Nikolái Gógol, el escritor ruso que satirizó la cultura zarista
Nikolái Gógol, el escritor ruso que satirizó la cultura zarista

Nikolái Gógol, el escritor ruso que satirizó la cultura zarista

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Narrador, poeta y dramaturgo, el autor ruso del siglo XIX no solo logró innovar en la literatura de su tiempo, sino también inspirar a los grandes de la generación posterior: Turguénev, Dostoievski y Tolstói. Si bien siempre se consideró defensor del zarismo, sus textos dieron lugar a distintas interpretaciones para criticar esa misma forma de gobierno imperialista. A 212 años de su nacimiento, conversamos con el escritor, crítico y traductor argentino Eugenio López Arriazu, quien nos acerca más a la obra y legado de uno de los autores más notables de las letras rusas.
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Influenciado por un sacerdote de que sus obras eran pecaminosas, el escritor quemó muchos de sus propios textos. Entre ellos, estaba la supuesta continuación de una de sus máximas novelas: Almas muertas. Prometió no volver a escribir y, aislado de la vida social, pasó sus últimos días entre el desinterés y el abatimiento. Débil y desmotivado, murió a los 42 años en Moscú, el 4 de marzo de 1852. Sin embargo, Nikolái Gógol —junto con Pushkin, Dostoievski y Tolstói— sigue siendo recordado y homenajeado por integrar el panteón de los escritores rusos más notables

Retrato de Nikolái Gógol, pintado por su madre en 1841. Un réplica se encuentra exhibida en la Galería Tretyakov de Moscú.

Según el calendario gregoriano, Nikolái Vasílievich Gógol nació el 1 de abril de 1809 en Sorochintsi (actual Ucrania), perteneciente al entonces Imperio ruso. Descendiente de una familia de pequeños terratenientes, en 1828 viajó a San Petersburgo, donde tomó contacto con las distintas aristas de una ciudad fuertemente jerarquizada y burocratizada. Allí trabajó para la administración zarista y, más adelante, dictó clases de historia medieval en la Universidad de esa ciudad. Paralelamente, su deseo de escribir lo llevó a crear una serie de obras que, aún hoy, resuenan allí como en este lado de la región.

Fue en 1831 cuando conoció al gran fundador de la literatura rusa moderna, Aleksandr Pushkin, autor de Eugenio Oneguin; La hija del capitán, y tantos otros textos que marcaron un antes y un después en las letras del gigante euroasiático. Gógol lo admiraba, se hicieron amigos y, además, se dice que Pushkin fue quien le dio ciertas ideas argumentativas para escribir Almas muertas (1842). Al principio, no todo iba viento en popa. Sus primeros poemas habían sido denostados por la crítica, cuestión por la que experimentó una profunda sensación de fracaso. Era tal la vergüenza que sintió por este primer libro que recorrió todas las librerías de San Petersburgo para adquirirlos y quemarlos. Sin embargo, Gógol no se detuvo y logró un reconocimiento por algunos relatos reunidos en Veladas de Dikanka (1831 y 1832), y otros posteriores que dieron forma a Historias de San Petersburgo (1835 y 1842).

En su obra de teatro El inspector, que publicó en 1836, el escritor ruso compuso una sátira para criticar la corrupción de los funcionarios políticos y las clases sociales más acomodadas que hacen uso de su condición para sacar provecho. La pieza generó una gran polémica y le dio una enorme popularidad al escritor; pero, con opiniones divididas, no fue fácil subirla a un escenario. Finalmente se estrenó con algunos reparos, lo cual no dejó muy conforme al escritor. No obstante, y según distintos críticos, El inspector se convirtió en una de las obras con más influencia en la literatura rusa posterior.  

“Desenmascarando la hipocresía circulante en los ámbitos ligados al gobierno y la administración, generó reacciones adversas. Fue entonces que Gógol emprendió sus migraciones, viajes que le depararon la posibilidad de vincularse con otros climas en sentido literal y metafórico, pero que a la vez no ocluyeron su constante preocupación por su lugar de origen y específicos rasgos (...), Rusia, las tradiciones, la lengua y la religión, que iba a adquirir un lugar prominente en su última etapa”, dice la escritora e investigadora, Susana Cella, en el prólogo de los cuentos de Gógol (Ed. Corregidor).

