Pedro Mairal: “Borges es el San Martín de nuestra lengua”
Pedro Mairal: “Borges es el San Martín de nuestra lengua”

Pedro Mairal: “Borges es el San Martín de nuestra lengua”

Letras
El escritor es uno de los jurados del premio Ficciones, destinado a escritores nacidos después de la muerte de Borges
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“Aprender a escuchar y a observar. Animarse a contar toda la verdad y aprender a mentir.  Y, por último, leer poesía”. Esos son los consejos que da a los escritores jóvenes Pedro Mairal, uno de los jurados del premio Ficciones junto a Félix Bruzzone, Selva Almada y Pola Oloixarac. El certamen es un homenaje a Borges que consiste en premiar al mejor libro de cuentos presentado por escritores nacidos después de su muerte, hace 30 años. El objetivo es estimular y difundir la nueva literatura argentina. ¿Por qué Mairal aconseja a los integrantes de esa nueva literatura leer poesía? “Porque ahí está la fuerza de la palabra. La esencia de la literatura está ahí”, dice.

¿Cómo puede influenciar la figura de Borges a esos escritores? “No tengo ni idea”, contesta Mairal, autor de las novelas Una noche con Sabrina Love, El año del desierto, Salvatierra y La Uruguaya, además de poemarios y el volumen de cuentos Hoy temprano, entre otras obras, y se ríe. “Hay muchos chicos jóvenes que vienen a mi taller y no te podría decir que distinga una influencia borgeana en esa generación. Y eso está bueno. La influencia borgeana cuando es evidente es horrible. Cuando hay un olorcito a laberintos y a astrolabios no funciona”, sigue.

-¿Y para tu generación cómo creés que funcionó? ¿Influyó en tu propia escritura?

-Tenemos una relación con Borges menos parricida que la de otras generaciones. La generación anterior necesitó escribir “a pesar de” Borges. Yo no siento que me hace sombra o que me impide escribir. Al contrario, me ayuda. Borges fue muy importante para mí. Es como si Borges fuera un abuelo literario y no un padre literario; y con los abuelos uno no tiene conflicto. Siento que Borges me ilumina con su inteligencia. Abrió puertas, abrió temas, volvió universal el temario posible de los escritores. Siento que tiene una generosidad intelectual enorme, que cuando lo leés te sentís inteligente, como que participás de su inteligencia al leerlo. Tiene unos conceptos sintácticamente tan claros que de golpe es como que te ayuda y el cerebro piensa cosas nuevas, con nuevas estructuras. Nunca sentí que me lo tuve que sacar de encima. Si te ponés a tratar de imitarlo se nota en la primera palabra. Empezás a hablar de los laberintos y ya te se te congeló la escritura. La influencia de Borges no va por el lado tanto por el lado de la sintaxis específica o del imaginario de tigres y laberintos sino como una apertura a temas más universales. Me parece que con el castellano hizo algo interesante, le hizo una especie de síntesis.

-¿En qué sentido?

-Hizo algo medio “anglo”, medio inglés. Por ejemplo: en el principio del cuento que se llama “La forma de la espada” en el que hay un tipo que tiene una cicatriz, Borges dice “le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa”. Un adjetivo nada más. Capaz que sin la influencia de Borges un escritor hubiera dicho “le cruzaba la cara una cicatriz que todas las mañanas le hacía sentir el rencor por el hombre que lo había herido” y Borges en un adjetivo resume eso. Es muy sintético y creo que eso le hace mucho bien al castellano. Porque el castellano es un idioma que puede ser muy pesado y muy pomposo si te descuidás, si te entregás al donaire español. Borges lo poda, lo vuelve más sintético, lo vuelve más ágil y eso me parece que es una gran influencia. En cierta manera, Borges funciona como un libertador de América. Es como una especie de San Martín de nuestra lengua porque nos libera de la floritura.

-En La uruguaya, aparece como algo central la figura del escritor, ¿qué es para vos un escritor?

-¡Qué difícil! