¿Por qué ver a Joan Miró?
¿Por qué ver a Joan Miró?

¿Por qué ver a Joan Miró?

Carmen Fernández Aparicio, una de las curadoras de la muestra, explica la relevancia del artista en la historia y da algunas claves para apreciarlo
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Sobre un fondo neutro –blanco crudo, tal vez, grisáceo–, comienzan a bailar figuras redondeadas, a veces atravesadas por líneas rectas, todas llenas de colores vivos: rojo, azul, amarillo, verde. También el negro tiene su protagonismo: dirige los movimientos de la representación. Así se muestra Mujer, pájaro y estrella (homenaje a Picasso), un óleo sobre lienzo de gran formato pintado por uno de los más destacados artistas españoles del siglo XX: Joan Miró (1893-1983), quien supo poner voz propia a la vanguardia artística que se conoció como surrealismo europeo.

A partir de esta semana –y hasta febrero de 2018–, el Museo Nacional de Bellas Artes celebra con una exhibición la producción de los últimos veinte años del artista: “Miró: la experiencia de mirar”. Se trata de cincuenta obras realizadas por Miró entre 1963 y 1981: 18 pinturas, 6 dibujos, 26 esculturas y 2 filmes, pertenecientes a la colección del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de España, con curaduría de Carmen Fernández Aparicio y Belén Galán Martín.

“Nuestra idea principal fue reflejar el universo de Miró, ver toda la unidad que hay entre pintura y escultura de su mundo iconográfico y lingüístico. Todas las obras proceden del Museo Centro de Exposiciones Reina Sofía, salvo el óleo que homenajea a Pablo Picasso, que forma parte del acervo de la Fundación Miró: una de la joyas que exponemos aquí, la primera obra de Miró que compró el Estado español, en 1978”
, destacó la curadora Fernández Aparicio.

Las obras de Joan Miró proponen el estallido y aparición de un momento, un destello, con la intención de guiar al espectador hacia una intensa sensación frente a la obra. Y lo logra con mínimos recursos: pocos trazos, alguna que otra salpicadura, un poco acá y otro poco allá. “Primero nos tiene que impactar”, señaló Fernández Aparicio, refiriéndose a la idea de belleza que perseguía Miró. Luego de esta explosión de sentimientos, se podrá bucear entre las referencias, símbolos y conceptos que construyen el universo Miró: un espacio sintetizado donde todo cuanto existe tiene su lugar.

“Su producción parte de un motivo casual o fortuito, que puede ser una mancha, una gota, una huella, un objeto encontrado o un elemento de la naturaleza, recreando, por medio de este impulso, un tema frecuente en su obra: la representación de la naturaleza y la figura humana”, dice el texto curatorial. Y es que Miró, con gran técnica y visión –y refutando la popular frase “esto puede hacerlo un niño”–, moldea la realidad con materia y signo, fondo y forma. Así reconfigura un lenguaje simbólico, refuerza y jerarquiza el idioma de la mirada.

Por otra parte, se presentan dos interesantes cortometrajes: Miró parle (Miró habla, 1974), del francés Clovis Prévot, donde Miró repasa su carrera a través de una entrevista realizada en 1972, en Palma de Mallorca, por Pere Portabella y Carles Santos; y Miró l’altre (Miró, otro, 1969), una de las piezas más importantes de la filmografía de Portabella, dedicada al pintor, que documenta la composición y posterior destrucción que hace Miró de un mural sobre la vidriera del Colegio Oficial de Arquitectos de Barcelona.

Joan Miró en la historia del arte

“No será el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginación”, escribió el poeta francés André Breton en su Manifiesto Surrealista (1924), sentando las bases desde la literatura de un nuevo tipo de arte, aunque el primero en utilizar el término “surrealismo” fue el escritor Guillaume Apollinaire, refiriéndose a su obra Les Mamelles de Tirésias (1917). Y es que en comunión con las importantes investigaciones de Sigmund Freud –sobre la interpretación de los sueños y el psicoanálisis–, estos artistas alentaban el fluir del inconsciente, la imaginación, la indagación onírica, el compromiso político, la fuerza poética de la literatura, la libertad y falta de lógica en los procesos creativos, entre otras cuestiones.

El surrealismo, entonces, se abrió paso entre las vanguardias de la primera mitad del siglo XX, continuando con algunos elementos ya introducidos por el dadaísmo y funcionando como una suerte de laboratorio en cuanto a los lenguajes plásticos utilizados. Esto, por supuesto, profundizó el quiebre en la historia del arte que ya se había producido con Marcel Duchamp, al proponer su famosa Fuente (1917) y otros objetos que instalaron el ready-made como un arte lejos de las instituciones y convencionalismos de la Academia.