Daguerrotipo de Gógol, tomado en 1845 por Sergei Lvovich Levitsky.

Y agrega: “La religión fue fundamental en la vida de Gógol, su ideal moral de reforma, incluso su declarado apoyo al orden vigente, el Zar y la Iglesia ortodoxa, además de los cuestionamientos que promovió, lo llevó a una peregrinación a Tierra Santa en 1848. Al parecer, la influencia del sacerdote Kisntantinovskii influyó sobre su decisión de abocarse exclusivamente a la devoción cristiana y, por ende, a un apartamiento no poco conflictivo de la literatura”. 

Por ese entonces, el autor ya estaba en Moscú y es cuando lanzó al fuego muchos de sus textos y la continuación de su famosa Almas muertas: una novela de corte cervantino, en la que el protagonista, su cochero y un criado emprenden un viaje por la extensísima tierra rusa, y el único objetivo de comprar almas. Este libro también se interpretó como una fuerte crítica sobre los terratenientes y propietarios que, antes de la reforma emancipadora de 1861, todavía tenían un gran poder y control en relación con la servidumbre. En Moscú, recluido por decisión propia y sin escribir, Gógol ya había puesto fin a su vida incluso antes de morir.

        

El crítico y traductor argentino, Eugenio López Arriazu.

Eugenio López Arriazu, escritor, crítico, traductor y docente de la cátedra de Literaturas Eslavas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, nos cuenta más sobre el aporte literario, artístico y estético que supo llevar adelante el autor ruso.

-¿Cuál es la importancia de Nikolái Gógol en la literatura rusa y universal?

-Su importancia es enorme. Por supuesto, en la literatura rusa es mucho mayor porque es orgánicamente funcional a todos los problemas históricos del desarrollo de la literatura, sobre todo a partir de la década del 30 del siglo XIX y a posteriori. Almas muertas, obras de teatro, los textos en prosa, que escribió entre los años 30 y los 40 decimonónicos, están escritos en un momento de viraje de la poesía como centro de la institución literaria hacia la prosa. Ya Pushkin había anunciado este viraje en su Eugenio Oneguin. Y, efectivamente, se puso a escribir cuentos y también una novela como La hija del capitán. Estos textos, la prosa de Gógol y la novela de Lérmontov, Un héroe de nuestro tiempo (1840), son los tres pilares sobre los que se va a desarrollar todo el realismo posterior de la gran novela rusa que llega a Occidente. 

-Y llega, incluso, como influencia de escritores de una generación posterior.

-Exacto. Gógol llega de la mano de Tolstói y Dostoievski que es una generación después. Dostoievski dice: “Todos salimos del capote de Gógol”. Gógol es muy importante porque —junto con Pushkin que lo hace en un poema, “El jinete de bronce”, y otros textos— elige personajes que tienen que ver con el hombre pequeño, el funcionario intrascendente. Y se opone un poco al personaje que va a desarrollar Lérmontov, del hombre superfluo, el hombre que está predestinado a grandes cosas y que por la realidad de su época no puede hacerlo, es una personalidad frustrada. Entonces, la sátira, el tipo de personajes y la prosa en sí misma que desarrollan todos estos autores, también la polifonía en el caso de Lérmontov, hacen que sea posible toda la prosa posterior de Turguéniev, Tolstói y Dostoievski. En Occidente tal vez es más difícil señalar a un escritor que sea gogoliano, como es claramente el caso de Roberto Arlt en relación con Dostoievski: uno de sus maestros y a quien tiene en cuenta en su producción. Pero con toda aquella mediación, Gógol entra y es indudablemente una de las fuentes —junto con los otros escritores— del realismo no solo del siglo XIX, sino de comienzos del XX en la Argentina y en muchos lugares del mundo.       

