Rosario Castellanos: la conciencia de ser mujer, escritora y latinoamericana
Rosario Castellanos: la conciencia de ser mujer, escritora y latinoamericana

Rosario Castellanos: la conciencia de ser mujer, escritora y latinoamericana

Letras
Efemérides
A 95 años de su nacimiento, compartimos algunos de los momentos más importantes de esta autora y diplomática que abordó todos los géneros literarios, y desafió las imposiciones eurocentristas, machistas y patriarcales, para expresar otras formas de ser mujer y defender la cultura indigenista.

"El valor supremo es el matrimonio y la maternidad. Alguna vez te vas a tener que casar con un hombre. Si te quedas sola, eres la nada pura", le repetía a su hija en más de una oportunidad. La pequeña, con los años, comprendió que no se trataba de una simple opinión de madre; sino de la educación que, generación tras generación, recibían las mujeres de toda la sociedad. Sin embargo, ella se permitió otro tipo de formación: la académica y universitaria. Así, dedicada al conocimiento y al ejercicio intelectual, rompió ciertas cadenas de aquella cultura mexicana de principios del siglo XX. Como decía Jean-Paul Sartre, es uno mismo quien debe darse su propio ser; y ella lo tenía bien claro. Se dio a su devenir y fue Rosario Castellanos.

Nació en la Ciudad de México el 25 de mayo de 1925, pero buena parte de su infancia tuvo lugar en la región maya de Comitán, Chiapas. Allí, la vida familiar cambió para siempre, luego de la muerte de su hermano Benjamín, quien había sufrido de apendicitis a los siete años. La pequeña Rosario sintió la necesidad de contar y expresar todo lo que podía soportar. Y así nacieron los primeros escritos. A sus 15 años, ya había publicado algunos poemas y al tiempo volvió a la Ciudad de México para estudiar Filosofía (y Letras como oyente)

En 1948, año en que egresó de la Universidad Autónoma, también publicó sus primeros dos libros de poemas, Trayectoria del polvo y Apuntes para una declaración de fe. Rosario se había consagrado como la primera escritora de aquel pueblo de Comitán, pero sus padres nunca llegaron a verlo: habían muerto con veinte días de diferencia, unos meses antes de las ediciones de ambas obras. Dos años después, publicó otro poemario, De la vigilia estéril. Y se trató de un momento muy particular, porque coincidió con la obtención de su Maestría en Filosofía por aquella misma casa de estudios, con una tesis que fue la primera en exponer la opresión del machismo y el patriarcado, el cual negaban y moldeaban la existencia de una cultura femenina. Este texto, de 1950, abrió el debate feminista que poco a poco comenzó a crecer en aquella región centroamericana

Titulada Sobre cultura femenina, hizo visible una doble condición sobre la que Rosario había reflexionado todos esos años: la de mujer y la de mexicana. ¿Qué significaba ser mujer en el México de los años 50? ¿Qué posibilidades podían tener, como decía aquel filósofo francés, para darse el propio ser? ¿Cuál era la libertad, la autonomía y la independencia, si elegían (o no) un compañero de vida? Ella se hizo de tinta y papel, y fue su modo de ensayar respuestas o, al menos, acercarse a ellas no solo mediante la filosofía, sino también con la novela, el relato, la dramaturgia, el ensayo, la crítica y, mayormente, con su primer amor: la poesía que la acompañó hasta los últimos días.

Sus obras, todos los géneros 

Influenciada por la emotividad de la chilena Gabriela Mistral y la erudición del español Jorge Guillén, entre otros referentes, la mexicana se abrió camino propio con una poesía que fue mutando a lo largo de los años. Si se compara la prolífica producción poética, se puede observar que los primeros motivos y figuras encarnan modos abstractos, para virar hacia reflexiones más depuradas y, hacia sus últimos títulos, una visión y expresión mucho más directos. En su poética, y en libros como Al pie de la letra (1959); Materia memorable (1960), o bien en la recopilación de Poesía no eres tú (1972), hay una constante que se construye en la voz de los marginados, los inadaptados, los enfermos, los perseguidos, los desertores. En este sentido, tal vez podrían compararse con algunos tonos de la Generación Beat norteamericana, con personajes del chileno Roberto Bolaño o las historias del japonés Sakunosuke Oda, que expusieron sobre todo los rostros de las orillas y los bordes del Sistema.  

