René Descartes: héroe del pensamiento moderno
René Descartes: héroe del pensamiento moderno

René Descartes: héroe del pensamiento moderno

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A más de cuatro siglos del nacimiento del filósofo francés, repasamos parte de la vida y obra de quien supo, con su "pienso luego existo", cambiar la historia de las ideas del mundo.
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"Como deseaba dedicarme exclusivamente a la investigación de la verdad, pensé que debía rechazar como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, para ver si después de esto no quedaba algo en mis creencias que fuese enteramente indudable", escribió el filósofo René Descartes, en el Discurso del método (1637). Tal vez, se trate de su texto más famoso y uno de los libros más importantes que cambiaron la historia del pensamiento moderno. Con este texto, se dio paso a toda una nueva cosmovisión que, hasta el momento, estaba dominada por el poder eclesiástico. Sin embargo, no fue fácil redactarlo y mucho menos publicarlo. 

El joven Descartes, de acuerdo con algunos autores, era uno de los llamados "libertinos eruditos". Si bien estos no formaban un movimiento, sí un grupo de intelectuales que reflexionaron en contra de aquella moral cristiana, que imperaba aún en la Europa del siglo XVII.

Conocido por su nombre en latín, Renatus Cartesius, nació en el seno de una familia noble, el 31 de marzo de 1596 en la turena francesa, La Haye. En la adultez, era muy popular llamarlo por su título nobiliario: "Señor de Perron". Pero la historia le tenía reservado un lugar mucho más grande que ser un simple noble. No solo transformaría su propia existencia, sino también la de toda una época.

René Descartes, retratado por el pintor barroco, Frans Hals, en 1649.

 

El nacimiento de un genio

Su vida estuvo atravesada, sobre todo, por dos procesos históricos, conocidos como la Guerra de Treinta Años -cuando Francia, con su aliada Suecia, logró desarmar el Sacro Imperio Romano Germánico- y la Guerra de la Fronda -las luchas de los nobles por conservar el poder contra la naciente monarquía absoluta-. No obstante, el pequeño Descartes tuvo una buena infancia, con los privilegios propios de su clase. 

Estudió en el Colegio de los Jesuitas de La Flèche, uno de los más reconocidos de ese momento en territorio francés. Allí recibió una educación netamente escolástica que él mismo no dejó de criticar el resto de su vida, ya que no le proporcionaba las herramientas para buscar y pensar nuevos modos de entender el mundo. Algo que, con el tiempo, fue su única meta.

Luego de aquella renegada formación, estudió Derecho en la Universidad de Poitiers, de donde egresó en 1616. Dos años después, y con una curiosidad inacabable, se enlistó en el ejército de Mauricio de Nassau -líder del norte de los Países Bajos e hijo de Guillermo de Orange- para conocer más allá de la cotidianidad de su pueblo. Las expediciones militares le ofrecieron un poco más de mundo y perspectivas de ideas, mediante las cuales continuó repensando sobre las verdades absolutas que tanto lo obsesionaron.

Viajó por el resto de Europa y fue durante el invierno de 1619 cuando tuvo, lo que algunos llaman, una revelación intelectual, a partir de su vasto conocimiento en matemática: la posibilidad de incorporar y generalizar los métodos científicos de esta disciplina al resto de las ciencias. De esta manera, supuso que podía entregarles la rigurosidad que, según él, estas no tenían y poder conocer el resto de los misterios de la vida y el pensamiento.

En 1622 volvió a Francia y se deshizo de sus tierras. Esa fortuna le permitió solventar sus gastos de forma independiente y segura. Pero la seguridad de su vida en territorio francés no corría la misma suerte. Sabía que sus ideas y textos que ya había comenzado a escribir podrían despertar la ira de la inquisición cristiana, como ya sucedía con muchos de sus colegas que se animaron a desafiar lo naturalmente dado por la Iglesia.

