Marina Tsvietáieva, la mujer que vivió en verso
Marina Tsvietáieva, la mujer que vivió en verso

Marina Tsvietáieva, la mujer que vivió en verso

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Considerada una de las figuras más relevantes de la literatura rusa del siglo XX, este 8 de octubre se cumplen 128 años de su nacimiento. En esta nota, conversamos con la mexicana Selma Ancira, crítica y traductora que trajo al español casi toda la obra de la poeta moscovita, y quien nos cuenta más sobre su valor literario y trágica historia de vida.
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Muchas veces, cuando se piensa o habla sobre literatura rusa, suelen aparecer solo los grandes nombres masculinos de la Edad de Oro decimonónica: Pushkin, Gógol, Turgueniev, Dostoievski, Tolstói. Sin embargo, también existió otro periodo durante el siglo XX (etiquetado por los teóricos como Edad de Plata) que, en el género poético, dominaron las mujeres. Entre ellas, Anna Ajmatova, Zinaída Gippius y de quien, este 8 de octubre, se cumplen 128 años de su nacimiento: Marina Tsvietáieva.  

   

Nacida en la capital rusa de Moscú, el 8 de octubre de 1892, hija de un profesor y fundador del Museo de Bellas Artes de esa ciudad y una pianista, desde muy joven tuvo una relación íntima con la literatura. En Mi Pushkin, un libro tal vez inclasificable que publicó en 1937, Tsvietáieva narró su primer acercamiento con el autor ruso —pionero de la literatura moderna en esa parte de la región— y, a partir de ahí, con las letras en general. A los siete años, Marina leyó uno de sus textos. Seguramente no lo comprendió; pero, como dice ella en aquel libro, tampoco lo olvidó. Pushkin se tornó una influencia durante toda su vida y, más tarde, llegaron otros. 

Tuvo una infancia internacional, ya que viajó y vivió en distintas partes de Europa, como Italia, Suiza, Alemania y Francia. Además de ruso, hablaba alemán y francés: tres idiomas con los que expresó sus primeros versos. Estudió en Moscú y en la Sorbona, la prestigiosa universidad francesa; y ya desde sus 18 años, comenzó a editar y difundir sus poemas. Así llegaron sus primeros libros líricos: Álbum de la tarde (1910); Linterna mágica (1912); De dos libros (1913); Psique (1923); Después de Rusia (1922-1925), entre muchos otros. También escribió teatro y prosa, como Valet de corazones (1918); Ángel de piedra (1918); Madre y música (1934) Diarios de la Revolución de 1917 (1919).

En cada uno de ellos, Marina demostró un tipo de escritura y un estilo en el que la musicalidad y la forma están por encima del contenido; aun cuando ese contenido no carece de profundidad ni peso. Y cada uno de los versos, por ejemplo, se expresan con una clara invitación para el lector: una invitación a explorar, degustar y descubrir por sí mismos el camino que la poeta ha atravesado, sufrido o amado. Son los lectores quienes formarán parte para que ese universo lírico esté completo.   

Durante aquel inicio de su carrera literaria, que con el tiempo ganó prestigio y reputación, también comenzó a formar una familia con Sergei Efrom: un muchacho de familia acomodada con quien contrajo matrimonio y tuvo tres hijos: Ariadna, Irina y Gueorgui. Hasta ese momento, Marina parecía vivir el cuento de una princesa zarista; pero el estallido de la Revolución de Octubre y el reclutamiento de su marido entre los grupos contrarrevolucionarios hicieron que su historia cambiara por completo

“Vivo únicamente en mis cuadernos – en mis deudas… Estoy completamente sola, en la vida y en el trabajo… Completamente sola – con mi voz”, escribió Marina una vez. La tensión política, los cambios sociales y las persecuciones a quienes nos estaban alineados a la nueva forma de gobierno hizo tambalear todo cuanto se conocía de la tierra rusa. 

“Ella pierde todas sus posesiones y fuentes de ingreso (y su nana, su cochero, sus joyas, sus pieles). Sigue escribiendo y no se parcializa por ningún bando. El hambre se enseñorea sobre el país entero. Tiene que acudir al comedor público gratuito para obtener una sopa que es agua con unos trozos de pan y unas manchas de grasa. A las dos hijas las recluye en un orfanato”, explicó hace unos años el historiador y autor español, Antonio Sánchez García. Y agregó en su relato: “Durante el invierno no hay agua en el hospicio, no hay ropa de abrigo, no hay médico ni medicamentos, mucha suciedad, comen agua con hojas de col y una cucharada de lentejas, sin pan. Las dos niñas, con sus cabecitas rapadas y sus batas raídas y mugrientas, se enferman, y a los pocos meses muere Irina”.

