Norberto Gómez: "Todos los artistas hacen las cosas para que los quieran”
Norberto Gómez: "Todos los artistas hacen las cosas para que los quieran”

Norberto Gómez: "Todos los artistas hacen las cosas para que los quieran”

Arte
Escultor y referente de la plástica argentina contemporánea, el artista fue uno de los 8 distinguidos con el Gran Premio a la Trayectoria 2018
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Norberto Gómez nació en Buenos Aires en 1941. Hijo de una familia de inmigrantes españoles, recibió la influencia de su padre ebanista y de su tío luthier y concertista de guitarra. Tenía 13 años cuando en ingresó en la Escuela de Bellas Artes “Manuel Belgrano”, que abandonaría dos años después, en 1956. Trabajó por su cuenta y concurrió al taller de Juan Carlos Castagnino y Antonio Berni. En 1965 viajó a París y trabajó en el taller de Julio Le Parc, colaborando en la realización de sus obras cinéticas. Regresó a la Argentina en 1966 e inició una serie de objetos geométricos de madera esmaltada que indagan la relación y desarrollo de las formas en el espacio. A principios de los´70 abandonó temporariamente la producción artística.

En 1976 expuso en la galería Carmen Waugh de Buenos Aires, donde presentó un conjunto de dibujos y de cuerpos geométricos realizados en madera y yeso terminados con pinturas metalizadas para automóviles, cuya integridad se vio colapsada por efecto de la representación de ablandamientos. Una de estas piezas le valió el Premio De Ridder de escultura.

A partir de 1977 modeló, en resina poliéster, vísceras y fragmentos musculares, en alusión a los horrores perpetrador por la dictadura militar. Esta serie se expuso en 1978 en la galería Arte Nuevo. Continuó luego con la representación biomórfica en una sucesión de porciones de esqueletos, dentaduras, amasijos de entrañas o restos corporales colocados sobre “parrillas”. En 1982 recibió el premio de la Asociación Argentina de Críticos al Artista del año. Su arte da cuenta de un gran compromiso social y una sensibilidad a flor de piel. Su muestra Anuncio y Asunción, realizada en 1983, representó la conclusión del ciclo de obras en las que representó la vulnerabilidad de lo biológico. En 1984 presentó Custodia, Pila y Látigo, obras de grandes proporciones realizadas con poliéster blanquecino, sobre la represión y el poder.

“Nunca hice cosas para seducir al mercado. Siempre hice lo que me pareció, o más bien, siempre hice lo que sentí”. Así sintentiza un recorrido sin disfraces con el adentro y el afuera. Poco después de haber sido distinguido con el Gran Premio a la Trayectoria, en el 2018, la Secretaría de Cultura de la Nación conversó con el artista sobre su obra, sus estilos, la función social del arte, y el amor por lo que hace.

La entrevista

-Norberto, ¿es exacto identificarlo como artista visual?

-Sí, está bien, soy artista visual. Antes se decía artista plástico. Me considero un armador, yo no soy escultor. Llevado a la palabra, escultor, que significa esculpir, es sacar lo que sobra en realidad. Y es a partir de picar, si es piedra, o de tallar, si es madera. No son lo mismo un modelador, un tallador, o un armador. En el caso de un artista, definirlo, hacer una síntesis, es un error. Si fuera músico diría que no soy solista, sería más bien compositor. Puedo tocar cuerdas pero no soy guitarrista ni violonchelista. Puedo tocar el teclado, puedo tocar de todo, pero no del todo. Sé justo lo que necesito como para entenderlo y poder incorporar lo que voy queriendo. Hago lo que puedo hacer, porque soy eso. Apelo a lo que sé manualmente, a los oficios que trabajé, al tiempo que demandan las cosas, y a saber que eso es lo único que uno puede hacer en su vida, pese lo que pese, pase lo que pase, y para siempre.

-¿Cómo comenzó en el mundo del arte? ¿Cómo supo que quería dedicar su vida al arte?

-En mi familia había hacedores. Mi padre era ebanista; un tío mío era guitarrista y luthier; una tía, actriz. El arte y las manos son una herencia que tengo, directamente españoles todos. Soy primera generación en Argentina. De alguna manera de ahí viene mi interés, que es único y siempre me pasó. Creo que de alguna manera, de muy chico, pensé en este momento, en la trayectoria, en que iba a dejar una marca, aunque sea mínima, en las cosas.

-¿Cuál fue su primer contacto con el material?

-Desde muy chico, en mi casa, mirando a mi viejo. En la infancia es difícil ver las cosas de frente, más bien se ven de costado. Se ve sin ver, pero se siente, nos damos cuenta de todo pero no sabemos cómo se llama. No tenemos lenguaje todavía pero tenemos sensaciones, que llegan a las palabras algún día. El asunto es así: cuando llegas a las palabras empezas a hablar, y cuando ya hablamos, preguntamos qué decimos. Porque hablar, sí, pero qué decimos es el tema. Lo que decimos empieza a dar la diferencia. Esa diferencia te la pueden decir los demás, porque uno no puede mirarse a sí mismo. El espejo son los demás. Esa es la manera, y después trabajar, siempre. Toda mi vida trabajé: fui letrista, trabajé en las marquesinas de cine, hice carpintería, hice instalación de stands en la Rural, pinté carteles de muestras en el Bellas Artes y en el Museo Decorativo... Tenía 13 años cuando ingresé a la Escuela de Bellas Artes “Manuel Belgrano”. Año 54. A los 22 me fui a Europa; viajé mucho. Ahí trabajé con Julio Le Parc, con carpintería para la Bienal. Me gustó. Sobre los temas, si fracasé o no fracasé, no existe, tampoco si fue mucho o si fue poco. Existe lo que recuerdo y lo que siento, el único testimonio que puedo dar desde mí mismo.