En su narrativa, creó una ficción en la que no se abstuvo de tratar cuestiones ligadas al llamado "indigenismo mexicano"; las fisuras de la revolución y la lucha de clases; y las condiciones sociales y de mercado que rodean la creación literaria y artística (sobre todo, en el caso de las mujeres). Por ejemplo, Balún-Canán (1959) es su primera novela en la que expone la vida y cosmovisión indígena de la Chiapas de su infancia. Allí exploró las tensiones entre los indios y los blancos, las segregaciones raciales, sexuales y de clase que se unen, a su vez, en la historia de una niña de siete años que luchará por encontrar su propia identidad. En sus otras dos novelas -Oficio de tinieblas (1977) y Rito de iniciación (se creyó perdida, pero se recuperó y publicó en 1996)- y relatos -Ciudad real (1960), Los convidados de agosto (1964) y Álbum de familia (1971)- continúo narrando y reflexionando sobre el rol de la mujer y las comunidades nativas, pero no desde una perspectiva antropológica de la otredad, sino como personajes complejos, ricos, con corazón y alma que forman parte de una civilización a la cual también pertenecen.    

  

En teatro, Castellanos escribió distintos dramas aunque solo decidió publicar unos pocos: Tablero de damas; Judith; Salomé, y El eterno femenino. En estas piezas, y según algunos de sus críticos, es donde la autora se sintió más a gusto para escribir con ligereza, humor, ironía, pero sin abandonar sus preocupaciones sociales, políticas y culturales. Por ejemplo, en Tablero de damas, la autora retrata cierto círculo literario de mujeres que deciden escribir y crear, pero lo hacen más por la atracción de una posición social que por necesidad y vocación. 

Por otra parte, Rosario se dedicó arduamente al ensayo y la crítica. Desde allí, dialogó con las obras más interesantes de su época e, incluso, de otros tiempos. Con inteligencia, claridad, y rigor, llevó adelante una crítica literaria que no abordó desde los prejuicios, simpatías o antipatías, sino con la mayor inocencia y objetividad posibles, para ofrecer a sus lectores algo más que orientación, caminos potenciales que echaran luz sobre obras que creyó ineludibles. Juicios sumarios (1966); Mujer que sabe latín (1973) y El mar y sus pescaditos (1975) reúnen los textos de no ficción que fue publicando en la prensa y revistas especializadas, dedicados a las distintas literaturas y autores del mundo.  

Matrimonio, Tel Aviv y una muerte repentina

Además de la literatura, la otra gran pasión de Rosario Castellanos fue el profesor de Filosofía y diplomático, Ricardo Guerra Tejada, con quien mantuvo una relación llena de tensiones, vaivenes emocionales y distancias, debido a la personalidad intensa y dominante de ambos. Finalmente, se casaron en 1958 y tuvieron un hijo, Gabriel, luego de varios embarazos frustrados y la muerte de una niña recién nacida. Se habían conocido en la universidad y ella nunca dejó de escribirle. Esa correspondencia extensa se publicó bajo el nombre Cartas a Ricardo, en 1994. 

Paralelamente a su escritura, Rosario también se dedicó a la promoción cultural y al ejercicio diplomático: desarrolló distintos roles en el Instituto de Ciencias y Artes de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; dirigió el Teatro Guiñol; fue titular de la Dirección General de Información y Prensa en la Universidad Nacional Autónoma de México y docente en la Facultad de Filosofía y Letras. En 1971, logró la designación de Embajadora de México en Israel. Allí, en la ciudad de Tel Aviv, fue catedrática en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Tres años después, el 7 de agosto de 1974, sufrió una descarga eléctrica en su hogar y murió a los 49 años.

La intensidad y vitalidad de su obra logró que, en las últimas décadas, los expertos recuperaran y revisaran sus escritos, y cada vez más lectores se acercaran a ellos. Según algunos autores, Rosario Castellanos logró fundir el realismo indigenista de la Revolución mexicana con el realismo mágico latinoamericano de los sesenta y setenta, aportando su mirada crítica con una estética única y personal a las letras de la región. Es por eso que la mexicana también forma parte del panteón de los escritores del Boom, quizá no demasiado difundido por su condición de mujer que cierto canon literario ha dejado invisibilizado. Sin embargo, la voz de Castellanos parece estar cada vez más lejos del silencio y con una actualidad que, todavía hoy, tiene mucho para decir.