Es por ello que Descartes viajó a Holanda, donde aún se respiraba cierta libertad para pensar y escribir. Allí pasó veinte años, donde compuso casi toda su producción filosófica.

Si bien ya había logrado un gran reconocimiento como matemático -investigó ciertas cuestiones sobre la tangente- y como inventor de una máquina para tallar lentes, en 1633 escribió el Tratado de la paz o del mundo, a partir de sus lecturas y adscripción a la teoría heliocéntrica de Copérnico. Sin embargo, se abstuvo de publicarlo, porque ya era noticia muy difundida el juicio y condena a Galileo Galilei por parte del Tribunal de la Inquisición. Por miedo, se autocensuró.

En vez de eso, se dedicó a publicar otros de sus trabajos, menores en comparación, que reunió con una introducción titulada "Discurso del método para bien dirigir la razón y buscar la verdad en las ciencias". En este texto, Descartes dejó en claro un método resumido en cuatro reglas, para ir en busca del saber verdadero de todo cuanto se pretendía conocer: evidencia, análisis, síntesis y recapitulación.

Dudar de todo 

Con este escrito de 1637, el pensador realizó un giro enorme a todo lo conocido hasta entonces. Es que se trata de un gran momento cuando se desafía de forma absoluta el criterio de autoridad para abrazar definitivamente la razón. Para ello, sostuvo, dudaría de todo.

"Estoy seguro al menos de que existo y de que existo como algo que piensa. Esto que soy no es el cuerpo, sino una sustancia cuya esencia consiste en pensar", señaló Descartes en su texto. Allí, demostró que dudar es también un modo de pensar, y pensar es una prueba de la propia existencia. Por lo tanto, dijo el francés, "ego cogito ergo sum" (pienso luego existo).

El criterio para descubrir lo verdadero, entonces, no está en el objeto, en las cosas, sino en el sujeto, ya que la evidencia parte de las ideas y estas, según Descartes, son meras representaciones subjetivas. Desde allí, por lo tanto, creyó encontrar una verdad absoluta a partir de la cual podría llegar a todas las demás. Hoy, claro está, es una pretensión que la filosofía contemporánea abandonó hace tiempo.

Este "yo que piensa" revelado por el filósofo se difundió rápidamente por todo el Viejo continente. Por supuesto, tuvo sus refutadores y perseguidores como Gisbert Voetius, el rector de la Universidad de Utrecht, que lo acusó oficialmente por ateísmo y prohibió sus textos en la institución. Por su parte, los jesuitas consideraron un delito a todo aquel que se asumiera como cartesiano (seguidores de Descartes). Pero no sirvió de nada: muchos intelectuales europeos ya habían tomado conocimiento de esta nueva manera de pensar, a la que, además, adscribieron con mucho entusiasmo. 

Estocolmo, la Reina y el último aliento

Por su enorme fama, Descartes entabló entrañables relaciones no solo con otros físicos, matemáticos, filósofos y médicos, sino también con muchas personalidades poderosas e influyentes del siglo XVII. Entre ellas, la Reina Cristina de Suecia. 

Ella, un mujer curiosa y ávida de conocimiento, lo invitó a Estocolmo para que le enseñara filosofía en su propia corte. Descartes aceptó. Acostumbrado a levantarse no antes de las doce del mediodía, por primera vez, debió madrugar para llegar al palacio. Y así lo hizo, pero el crudo frío de la región no fue para nada benevolente. Descartes contrajo una pulmonía que puso fin a su vida, el 11 de febrero de 1650.

Apodado por Hegel -otro grande de la filosofía- como un "héroe del pensamiento", René Descartes se ganó la inmortalidad por ser uno de los primeros en ir más allá acerca de la totalidad de cuanto existe, de cuestionar la autoridad que definía qué creer y qué pensar, y por demostrar con inteligencia y sabiduría una nueva forma de concebir el mundo que habitamos y construimos. Tal vez, gracias a él, la humanidad entendió no solo que existía, sino también, y sobre todo, que podía tener un pensamiento propio.