En el mismo año en que André Breton publicó su famoso texto de vanguardia, también fundó la Oficina de Investigaciones Surrealistas para juntar experiencias artísticas que no tuvieran que ver con la razón y la lógica. De esta forma, se proponía hacer convivir a los artistas de distintos lenguajes; pero su temperamento, según escritos de la época, hizo ingresar y echar –a veces, más de una vez– a muchos de los artistas que abogaban por el movimiento. Algunas bromas del momento decían que para ser miembro, había que ser echado primero. 

“Miró es un artista que, considero, fue importante durante toda su trayectoria. Es uno de esos genios que, desde su juventud, su obra está rompiendo con lo anterior, está revolucionando, está abriendo caminos. Y se vuelve un artista tan potente que, durante sus últimos años, demuestra toda su fuerza y el valor que tiene su lenguaje capaz de crear. Como los grandes genios –Picasso, Rembrandt, Goya, por ejemplo–, sigue hasta el final renovándose, sin perder su identidad”, señala la curadora Fernández Aparicio.

Joan Miró nació en Barcelona, tuvo un primer trabajo en Cataluña y, después, viajó a París. Aquí es cuando se acerca a los poetas surrealistas. Es curioso que Miró, sin entregarse demasiado al grupo de Bretón, haya sido el primero en darle un estilo a la pintura surrealista, anticipándose a las creaciones de Salvador Dalí. “Las obras que hace a partir de 1924, pinturas oníricas, tiene el primer estilo surrealista. No entró a formar parte del grupo porque siempre estuvo al margen de las congregaciones cerradas y, además, tenía un espíritu muy libre. Él creó ese primer momento de la pintura surrealista, que era muy abstracta, muy diferente a lo que luego fue el surrealismo pictórico de Dalí, más ligado a la interpretación de los sueños. Es por eso que el primero que hizo una pintura dentro del parámetro surrealista fue Miró”, explicó Carmen Fernández Aparicio.

Y agregó: “También, a partir de 1928, fue muy importante en la creación de objetos, la tridimensionalidad del surrealismo. Así como fue en pintura, Dalí dio otra dimensión. Miró trasciende todo aquello, hasta que empieza la Segunda Guerra Mundial. Luego, de esta, fue también muy destacado para el movimiento de toda la pintura a nivel internacional. Por ello, se transforma en un referente para todos los expresionistas abstractos desde los años 50. Se vuelve uno de los grandes de la vanguardia pictórica”.

¿Por qué ver a Miró?

No son pocos los expertos quienes sostienen que la experiencia artística y la experiencia estética son cosas diferentes. Mientras la primera aborda cuestiones más formales, en íntima relación con lo que cada visitante posea –no solo para disfrutar, sino también explicar, interpretar, dar sentido, etc., en caso de que las obras se presten a este juego de competencias–, la segunda será aquella dirigida hacia las sensaciones y emociones, los sentimientos a los que apela más allá de lo que trate en el campo intelectual.

Es por ello que, hoy, redescubrir las obras de Joan Miró puede convertirse en una oportunidad única, un momento para correr el velo de los relatos canónicos y entregarse a un estado de placer y gozo, como si se tratara de una suave melodía instrumental, sin necesidad de salvavidas discursivos que aparten la mirada del legado de este artista español. En los trazos y colores está el espíritu de Miró.

“Este artista tiene una producción de altísima calidad. Es uno de los genios del siglo XX, porque tiene un lenguaje personal: como gran pintor que fue, creó un lenguaje y un mundo propios que hacen referencia a la presencia del ser humano en el mundo, a la representación de la mujer, al paisaje y su dimensión trascendente y poética”, señaló la curadora, invitando a todo el público. Y concluyó: “Se trata, además, de un disfrute auténtico. Creo que la exposición lo refleja: descubrir su inventiva, creatividad, destreza manual y técnica, la libertad con la que llega hasta lo último de su vida, sin prejuicios ni ataduras”.

¿CUÁNDO VISITAR LA MUESTRA?

Desde el 26 de octubre hasta el 25 de febrero de 2018. De martes a viernes, de 11 a 20, y sábados y domingos, de 10 a 20, en el Museo Nacional de Bellas Artes (Avda. del Libertador 1473, CABA).

Entrada libre y gratuita.