"El santo de la espada" de Ricardo Rojas, una edición de lujo. Por Isabel Plante
Entre las catorce ediciones de El Santo de la Espada que conserva el Museo Casa Ricardo Rojas, se encuentra esta edición de lujo de 1950, de la cual hay otro ejemplar en la biblioteca del Instituto Nacional Sanmartiniano. Ricardo Rojas había publicado su biografía de José de San Martín por primera vez en 1933 y desde 1945 la editorial Losada la reeditaba con muy buena aceptación y grandes tiradas que, según se puede leer en la solapa, sumaban 200.000 ejemplares. La solapa también hace gala de que se había dispuesto lo mejor en tipografía, compaginación, impresión, encuadernación y en calidad del papel. Además, se habían encargado ilustraciones a Antonio Berni, quien había “compuesto con acierto y fidelidad histórica las hermosas láminas en negro y en colores”. Se trata de 16 imágenes de aspecto acuarelado, impresas a página entera e intercaladas a lo largo del libro.
Esta edición se realizaba especialmente para el centenario de la muerte de José de San Martín en ese 1950 que había sido declarado por ley “año del Libertador General San Martín”. Debajo del título, la cubierta muestra la imagen de un San Martín longilíneo y juvenil con su uniforme militar azul y rojo, el bicornio cubriendo su cabeza, y una gran capa marrón. La figura se eleva en el primer plano de pie sobre una de las cumbres de la cordillera de los Andes. El índice de imágenes del libro la presenta como El Santo de la espada, en referencia a esta suerte de canonización laica que Rojas realizó con su hagiografía. El cruce realizado en el verano de 1817 en dirección a Chile parece repetirse en Paso de los andes
Paso de los Andes
En esta imagen, entre innumerables figuras que tapizan el paisaje montañoso, San Martín se destaca por su tamaño apenas mayor y por su capa blanca. Sin embargo, en la imagen que se utilizó para la portada, el episodio de su vida posiblemente más conocido adquiere mayor espesor simbólico, al prestarse para generar una imagen de grandeza con tintes románticos acordes con la intención de representar al libertador de alcance sudamericano. Una grandeza histórica que se convierte en un fenómeno visible gracias al contraste entre el tamaño de la figura del héroe y el del minúsculo soldado que se ve en el plano del fondo sosteniendo las riendas de un caballo. También en razón del paisaje montañoso de sombras azuladas, que enmarca a esta figura solitaria. Lo sublime de la inmensidad rocosa que lo rodea se le adhiere (el azul de la montaña se confunde con el del uniforme), aún con el aspecto algo aniñado que presenta esta estampa de nuestro héroe.
Para mediados del siglo XX, Antonio Berni contaba con una reputación ganada, en primer lugar, con el viaje iniciático a Europa emprendido a mediados de los años veinte. Había regresado de París en 1931 como un surrealista, lo que implicaba tanto una renovación formal y temática, como un compromiso con el comunismo argentino e internacional. Además, desde entonces había logrado reconocimientos oficiales: en 1940, había obtenido el Primer premio pintura, y en 1943 el Premio Adquisición en Salón Nacional. En 1945, la misma editorial Losada le había dedicado a Berni un libro con texto del escritor y crítico de arte Roger Pla. A su vez, el artista ilustraba libros, como los de la Biblioteca Infantil de Editorial Sudamericana. De hecho, había ilustrado la Historia del General San Martín (1939) de Julio Rinaldini, de esa colección.
Este artista rosarino nacido en 1905 diversificaba su producción intentando optimizar sus chances de obtener reconocimiento y también dinero. En 1950, el mismo año de la edición ilustrada de El Santo de la espada, participó del Salón Nacional con un Niño con jarra, y de una exposición en una galería de Buenos Aires, y a la vez que pintó murales en un cine de Avellaneda. Además, no abandonó la producción de sus obras manifiesto. Así, el óleo Manifestación (1951), de casi dos metros y medio de ancho, representaba un grupo de personas sosteniendo una bandera con el dibujo de la célebre paloma que Pablo Picasso había realizado en 1950 para el 30º aniversario del Partido Comunista Francés.