Y las cosas fueron de mal en peor: si bien Marina seguía escribiendo y refugiándose cada vez más en sus versos —incluso tomó la traducción para subsistir—, su marido escapó entre Praga y Berlín. Durante cinco años no volvieron a verse, hasta su reencuentro en la capital alemana. Luego, pasan una temporada en Francia, pero allí tampoco les va muy bien. Se dice que su marido empezó a tener un acercamiento con el ejército rojo y a trabajar para la policía secreta rusa. Los franceses lo acusaron de asesinar a un agente ruso y fue el momento cuando retornó a Moscú. Esta vez, con su hija Ariadna. Marina se resistió; pero, finalmente, regresó a Rusia en 1939 con su otro hijo. Allí, recibió la noticia de que su marido había sido detenido por espionaje, torturado y fusilado; y su hija, enviada a un campo de concentración.

Marina se encontraba en la localidad de Yelábuga, donde escribió uno de sus últimos textos a su hijo Gueorgui: “Perdóname, pero en adelante habría sido todavía peor. Estoy gravemente enferma, esto ya no soy yo. Te amo enloquecidamente. Entiende que no podía seguir viviendo. A papá y a Alia [apodo de Ariadna] diles –si los ves– que los amé hasta el último minuto y explícales que caí en un callejón sin salida”. Marina Tsvietáieva, entre la desesperación y la tristeza, se quitó la vida el 31 de agosto de 1941.

 

Marina Tsvietáieva, por Selma Ancira

La mexicana Selma Ancira —autora, crítica, traductora de ruso y egresada de la carrera de Filología de la Universidad Estatal de Moscú— es una experta en la literatura de Tsvietáieva y quien trajo al español la mayor parte de su obra. En esta entrevista, nos cuenta más sobre el valor literario y la trágica vida de la poeta rusa, considerada hoy una de las más importantes del siglo XX.   

La crítica y traductora, Selma Ancira. Foto: Sebastián Machado Batanero.

-¿Cuál es la importancia de la obra de Marina Tsvietáieva en la historia de la literatura rusa?

-Todos los grandes escritores han sido importantes a su manera y han dejado su impronta no solo en la literatura de su país, sino en la literatura universal. En el caso de Marina, es fundamental la relación que establece con el lector, al que exige un trabajo arduo y constante. Le pide una colaboración activa. No se lo da todo mascado, lo lleva a la mina y le dice: “Aquí hay un material precioso, extráelo. Yo ya me he dejado la piel, ahora te toca a ti”. Y solo el lector que está dispuesto a realizar una colaboración así con la poeta es recompensado íntegramente: escucha el sentido más profundo del texto, su música, sus armónicos, y encuentra aquello que hará de él una persona distinta. En “Mi madre y la música”, uno de los relatos más hermosos de la literatura universal, Tsvietáieva escribe algo que quizá podría ser la clave para entender su obra. Dice: “Al niño no hay que explicarle nada, al niño hay que – hechizarlo. Y mientras más enigmáticas sean las palabras del hechizo – más profundamente arraigarán en él, más indiscutiblemente actuarán: “Padre nuestro que estás en los cielos…”. 

-Es el propio lector el que va en busca de todo eso.

-Exacto. El lector, hechizado, va a la mina y trabaja. Pica piedra. Busca hasta descubrir el material precioso que está escondido en cada verso “oscuro”, que se halla oculto en el interior de algunos párrafos a primera vista intrincados, difíciles, poco accesibles. Y la gratificación que recibe no puede ser mayor. Pero si Tsvietáieva exige una colaboración así del lector, ¡qué se puede decir del traductor que mira y admira ese oro en su mina de origen e intenta transportarlo sin que este pierda el brillo!

-Si bien supo destacar, también estuvo en problemas durante el gobierno revolucionario. ¿Hay cierta crítica política en su obra que provocó tensión en determinados sectores del poder?

-En fragmentos de sus diarios y en algunas de sus cartas hay, sí, una dura crítica política y social. Pero ni en sus relatos autobiográficos ni su poesía hay atisbos de crítica al régimen soviético, pero tampoco al régimen zarista. Tsviétáieva vivía al margen de la política. Si se vio involucrada en problemas, si se vio obligada a emigrar en 1922 y más tarde a volver a la URSS, en 1939, fue por las andanzas políticas de su marido, Serguéi Efrón, con quien se casó en 1912 y a quien había escrito, en medio de los disturbios de la Revolución de Octubre: “Si Dios obra el milagro de conservarlo con vida – lo seguiré a todos lados, como un perro”. Y cumplió su promesa. Lo siguió primero al exilio, cuando Efrón combatía con el Ejército Blanco y más tarde, de regreso a la URSS, cuando había cambiado de bando y colaboraba con los bolcheviques como agente de la NKVD. Pero Tsvietáieva, en repetidas ocasiones dijo y escribió que sentía una “profundísima aversión por la política” a la que consideraba “una porquería”. De su forma de estar en el mundo escribe en 1931:

“Yo – soy diferente. Toda la vida me han reprochado mi falta de ideología, y la crítica soviética incluso mi falta de raíces. El primer reproche lo acepto: en vez de una CONCEPCIÓN DEL MUNDO tengo una SENSACIÓN DEL MUNDO (NB! muy fuerte). ¿Falta de raíces? Si hablamos de la tierra, el suelo, la patria – a eso responden mis libros. Si por el contrario hablamos de clase, y, si quiere, incluso de sexo – sí, no pertenezco a ninguna clase, ni a ningún partido, ni a ningún grupo literario, NUNCA. Me acuerdo incluso de un cartel en una valla moscovita en 1920: VELADA DE TODOS LOS POETAS. LOS ACMEÍSTAS – ESTOS Y ESTOS, LOS NEO-ACMEÍSTAS – ESTOS OTROS, LOS IMAGINISTAS – ESTOS MÁS, ISTAS-ISTAS-ISTAS – y al final, debajo de un vacío:

– y –

MARINA TSVIETÁIEVA”.

Foto: Sebastián Machado Batanero.

-¿Qué aportes destacaría de su obra? ¿Ayudó a cierta renovación del lenguaje literario de su época o más bien conservó cierta tradición decimonónica?

-Lo que Tsvietáieva logró con el idioma ruso no lo ha logrado, pienso, ningún otro escritor. No estoy hablando de sentido, estoy hablando de sonido. La manera que ella tiene de concebir y modelar el lenguaje, de pulverizar las palabras, de hacer que suenen de una manera distinta, de darle un ritmo a cada una de sus frases en prosa y a cada uno de sus versos es un fenómeno único en la literatura rusa. Por otro lado, vale la pena recordar que para Tsvietáieva, la elección de las palabras era ante todo “la elección y la purificación de los sentimientos”. Trabajar en la palabra significaba para ella trabajar en uno mismo.

-Tsvietáieva viene de una región donde quienes escribían eran hombres. Y cuando hablamos de literatura rusa, siempre vienen los grandes nombres: Pushkin, Gógol, Tolstói, Dostoievski… ¿Qué sucede con las mujeres rusas escritoras? ¿Tsvietáieva es una de las pocas que mostró un escenario distinto? 

-Los nombres que por lo general nos vienen a la mente cuando se habla de literatura rusa pertenecen al siglo XIX. Una época de una riqueza literaria inconmensurable a la que, no en vano, se ha llamado “Siglo de oro” de la literatura rusa. En ese momento la pluma la empuñaban casi exclusivamente manos masculinas. Tsvietáieva pertenece a otro momento histórico, a otra época de la literatura conocida como “Siglo de Plata”. Y en ese horizonte, no está sola. Baste recordar a Anna Ajmátova, a Nadezhda Mandelstam, a Zinaída Gippius o a Nina Berbérova por mencionar solo algunas de las grandes escritoras que fueron contemporáneas suyas.

-¿Por qué deberíamos leerla hoy? ¿Qué nos dice su literatura en el siglo XXI?

-Porque leerla es un privilegio, un gusto, un regocijo. Porque cuando la leemos aprendemos de la vida, de la sensibilidad, de la belleza de la memoria, de la flexibilidad de la lengua. Porque con ella nos adentramos en la pasión, en la entrega, en la búsqueda del absoluto. Porque leer a Tsvietáieva es descubrir nuevos universos. Porque a través de ella conocemos a otros autores, hoy injustamente olvidados. Porque leer la obra de Tsvietáieva es leer el legado de quien fuera, en opinión de Joseph Brodsky, la poeta más grande del siglo XX.

-Para quienes todavía no la leyeron, ¿por dónde empezar y qué cosas tener en cuenta?

-Hay una serie maravillosa de relatos autobiográficos que me atrevo a colocar en la estantería de las grandes obras de la literatura universal. Menciono algunos: “Mi madre y la música”, “Viva voz de vida”, “Las flagelantes”, “El diablo”, “Mi Pushkin”… Un lector que aún no conoce a Tsvietáieva puede comenzar por cualquiera de ellos. Y yo le aconsejaría que no oponga resistencia al hechizo, que se deje llevar por el ritmo de la prosa, por la música del texto. Que no cuestione los guiones ni se deje incomodar por ellos, que los perciba como lo que son, un instante de aliento en la frase. Un elemento importante en la urdimbre del texto. Una pausa que no es aquella que pide la coma, sino el equivalente al silencio en una partitura, es decir, parte de la música. Que descubra y disfrute con los neologismos, que se abandone a esa sintaxis tan peculiar que vuelve loca a mi computadora cuando la traduzco y que es, en sí misma, un universo.