¿Quién fue Héctor Ciocchini, el primer warburgista argentino?
¿Quién fue Héctor Ciocchini, el primer warburgista argentino?

¿Quién fue Héctor Ciocchini, el primer warburgista argentino?

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El 1 de agosto de 2019 se cumplen 97 años del nacimiento de uno de los poetas, críticos y docentes más notables que tuvo la Argentina. Fue quien introdujo el pensamiento de Aby Warburg para revolucionar el modo de entender las culturas y artes. En esta nota, repasamos parte de su vida y obra
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“Sos el primer warburgiano argentino”, le dijo en cierta ocasión el historiador y profesor José Emilio Burucúa. “No, para nada” -le contestó otro gran docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA-. “El primero fue Juan Luis Guerrero, quien citaba a Warburg en sus clases de Estética”. De todos modos, Burucúa sintió que eso jamás le quitó el derecho de la precedencia a su interlocutor: poeta, crítico, traductor, teórico de la literatura y las artes, quien, con toda humildad, se corría de ser la figura introductoria del pensamiento warburgiano en el país. Era Héctor E. Ciocchini, de quien este 1.º de agosto se cumplen 97 años de su nacimiento en la ciudad de La Plata.

(Foto: Héctor Eduardo Ciocchini).

El primer warburgista argentino

Gran lector y con una enorme curiosidad y capacidad intelectual, Ciocchini fue quien realizó un trabajo inicial en la Argentina del notable historiador del arte, Aby Warburg. Este alemán, nacido en la ciudad de Hamburgo en 1866, había revolucionado el modo de estudiar la historia de las artes y las culturas por su original metodología, la cual denominó “el atlas Mnemosyne o atlante de la memoria”. El enorme aporte de Warburg fue relacionar imágenes clásicas o de la antigüedad con las del primer Renacimiento. A partir de ahí, y mediante los términos que acuñó como Nachleben (pervivencia) y pathosformeln (fórmula del páthos), estudió los gestos y elementos del pasado que aún vivían en épocas y contextos muy posteriores.

De esta forma, pudo crear una gran red de nexos y relaciones -también de las pasiones y emociones- que pueden rastrearse mediante el montaje de obras visuales, con la intención de una aproximación e interpretación del momento cultural en que fueron creadas.

 


(Foto: El historiador del arte, Aby Warburg).

La mirada warburgiana

Ciocchini, a mediados de los sesenta, y luego de quince años de trabajar en el Instituto de Humanidades en la Universidad Nacional del Sur -convocado por Vicente Fatone y Ezequiel Martínez Estrada-, pasó una larga temporada en el Instituto Warburg de Londres.

Allí, abordó y profundizó los estudios del historiador alemán, para luego “analizar las obras de autores contemporáneos, desentrañar las raíces de nuestra herencia hispánica y, sobre todo, comprender la naturaleza del acto de creación y el significado del ‘ser argentino’”, expresó la historiadora María de las Nieves Agesta, en un prólogo para Temas de crítica y estilo: uno de los libros de Ciocchini. Esto, además, permitió en el país pensar desde nuevas perspectivas las disciplinas humanísticas, y los fenómenos artísticos y estéticos.

 

Exilios

Aquellos años fueron de muchos logros académicos para el profesor, pero ya otra vez en la Argentina, entre 1973 y 1976, la persecución política y la tiranía militar lo sometieron a un acoso permanente. Fue luego de la desaparición de su hija María Clara, en la Noche de los Lápices, que volvió a Londres para exiliarse. Una vez más, fue el Instituto Warburg el que lo recibió y cobijó. En Inglaterra, no dejó de hacer lo suyo y dictó seminarios en el Saint Catherine’s College y en el King’s College.

Democracia y amigos

Con el retorno de la democracia en 1983, Héctor Ciocchini regresó a Buenos Aires, pero no pudo recuperar su trabajo ni sus puestos académicos, hasta tiempo después. Sin embargo, comenzó a juntarse con amigos y seguidores para debatir, sobre todo, aquellos temas que tanto le apasionaban: historias de las artes, de la ciencia, filología, estilística y, por supuesto, las obras poéticas de Góngora, Keats, Valéry, entre tantos otros.