El libro El santo de la espada tuvo un lugar clave en la consagración de José de San Martín en el punto más alto del panteón de próceres nacionales. Publicada unos pocos años después del primer golpe de estado de nuestra historia, que en 1930 había derrocado al presidente radical Hipólito Yrigoyen, y a diferencia de las semblanzas anteriores de San Martín, como la de Bartolomé Mitre de 1887, la de Ricardo Rojas lo presenta como un héroe que excede lo castrense. Desde el comienzo, anticipa que “la iconografía del guerrero debe completarse con otras imágenes”. Su libro venía a configurar esos otros aspectos que constituían a San Martín como un “héroe civil”, cuya “sencilla grandeza excede las medidas usuales del heroísmo militar”, tal como lo expresaba Rojas.
Combate de San Lorenzo
Las ilustraciones de Berni aportaron literalmente esas otras imágenes de San Martín. A las escenas del Combate de San Lorenzo y de la Batalla de Maipú con composiciones dinámicas que recuperan recursos de la pintura de historia decimonónica,
Batalla de Maipú
se suman otras que representan su infancia, como El niño de Yapeyú
El niño de Yapeyú
o que lo muestran de civil, como La salida de Cádiz o El salón de Escalada.
La salida de Cádiz
El salón de Escalada
La ilustración titulada La esposa y amiga del General San Martín presenta una María de los Remedios Escalada de San Martín elegante que insinúa una sonrisa cómplice (y recuerda otras figuras femeninas voluptuosas de la obra de Berni).
La esposa y amiga del General San Martín
Luego, La vida en Grand Bourg
La vida en Grand Bourg
y La muerte del justo muestran un San Martín anciano posiblemente basado en la única imagen fotográfica conocida: el daguerrotipo tomado en 1848 en París a sus 70 años de edad, que se conserva en nuestro Museo Histórico Nacional.
La muerte del justo
Lo más parecido a un retrato de aparato, es decir a una representación fisonómica acompañada de atributos que ofrecen información sobre la actividad o la posición social de la persona representada, es el de la página 16. Un José de San Martín frontal con uniforme militar inspirado en la miniatura realizada por T. Wheeler posiblemente en Londres en 1823, que también se conserva en el Museo Histórico Nacional. Del acervo de ese museo, Berni podría haber elegido el único retrato para el cual San Martín posó, pintado en 1818 en Chile por el artista mulato peruano Gil de Castro. O podría haber utilizado el retrato de mediados del siglo XIX atribuido a la maestra de dibujo de la hija del prócer, Merceditas; un San Martín heroico envuelto en laureles y en una bandera argentina, que se ha consagrado como la imagen “verdadera” del Padre de la Patria. Sin embargo, el artista rosarino hizo su semblanza a partir de una pintura que, en su tamaño reducido, presenta gran detalle en la descripción de las charreteras y medallas. Un San Martín de cabello vaporoso y expresión franca, cuyo aspecto manso Berni retoma en su retrato sobre papel.
Si El Santo de la espada no adscribía al revisionismo histórico que en esos años alineaba a la figura de San Martín con la de Juan Manuel de Rosas y la de Juan Domingo Perón, posiblemente esta asociación con el entonces presidente de la Argentina avivó el interés por el libro de Rojas. En el contexto del primer peronismo este libro fue un punto de confluencia entre las letras del Rojas radical y las pinceladas del Berni comunista. Esta capacidad aglutinante es, precisamente, la que lo instituye como Padre de la patria; y, a la vez, ese lugar clave que ocupa en la identificación nacional en buena medida se asienta sobre la semblanza de “sencilla grandeza” que acuñó Rojas en su libro. En efecto, San Martín era (y sigue siendo) reivindicado como héroe fundador desde todas las posiciones políticas en la Argentina.