Marie Orensanz: "Soy una artista nómada"
Marie Orensanz: "Soy una artista nómada"

Marie Orensanz: "Soy una artista nómada"

La artista plástica, oriunda de Mar del Plata, fue una de los 8 distinguidos con el Gran Premio a la Trayectoria 2018. Conocé su vida en esta nota, y visitá la muestra de las obras seleccionadas hasta el 28 de diciembre en el Museo Nacional de Bellas Artes
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“Soy argentina, nací en Mar del Plata en 1936 y mi profesión es artista plástico. En eso trabajo”. Así comienza a describirse Marie Orensanz (82), una de los 8 galardonados con el Gran Premio a la Trayectoria, del Salón Nacional 2018, anteriormente conocido como Gran Premio Adquisición. Y sigue: “Cuando tenía 17 años, nos fuimos con mi familia a Europa. Yo todavía pensaba estudiar abogacía porque tenía la ilusión de ayudar a la justicia, pero en el viaje descubrí que a través del arte también se podían transformar las cosas”. Esa suerte de epifanía cambió su destino letrado, y se anotó en el taller de Emilio Pettoruti, donde aprendió distintas técnicas durante cinco años. “Él decía que para aprender a bailar había que saber poner los pies. Para pintar, había que saber las técnicas. Las aprendí, y aunque me vino muy bien, hacía pequeños pettorutitos que no me servían para nada como expresión propia”.

Siguiendo su intuición, Marie se alquiló un pequeño taller, en el barrio de Barracas. Más tarde se encontró con Antonio Seguí, que por ese entonces había vuelto de México. Corrían los años '60.  En ese encuentro, el pintor le comentó que tenía un taller, que daba clases y que podía enseñarle otras técnicas. Además, le encomendó que llevara alguna obra de su autoría, y así lo hizo.

“Por supuesto que llevé algo desastroso; no tenía por qué demostrar nada, tenía que ir a aprender. Trabajé con él unos dos años y medio. Fue muy positivo porque me enseñó otra forma de abordar el arte y una libertad para hacer lo que uno quiere. Ahora no tengo nada que ver ni con Antonio ni con Pettoruti, pero indudablemente sus técnicas me ayudaron”.

La entrevista

-¿Cómo definiría su relación con el arte?
-Soy una artista nómada. Me defino así porque los artistas vamos de un lado a otro y tenemos que aprender. Viví en Roma, Milán, París, y viajé por todos lados: América y Europa. Creo que eso te enseña un montón, porque cuando llegas a un lugar no podes violentarlo, cuando llegas no sos nadie. Es muy interesante y enriquecedor ese empezar a conocer y comunicarse desde cero.
- ¿Qué opina del rol de la mujer en el arte? Y en paralelo, ¿cuál es la función social del arte? 
-Indudablemente el rol de la mujer tiene que ser igual al rol del hombre, porque no es el sexo sino que es su inteligencia y su trabajo lo que hay que observar. En mi DNI soy Marí. En Italia eso puede ser el nombre de un varón o de una mujer. Hice una exposición y un coleccionista compró una obra mía. Pero cuando se dio cuenta de que era una mujer la devolvió. El hecho me dejó azorada, y entonces por eso ahora pongo la “e”, Marie, para que no haya ninguna confusión. Tomé conciencia de que también me habían pasado otras cosas y que no había tenido tanta conciencia.
-¿Como por ejemplo?
-En el '69 hice una exposición en Mar del Plata. Veníamos con mi marido de Brasil, en auto, y pasábamos por Santa Fe y vimos mucha gente en la calle. “¿Y acá que pasó?”, pensamos. Nos detuvimos. Al principio pensamos que era un accidente, pero después entendimos que era gente proclamando y defendiendo su trabajo. Esa gente arreglaba trenes, y esos trenes iban a ser desviados, y se iba a perder la fuente de trabajo. El pueblo iba a morir, en otras palabras. Toda esa gente me pidió que hiciera algo por ellos, que comunicara lo que estaba pasando. Yo asumí el compromiso. Era enero, y en Buenos Aires no había nadie. Solamente Enrique Pichon-Rivière sacó una noticia en Confirmado.
-¿Cómo hizo para hacer más visible esa realidad?
-Me fui a Santa Clara del Mar, un pueblo que fundó mi papá, y al poco tiempo me llamaron de Mar del Plata para hacer una exposición. Fue en 1969. Me invitaron junto a Mercedes Estévez, también marplatense, para exponer en la galería Primera Plana. Era mi oportunidad, así que avisé en la entrevista que iba a colgar carteles que dijeran “El pueblo La Gallareta (Santa Fe) lucha por su única fuente de trabajo”. Les expliqué lo que me había pasado y aceptaron. Mercedes Estévez expuso en el medio de la galería con cemento y arena, para mostrar la transformación de Mar del Plata, la destrucción de la ciudad y las construcciones horizontales. En la exposición, se me acercó un señor que me dijo que él podía hacer algo por el pueblo. “Genial”, le dije, “era mi intención”. Pero también hubo críticas. Otro me dijo que estábamos locas. “¡Es Onganía! Corren mucho peligro”. Eso me azoró. Al día siguiente de la inauguración, nos llamaron para decirnos que la exposición estaba cancelada. O mejor dicho: ¡clausurada! Y la excusa fue peor: “ustedes son mujeres. Creíamos que iban a exponer flores”. juro que casi me muero, ¡flores! ¡Mujeres! ¡Cero cabeza!

