una mirada provinciana”, es el leit motiv que rige el catálogo de Hudson. En él se pone en plano igualitario libros que van desde Juan Gelman, Diana Bellezi y Arturo Carrera hasta autores novísimos que escriben en distintos lugares del sur de la Argentina y también en otras periferias mundiales.

Así, la lucha del feminismo está presente en la oferta editorial, con un libro como Cuerpxs en fuga. Las praxis de la insumisión, de Sasa Testa. También se destaca la Colección Mamihlapinatapai (que en mapudungun se puede traducir como "una mirada entre dos personas que esperan que la otra comience una acción que ambos desean pero que ninguna se atreve iniciar"), que presenta Reuëmn, una antología de poesía de mujeres mapuche, selk’nam y yamana o la Antología de Nueva Poesía Saharaui, con poemas de autores provenientes de la última colonia española en Africa, siempre en la  búsqueda de otras miradas que pasan desapercibidas por el centro de la escena editorial.

 

 

Foto de portada: Barba de Abejas.
Fotos extraídas de barba-de-abejas.tumblr.com, caballonegroeditora.com.ar, espaciohudson.com y www.editorialdeaca.com.ar.