Repensar la casa para pensar la historia
Repensar la casa para pensar la historia

Repensar la casa para pensar la historia

Museos
El artista visual Berny Garay Pringles nos cuenta sobre la presencia de Sarmiento en la vida de cada uno de los sanjuaninos y sanjuaninas.

Cuando hablamos de Historia Argentina, o por lo menos de esa historia que nos enseñaron en el colegio, estamos hablando de los grandes hombres de la Patria. Esos hombres con la mirada puesta siempre en un futuro, con los ojos clavados en un horizonte que parece lejano por fuera del retrato pintado. Historias de hombres hacedores de tiempo, determinantes de ideas arrasadoras o que torcieron los destinos de la misma historia. Es el caso de Domingo Faustino Sarmiento, un prócer presente en la vida de cada uno de los sanjuaninos y sanjuaninas. Su figura y su sombra cubren la mayor parte del territorio provincial, y no hay hecho que no lo vincule. 

En el colegio aprendí lo que querían que supiera en ese momento. Que trajo el ferrocarril, a las maestras desde Estados Unidos, los gorriones, los viñedos. Que fundó diarios, promovió la industria forestal, y enseñó a leer y escribir siendo muy joven. Que fue gobernador, senador, embajador, presidente. Una especie de superhéroe inalcanzable de entender para mi corta edad. Debo confesar que sobre el prócer sanjuanino no puedo decir mucho más en este texto. Hay quienes lo aman y quienes no, y para cada uno de esos sentimientos existen probados argumentos. Fue, sin duda, un personaje polémico en la construcción de la historia argentina.

Sin embargo, en esta tierra rodeada de montañas, la historia siempre me pareció lejana, tanto en el tiempo como en el territorio. Las proezas que nos narraban en la escuela, los campos de batalla y los salones donde los patriotas se reunían a debatir el futuro de una nación en gestación siempre se encontraban lejos de casa, del pizarrón, de mi ciudad. Pero cuando la historia se emplaza a tan solo dos cuadras de tu colegio, se siente distinta. 

Una pregunta particular me ronda en la cabeza desde pequeño y cada tanto se activa. Una pregunta que se actualiza cada vez. ¿Dónde arranca la historia de un prócer? ¿Cuál es el punto de partida en el camino del héroe? ¿Qué hecho determina esa revelación de cambio? Siempre sentí curiosidad por aquellos momentos y lugares fundantes, donde todo comienza. Ese preciso momento en que los sucesos echan a rodar sin poder ser detenidos de ninguna manera.

La escuela de educación primaria a la que asistía quedaba exactamente a doscientos metros de la casa natal del prócer. Era una visita obligada cuando salía de clases. Escaparme hasta “la casa de Sarmiento” era una de mis “aventuras” y me generaba cierta fascinación. Cada vez que entraba, sentía que me colaba, como un pequeño intruso, en la cotidianidad de un vecino. Nunca la vi como un museo. Siempre me pareció una casa de barrio de puertas abiertas. Siempre tuve la sensación de que en cualquier momento salía alguien a barrer y regar el empedrado del frente.

Una casa, por cierto, con una serie de particularidades que con el paso del tiempo y ciertas lecturas fui descubriendo y entendiendo mejor. A primera vista, hoy vago recuerdo de aquella infancia, la casa nucleaba la vida en un patio central al que daban todas las habitaciones. Una forma de edificación muy propia de la época. Como es de esperarse en una provincia calurosa y con un sol imponente, la vegetación es fundamental. En el medio de dicho patio, una higuera, que supo ser frondosa, proporcionaba la sombra necesaria y una temperatura agradable para llevar a cabo las tareas cotidianas de los habitantes de la casa. Muchas inmortalizadas en historias e imágenes: la más clásica es la del niño Domingo que pasaba horas estudiando bajo su sombra mientras su madre tejía.

Sin embargo, al recorrerla, la casa me estaba contando otra historia que yo no veía. La historia de Paula Albarracín de Sarmiento. Una mujer que en el imaginario colectivo siempre fue “la madre de”. Una mujer siempre representada como una anciana de rodete, medio huesuda y frágil. Una figura circunscripta al rol de mujer abnegada, madre dedicada a la educación de sus hijas e hijo y bien predispuesta a los quehaceres domésticos. O al menos esa es la imagen más sólida en la construcción social, pública y patriarcal heredada.

Paula Albarracín, o simplemente Doña Paula, fue, por el contrario, un ejemplo de mujer con una presencia fuerte en la construcción de su familia. Y no puedo dejar de pensar esa casa, ese espacio como su base para ensayar y practicar el desarrollo de un pensamiento de cambio.

Algo fascinante que pude entender es que la casa no solo era el abrigo de los que allí vivían sino la representación de un territorio de libertad y empoderamiento con el que se construía y sostenía la figura de Paula Albarracín. Hay investigaciones que aseguran que la casa se erigió, con el dinero que Paula había generado a partir de su propio trabajo, sobre el lote que ella heredó, volviendo tangible el deseo de emancipación que desde su juventud, incluso antes de casarse, perseguía.

La casa, además, se presentaba como un polo de producción económica. Se tejían ponchos y mantas, y se hacían velas y jabones para vender en la comunidad. Se proponía como un espacio de elaboración y cooperativismo entre Paula y otras mujeres allegadas a la familia que participaban de la cadena productiva, lo que me lleva a imaginar el movimiento de ellas en la casa llevando a cabo las múltiples tareas del negocio y afianzando una cadena de colaboraciones y apoyo estrecho entre mujeres. Hay una extensa lista de otras tareas que también se realizaban en la casa y que funcionaban como un eje entre lo público y lo privado que sería muy interesante desarrollar en futuros análisis.

Hoy me permito pensar esa casa, lejana de aquella que vi en mi infancia, no solo como un espacio familiar, sino también como un núcleo donde se ensayaban y bocetaban los primeros lineamentos sociales, políticos y económicos de los cuales Domingo Faustino Sarmiento tomaría referencia para el futuro. Me gusta pensar que en esa casa, que me fascinaba recorrer de niño, es una mujer quien da respuesta a mi pregunta sobre dónde comienza el camino del héroe.

 

Berny Garay Pringles. Nació en San Juan, Argentina. Artista audiovisual y curador independiente. Como artista expuso en diferentes ciudades del país y en el exterior. Obtuvo becas de perfeccionamiento y participó de clínicas con diversos profesionales del medio. Sus obras se encuentran en diferentes colecciones públicas y privadas.