-¿Cómo siguió su trabajo después de esa experiencia?
-Me fui para Europa, y al tiempo tuve que hacer otra exposición en Buenos Aires, en la galería Artemúltiple, una serie de dibujos que bauticé Flores venenosas, y que acompañé con un escrito: “Hay que tener cuidado porque se desarrollan en las sombra”. Los nombres de las flores estaban escritos en latín y en francés. Es decir, cómo uno de pronto tiene consciencia de un montón de cosas sociales que pasan. Porque yo lo que hacía era un hombre chiquitito que aplastaba a otro, pero para mí era lo mismo que poner que el pueblo de la Gallareta lucha… Pero la gente cuando veía el dibujo tal vez se distraía con la forma, en cambio el texto era implacable. Ahí fue la primera vez que tuve real conciencia de que la palabra va más allá de la imagen. La base de mi obra son doce pensamientos que expuse en Milán en una galería llamada Eros. Ahí estaba Pensar es un hecho revolucionario. De ahí soy nómada.
-¿Cómo aplicó estos pensamientos en otros campos de su vida?
-Creo que no me quería negar nada, ni ser mujer, ni ser madre, ni ser artista. Mis hijas son súper importantes, como mi marido, con quien viví una gran historia de amor. El me entendía, me respetaba, me ayudaba. Cuando me convocaron a hacer una exposición retrospectiva en el Museo de Arte Moderno, tenía que traer la obra de París. Pedí ayuda a los gobiernos de Francia y Argentina, ninguno me ayudó. Fue mi marido el que pagó el traslado, y lo pagó ¡haciendo empanadas! Unas empanadas exquisitas, por cierto.


-Entrando en su obra, ¿cómo elige los materiales?
-La elección del material tiene que ver con el momento que estoy viviendo. Uso distintas técnicas y distintos materiales en mi trabajo, creo que esa es la libertad que tengo. Mi taller está repleto de cosas, y eso me da la libertad de elegir. Por ejemplo, en Milano, hacía dibujos. Y esos dibujos los rompía porque no me gustaba que estuvieran delimitados por las líneas del papel. Pero no me interesaba mostrar esos dibujos rotos porque el hecho de romper no es algo que esté dentro de mi personalidad. Fui a Carrara, en Italia, y encontré fragmentos de mármol ya rotos, fragmentos que habían tenido una vida anterior y que empezaban una vida nueva conmigo. Esos fragmentos los dibujé, escribí pensamientos sobre ellos, e hice un texto que se llama Fragmentismo, un manifiesto. A veces, cuando esos mármoles se rompían, encontraba dentro de ellos los cristales, porque el agua, a través del tiempo que había vivido dentro del mármol, se transforma en cristal. Eso me dio a pensar que lo que yo veo no es lo que yo veo, sino todo lo que vos has vivido, todo lo que vos has pensado, es decir que yo tengo que descubrir al otro. El otro para mí es fundamental en mi trabajo.
-¿Qué significa para usted haber sido reconocida con el Gran Premio a la Trayectoria?
-Estoy súper contenta que me hayan dado un premio por la trayectoria. Espero hacer honor a eso. Creo que la cultura ayuda un montón, y en un montón de sentidos; mismo a los gobiernos, porque trae divisas y es importantísimo. Muchos países, como Italia, Francia, Alemania, ponen mucho presupuesto en la cultura; saben que eso les viene doble.
-¿Cuál diría que es el motor que la impulsa a crear?
-¿El motor? No lo sé... A mí me empiezan a picar las manos y necesito hacer cosas. Pero indudablemente el pensamiento y la reflexión impulsan a crear. Hay gente que escucha música trabajando. Yo escucho el silencio. Una de las cosas que me gustan es trabajar en soledad, pero escuchar a todo el mundo alrededor mío.

-¿Cómo describiría a su obra?
-Podría describir mi obra como un pensamiento; no son objetos, son pensamientos que quieren ir con el otro. Esta es un poco la descripción de mi trabajo, la descripción de un itinerario. Todo lo que he vivido lo paso a través del pensamiento y lo transporto a un objeto que deja de ser un objeto.
-¿Cómo nacen sus obras?
-A mí me gusta mucho viajar en ómnibus; siento la gente alrededor, veo qué es lo que pasa con los otros. Luego voy al taller, donde hago un vacío de todo lo que vi, y un complemento eligiendo con qué material puedo expresar lo que siento. Antes me gustaban mucho los baños de inmersión. En la bañadera, relajada, fuera de todo el mundo, se me ocurrían ideas. Lo gracioso es que después supe que Borges también tomaba baños de inmersión, y que se le ocurrían ideas. Indudablemente es un lugar adecuado.

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Sobre el Gran Premio a la Trayectoria

Marie Orensanz fue galardonada con el Gran Premio a la Trayectoria 2018, otorgado por la Secretaría de Cultura de la Nación otorgado por el Salón Nacional de Artes Visuales. Con ella, fueron también premiados siete grandes: Carlos Alonso; Mimí Escandell; Manuela Rasjido; Juan Carlos Distéfano; Norberto Gómez; Delia Cancela; y Roberto Jacoby. Los candidatos fueron postulados por asociaciones, universidades, organismos de culturas nacionales, provinciales y municipales, entre otras instituciones, y el jurado estuvo compuesto por Andrés Duprat, Mariana Marchesi, Diana Wechsler, Pablo Montini, y Elba Bairon. Los ganadores recibirán una pensión vitalicia y sus obras se sumarán al acervo patrimonial del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA).