"El ritual del alcaucil", un documental sobre recuerdos y olvidos
"El ritual del alcaucil", un documental sobre recuerdos y olvidos

"El ritual del alcaucil", un documental sobre recuerdos y olvidos

Cine
La documentalista habla de los silencios y los relatos banales que se construyeron en torno a la última dictadura cívico militar argentina. Su documental “El ritual del alcaucil” está disponible para ver gratis y online en un ciclo de cine de la Casa Nacional del Bicentenario. En tanto que hoy a las 20 hay una charla en vivo con la realizadora por las cuentas de Instagram de la CNB y de Kino Palais.

Hasta el martes que viene se puede ver, gratis y online, El ritual del alcaucil, un documental que indaga en los recuerdos, pero sobre todo en los olvidos, de los habitantes de Villa Corina, un barrio cuyo epicentro es el cementerio de Avellaneda (provincia de Buenos Aires).

La proyección forma parte del ciclo de cine online Historias periféricas: Nuevos documentales argentino, programado por la Casa Nacional del Bicentenario (CNB) con la idea de presentar “una selección de películas que develen algo más de lo que se ve en la superficie, que muestran la otra cara de la moneda. Documentales en los que subyacen elementos políticos de nuestra sociedad, heridas abiertas de la historia argentina”.

Además de la proyección de los documentales, cada viernes a las 20 se realiza una charla en vivo con los realizadores en las cuentas de Instagram de la CNB y de Kino Palais. La charla en vivo de hoy será entre el programador de la CNB, José Ludovico, y la directora de El ritual del alcaucil, Ximena González, documentalista egresada del Instituto de Arte Cinematográfico de Avellaneda (más conocida como “Escuela de Cine de Avellaneda”).

En esta entrevista con el Ministerio de Cultura, González cuenta cómo un hecho muy particular de su familia, y aparentemente extraño para el resto, le hizo pensar en los modos en que se naturalizan ciertas prácticas, en las cosas que se cree que siempre fueron de una manera, entonces se repiten sin cuestionamientos. “Algo de lo que había pasado en mi propia familia me servía para pensar el modo en el que se articulaban los relatos y las historias de las comunidades”, dice la realizadora, quien también cuenta el origen de este documental, la elección de los personajes y las particularidades del barrio de Villa Corina, lugar donde vivió durante 30 años.

-¿Cómo llegó a esta historia?

-Más que llegar yo a la historia, la historia llegó a mí porque todo lo que cuenta la película es mi propio barrio: el territorio, los personajes, los vecinos. Yo nací, crecí y viví ahí durante 30 años.

-¿Se refiere a Villa Corina?

-En realidad es una especie de triple frontera entre Villa Corina, Sarandí y Villa Domínico, dentro del partido de Avellaneda (provincia de Buenos Aires). El cementerio es el epicentro de los tres y yo viví 30 años a cuatro cuadras de allí. Igual que en la película, donde los nenes juegan en la plaza y la plaza está al lado del cementerio y están las tumbas ahí: era nuestro cotidiano.


La documentalista Ximena González, directora de El ritual del alcaucil.

-¿Cuál es la diferencia con sus otras películas?

-En otras películas, me interesé por un acontecimiento o un tema e hice una investigación de campo: tuve que construir un vínculo con esa realidad. En este caso, en cambio, conozco los espacios y personajes desde que soy chica, desde mucho antes de ser documentalista. Todas las personas que dan testimonio me conocen, especialmente los vecinos más grandes, que han vivido toda la vida en el barrio y me conocen desde que nací. De alguna manera, ya estaba inmersa en la historia.

-¿Qué la decidió a contar esta historia?

-Hay un acontecimiento que me hizo repensar mi barrio, mis vecinos y mi propia comunidad. Yo estudiaba en la Escuela de Cine de Avellaneda, con un compañero cuyo papá había sido desaparecido por la última dictadura cívico militar. Una tarde, hicimos un trabajo experimental que consistió en tomar muchas imágenes del cementerio. Años después, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) identificó los restos del papá de mi amigo, que había sido enterrado en una de las fosas comunes del mismo cementerio donde nosotros habíamos ido a filmar. Luego, supimos que en la década del noventa, durante cuatro años los integrantes del EAAF estuvieron yendo todos los días, desenterrando muertos de lunes a viernes. Nada de eso se contaban que hubiera sucedido. En el barrio también desaparecieron familias enteras, personas que se llevaron a plena luz del día y nada de eso tampoco parecía ser parte de la narrativa del barrio. Sin embargo, los vecinos recordaban de forma muy puntual y minuciosa un montón de acontecimientos barriales, más banales o personales.

Entonces empecé a cuestionar cómo se construía nuestra propia historia, qué se contaba y qué no se contaba. Después, descubrí que no era que la gente no sabía o se había olvidado, sino que había una voluntad de que eso no apareciera en el relato. Porque cuando empezaba a preguntar, aparecía esta cosa de: “sí, me dijo tal, se decía por allá, pero yo nunca vi nada”. Aparecían indicios de que algo de eso había sucedido. De ahí parte la propuesta de la película: no se había olvidado sino que hubo una especie de esfuerzo cotidiano para ejercer el olvido, para que eso se mantuviera ahí latente, sin emerger.

-Una de las protagonistas del documental dice: “Si venís y me contás, yo te voy a escuchar, pero prefiero no saber”.

-Tal cual. Mabel, que es la mujer que dice eso, lo cuenta en relación a una violación. Entonces también me empecé a preguntar: ¿qué es lo que hoy no estamos viendo o estamos callando? No sólo qué es lo que pasó hace 40 años, sino pensar cuál es ese mismo mecanismo que sigue operando para que hoy también estemos ciegos a otras formas de violencia, porque el mecanismo es el mismo. La misma mujer que hoy te dice: “Si me contás yo te escucho, pero prefiero no saber”, viene operando con este mecanismo hace 40 años y no sólo ella, no es una cuestión puntualizada en esta mujer.

-¿Cómo fue la elección de los personajes?

-Cuando empecé a pensar en la película, había algunos sobre los que tenía más certeza que quizás iban a estar y hubo otros que fueron apareciendo en el camino. Ese fue el caso de Mabel, que después tomó mucho más protagonismo porque me parece que es el único personaje que tiene dudas, que se permite preguntarse algunas cosas: qué pude ver y qué no pude ver. Es la única que mira para atrás y se pregunta algo: cuando recapitula lo que le pasó en la Casa Cuna, que piensa en los niños que vio, que serían hijos de desaparecidos.

-Entonces, ¿hubo modificaciones entre la versión final del documental y el guion original?

-En el proceso hubo alguna transformación pero los personajes tienen cierta singularidad; son como pinceladas de cosas más generales que pintan a la comunidad. La película se va tejiendo de esos testimonios pero lo que importa es cómo van construyendo la comunidad. No es una película coral en la que se trate la historia particular de vida de cada uno, sino que lo que se cuenta de cada uno tiene que ver con cómo aporta a esa historia colectiva.

-Sobre el final del documental se cuenta un relato que explica el título de la película, ¿de dónde sale esa historia?

-Es una especie de readaptación del hecho de que en mi familia comemos alcauciles crudos. No está contado en la película pero de ahí viene la idea. Cuando era chica pensaba que era algo que hacía todo el mundo, que era algo muy habitual y cuando empecé a crecer y a contar que hacía eso, me empecé a dar cuenta de que la gente me miraba muy raro. Y en un momento tuve que empezar a investigar porqué nosotros hacíamos eso que yo creía que era muy natural pero que aparentemente no lo era. Cuando empecé a escribir y a pensar la película, apareció esta cuestión que es como una especie de ritual además comer alcauciles crudos, porque uno los va deshojando, no es como comer cualquier otra cosa, ahí hay ceremonia. Tenía que ver con el modo con el que naturalizamos ciertas prácticas como si siempre hubieran estado allí, sobre las que no nos preguntamos y que repetimos mecánicamente. Algo de lo que había pasado en mi propia familia me servía para pensar el modo en el que se articulaban los relatos y las historias de las comunidades. Del modo en que el olvido opera todos los días de alguna manera y se va repitiendo mecánicamente como cierta práctica cotidiana, donde eso otro sigue estando latente. Y hay un esfuerzo todos los días por no dejarlo emerger. En nuestro relato barrial, en el relato de nuestra historia, de nuestro pasado, aparecen un montón de cosas, con un montón de detalles, con mucha precisión pero también es como llenar de relato para que haya otros relatos que sigan estando acallados. Esta práctica de comer alcauciles crudos, que era muy personal de mi familia, de creer que eso estaba bien, que era natural; a partir de eso armamos un cuentito que nos servía de metáfora para pensar ciertos mecanismos que operaban en la comunidad.

Ver El ritual del alcaucil online, disponible del 24 al 31 de agosto.