-En uno de sus textos de Ensayos eslavos, dice que por este lado de la región tuvo más resonancia la obra de Gógol (además de Tolstói y Dostoievski) que de Pushkin, el gran fundador de la literatura rusa moderna. ¿Por qué se dio así?

-Sí, es muy interesante porque, efectivamente, la obra de Pushkin es tal vez la que menos resonancia tuvo de todos estos escritores del siglo XIX, al mismo tiempo de que Pushkin es el más grande —no necesariamente en cuanto a su escritura porque todos eran grandes escritores— en cuanto a su fama, la influencia que pudo dejar, el viraje que hizo dentro de la literatura rusa. Pushkin, incluso hoy, tiene una presencia abrumadora que fue construida con el tiempo de diferentes maneras. Dostoievski lo enarboló como el escritor universal, como el alma rusa encarnada; la Unión Soviética defendió su realismo, su posición antizarista, la afinidad con los decembrista que intentaron un golpe de Estado contra Nicolás I no bien ascendió al trono, y además lo imprimieron en millones de ejemplares. Hasta el día de hoy es central dentro de la literatura rusa y cada generación que viene lo reinterpreta, lo reubica, etc. Toda esa impronta, todo ese impacto, Pushkin no lo tiene en Occidente. 

-¿Y no lo tiene porque en Occidente se busca otro tipo de literatura?

-Por un lado, no lo tiene porque Pushkin llegó más tarde, porque los sistemas literarios son diferentes, porque su literatura no significó acá lo mismo que allá; y por otro lado, porque la mayor parte de la obra de Pushkin está escrita en verso, más allá de que luego se pasó a la prosa y su prosa sea fundacional, junto con la de Lérmontov y Gógol. Pero cuando la literatura rusa entró en nuestro país, por ejemplo, entró de la mano de la gran novela y del realismo. En este sentido, hay una producción mucho más grande, más asentada y desarrollada por otros autores como Turguéniev, Tolstói y Dostoievski que no se ve en Pushkin. Entonces, para quien está buscando prosa y realismo, toda la producción en verso, la lírica, incluso el drama y la novela en verso de Pushkin tienen un atractivo menor, en términos de un lugar adonde ir a buscar estrategias, repertorios, modelos, etc., para su reelaboración.  

-En varias de las obras de Gógol hay una intención de denuncia y crítica social. Ya en El inspector leemos algo de eso. ¿Cree que hubo una motivación política o más bien moral? 

-La obra de Gógol es extremadamente satírica y la sátira tiene una impronta muy moral. En esa obra, El inspector, hay un epígrafe que dice: “No culpes al espejo, si tu rostro es deforme”. Por otro lado, la moral es también política, si se quiere, en un sentido superior de la palabra. Y sí, hay una denuncia, hay una crítica social y, efectivamente, está hecha más desde el lado de la moral que como una actitud política, revolucionaria. Aún así, es sabido que Gógol era prozarista y en ningún momento fue demasiado simpatizante de los decembristas. Se espantó cuando algunos críticos tomaron su obra para criticar al zarismo. Pero además, porque la crítica que hace en su obra está más dirigida a los funcionarios menores, a los terratenientes mezquinos. Hay una caricatura de todo lo social que está tan bien hecha, que inevitablemente quien quiera ponerla en serie con la situación general y con otros elementos que no aparecen en la obra, puede hacerlo y pensar que fue también en contra de los zares. De alguna manera, rebota en contra de los zares, por más que Gógol así no lo quisiera. Por ejemplo, en El inspector, aparece un gendarme por ahí, pero en ningún momento se menciona al ejército, ni a la Iglesia, ni al Zar. De hecho, en la puesta teatral, el Zar fue a ver la obra y le gustó, pero todos los funcionarios salieron escandalizados porque, justamente, se veían en ese espejo. La maestría de Gógol, y esto también se ve en Almas muertas y otros cuentos, es que a partir de un fragmento, a partir de una parte de la sociedad, uno se pregunte por qué sucede esto y qué relación tiene con todo lo demás. Y ahí cae todo como un dominó.     

-En este sentido, ¿la sátira fue un elemento importante y necesario para su literatura? ¿Con ella innovó y transformó ciertos parámetros del realismo literario, tan característico de la literatura rusa?  

-Sí, es un elemento muy importante, ya que toda su obra es muy satírica. Pero si hilamos más fino, Gógol no cae nunca en un didacticismo típico de la fábula, de la sátira del siglo XVIII. Él evita la moraleja. Sus cuentos son muy modernos, están abiertos y parten de la posibilidad de ser utilizados críticamente, en un sentido que al mismo Gógol no le hubiera gustado. La innovación está en su estilo, en su técnica, en su realismo, que se podría llamarse grotesco. Él es realmente uno de los fundadores a nivel mundial de lo que sería el grotesco por lo temprano de la época. Pensemos que Egar Allan Poe trabajó con lo grotesco una década después. Gógol es un gran innovador en este sentido, en este grotesco que sería la yuxtaposición del pathos, de lo altisonante, grandilocuente, pomposo, con un remate humorístico, con un contraste simplificador que rebaja, que va en contra de esa altisonancia. Y eso también hace que uno lo pueda interpretar, depende de dónde se pare, desde el lado de la crítica social, del humor, del juego por el juego, etc., y que haya diferentes posturas. 

Detalle de una escultura como homenaje al autor ruso, en San Petersburgo.

-En sus textos, existe también una cierta tensión que todavía hoy perdura en muchos de los rusos contemporáneos: aquella rivalidad entre lo prooccidental y lo proeslavo. ¿Qué opina al respecto?

-Sí, efectivamente, Gógol muestra en su obra esta característica de tensión, una posición que se llama eslavófila: a favor de los elementos tradicionales, del ser nacional (en terminología moderna) de lo ruso, que está ligado en muchos autores a una relación estrecha con la Iglesia ortodoxa y con el pensamiento religioso, al mismo tiempo que produce una literatura muy moderna, que no es tradicional y que abreva en lo occidental. Tal vez, sobresale en Gógol una defensa de lo ruso. De hecho Gógol, antes que Dostoievski, ya empieza a construir a Pushkin como el auténtico espíritu nacional de lo ruso.

-¿En esa tensión hay también algo del pensamiento profético en su obra?

-Sí, tiene cierto pensamiento profético, mesiánico del destino de Rusia como un gran pueblo que todavía no es Occidente y, por lo tanto, es una esperanza frente al Occidente que tuvo su oportunidad en la Revolución francesa, pero después triunfó la burguesía, llegó Napoleón, etc. Rusia es un país joven, que es una alternativa, y esto se ve en la obra de Gógol. En Almas muertas hay también un espíritu profético. Está, entonces, esta tendencia en su obra y, cada vez más, se empieza a obsesionar con lo religioso al punto que escribe el libro Pasajes elegidos de mis cartas a los amigos, que es terrible, sumamente reaccionario. Es un libro frente al que el crítico Belinski reacciona, aprovechando la crítica de esta obra para hacer una gran crítica del zarismo, del sistema de explotación feudal que todavía reinaba en ese momento, hasta 1861, que le ocasionó a Belinski el exilio. Ese texto, además, estaba prohibido y circulaba de forma clandestina. Por leerlo en el círculo de socialistas utópicos de Petrashevski, Dostoievski que estaba en esa reunión fue encarcelado y enviado a Siberia durante diez años. Gógol, por su parte, trató de defender su obra como no-antizarista. Fue el tiempo cuando entró en una gran crisis moral y no logró terminar esa segunda parte de Almas muertas.      

-Para quienes todavía no leyeron a Gogol, ¿por dónde empezar y qué cosas tener en cuenta?

-Que empiecen por donde quieran. Tal vez, sus cuentos por ser un género más ameno por su brevedad, en los que uno puede descubrir en chiquito al gran Gógol. Almas muertas es una serie de viñetas, donde esa maestría va a estar repetida, escena tras escena, con cada personaje que aparece. “El capote”; “La nariz”, "Diario de un loco", los cuentos de San Petersburgo en general y, por supuesto, si les gusta el teatro, no se pierdan de El inspector