-¿Qué se trajo en su regreso a la Argentina?

-Me traje mucho. Al volver hay un efecto: uno llega de una manera, con cierta energía por haber visto todo lo que vio, y con ganas de llegar. Al poco tiempo uno se da cuenta de que no tiene ganas de haber llegado. Y que todo lo que venía y tenía se fue apagando solo. Ya después sos igual, como si no te hubieras ido a ningún lado, pero igual algo te queda. Y un día te rebelás contra el presente, no le das más bola al presente. Eso pasa. “El futuro”, “qué importante el futuro”, “¿qué vas a hacer en el futuro?”... Eso que uno dice empieza a carecer de sentido, ¿yo de qué futuro puedo hablar?

-A lo largo del camino su arte ha pasado por diferentes estilos. ¿Cómo sucedió?

-No sé si cambié de estilos... Cambié de forma, cambié de instrumentos. A veces tratando de hacerte experto se te va la vida... Sos experto de tanta cosa que no sos de nada. No hace falta ser experto sino hacer funcionar lo que uno hace. Los antecedentes de uno no son antecedentes, son presentes, son habilidades. Y si le haces caso a eso y no te autocensuras, sos no libre, pero sí independiente.

-¿Independiente de?

-Sos independiente del mercado, sos independiente de los críticos y sos independiente económicamente; trabajas y te ganas la vida con otras cosas. Nunca necesité vivir del arte; siempre viví de lo que todos viven, de trabajar. El arte también es trabajar, pero no esperé guita. En el año 1978 yo no podía estar tratando de seducir al mercado con el poliéster. ¿Cómo voy a seducir al mercado con las tripas? Nunca hice cosas para seducir al mercado. Siempre hice lo que me pareció, más bien, siempre hice lo que sentí. Dos cosas que siempre pensé: una es la que sentís y otra es la que te conviene.

-¿Cómo sería eso?

-El juego está en no ser tan masoquista como para no hacer nunca lo que te conviene y hacer todo lo que no te conviene, ni tampoco te entregues tanto porque te conviene, porque no lo sentís. Ese es el tema. El tema es con uno mismo, no es con nadie más. Los demás ven lo que vos haces. Punto. Después le agregan cosas; mil millones de cosas. Que las escucho, pero que si fueran todas ciertas me aplastarían. Porque los demás dicen cualquier cosa entusiasmados y te colocan en un lugar, y otros te tiran abajo y te aplastan como una hormiga. El asunto es ser independiente y tratar de que no te pasen todas esas cosas. Atravesar así, como un desfiladero, atravesar los terrenos, aunque haya alambrado. Parece un poco abstracto, pero hay un lugar en el que nosotros sabemos lo que queremos. Es difícil de encontrar, aunque a veces aparece rápidamente.

-En ocasiones es una búsqueda permanente...

-Y otras veces sucede como cuando uno se mete en una montaña, como hacen los mineros, que van picando y se meten adentro buscando la veta, y no se arrugan cuando no la encuentran, se siguen metiendo más adentro. Ese es el juego. Los jóvenes siempre estamos dando la vida por algo: por el amor, la patria, la bandera, la libertad, la independencia. Damos la vida. También se puede dar la vida por otras cosas. O no hace falta darla, porque ya está.

-¿Usted dio la vida por el arte?

-Sí, di la vida por el arte y lo que hice fue por amor al arte. Por amor al arte. Siempre se ridiculizó la frase, pero el amor no es porque sí; el amor es por un montón de cosas más.

-¿Cuál es la función social del arte?

-¿Qué función tiene el arte? Tiene una función porque sirve para comunicarnos; la ciencia por ejemplo no da esta cosa que da el arte. En la historia el arte tiene una función, es el reflejo de la humanidad, es lo que se hace. Hay una cosa que nos pasa cuando somos chicos. Lo primero que hacemos es dibujar. No hay ningún chico que no haya dibujado de entrada, incluso antes de hablar. Es la manera que tienen los chicos de verse afuera, de empezar a mirar la mano, de dirigir la mano. Más adelante va a venir la casita, la mamá, el papá, la hermanita, la abuelita, el caminito y el sol en una esquina. Básico. Y empieza a manifestarse así. Entonces se lo da a la madre y al padre, lo empieza a regalar para que lo quieran. Los artistas también lo hacen para que los quieran. Todos los artistas hacen las cosas para que los quieran. Algunos se hacen odiar, pero igual los quieren. Ser artista no quiere decir solamente ser bueno. No sé qué más decir para definir si el arte sirve... Claro que sirve, muchísimo sirve.

-¿Qué significa este premio para usted?

-He recibido con mucha alegría el Premio a la Trayectoria. De alguna manera es un reconocimiento; un reconocimiento que se me hace junto a siete pares, gente de valor. Me hace bien estar con gente de valor. Es una devolución por la tarea que se hizo en la vida.