Esas reuniones se fueron haciendo cada vez más regulares, hasta que conformaron una suerte de academia secreta. Incluso fue bautizada por el propio Héctor, como “la academia del insensato”, en una clara actitud desafiante contra el poder. Luego, sobreapodaron el grupo como “Hermáthena”: un juego de palabras entre los nombres de los dioses griegos Hermes y Atenea (deidades mitológicas que representaban la sabiduría, las artes y las ciencias). Incluso, eligió como emblema un fresco del siglo XVI del italiano Federico Zuccari.

(Hermáthena, del italiano Federico Zuccari. Siglo XVI).

Con Raúl Alfonsín ya en la presidencia nacional, comenzó el juicio a las Juntas Militares por sus crímenes de lesa humanidad, y el profesor Héctor Ciocchini, en memoria de su hija, no dudó en ir a declarar cuando todavía había mucho miedo y dudas en hacerlo. Un año antes, ya había sido reincorporado en el CONICET. Así, continuó con sus investigaciones en filología y estilística. Entre sus publicaciones se destacan: Temas de crítica y estilo (1960), Los trabajos de Anfión (1969), El sendero y los días (1973), Monstruos y maravillas (Con Luigi Volta, 1992) y Homenaje a John Keats (1995).

Por supuesto, el profesor nunca dejó de escribir poesía. “En el campo poético, fue un hacedor de mitologías. Fue en muchos aspectos, sobre todo al final de su vida, un emulador del poeta griego Arquíloco, frente a quien los poderosos, al escuchar sus versos -dice la leyenda- se ahorcaban de vergüenza”, compartió Burucúa, en un homenaje a Ciocchini que se realizó este año, en el Primer Simposio Internacional de Aby Warburg en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. 

Últimos años

En 2005, Ciocchini visitó -como hacía asiduamente- esa misma Biblioteca. Esta vez, por un motivo especial: entregarle el manuscrito de Piedad de la tierra a Laura Rosato, investigadora de la institución, con quien había establecido una relación entrañable entre lector y bibliotecaria. Él quería la opinión Rosato sobre la obra. Ella aceptó, aunque sorprendida y emocionada por ese honor. Sin embargo, jamás volvieron a verse. El profesor había fallecido el 19 de mayo de ese año, apenas unas semanas después, y el libro nunca se publicó. ¿Llegará el día en que salga a la luz? Habrá que esperar para ver.

Poemas de Héctor Ciocchini

  1. Las orillas desiertas
    I
    Reposa tu cabeza
    torturada de sombras y tormentas:
    sea la lluvia un saludable olvido
    en su morosa destilación
    sobre las piedras inmemoriales.
    Después de cada viaje
    en los recintos ardientes del amor,
    en su azaroso olvido,
    vuelvo a reconocer mi soledad
    como un ciego las piedras de su casa.
    Y así en la gruta del deseo,
    en donde se repiten los sueños de los padres,
    vuelve a llorar una sabiduría
    en que sólo se atisba la corriente
    de un mar brutal y sordo
    que renueva incesante su pasión.
    (De Herbolario, 1982).

  2. A María Clara

    Sálvame, martirizada,
    de la crueldad del amor, de los seres humanos,
    de su feroz herida. Llévame
    a la serenidad del canto.
    Que mi plegaria sea ponderada, un bálsamo
    para mi inquieto corazón.
    Tú que sufriste todos los martirios
    calma este agudo dolor, la soledad de la edad y de la muerte
    asomando sus pies debajo de mis pasos.
    Amor que me das muerte
    retira la crueldad de tus armas,
    cede tu paso al sueño y al reposo.

    (De Homenaje a John Keats y Fragmentos de un diario, 1995).
  3. Mi existencia
    Si mi existencia es sólo
    una gran negación de la luz,
    un gran error, un crimen
    que sangra por todos los costados,
    un vano discurrir sobre los dioses,
    su apariencia absoluta de miseria
    no hace más que proclamar tu grandeza,
    oh gran desconocido.
    En tu vacío me muevo
    te doy muerte
    con cada uno de mis actos;
    pero, quizá, al creer darte muerte
    sigo tu voluntad,
    afirmo mi existencia fugitiva,
    tu eternidad sin nombre.

    (De Conjuros, 1975)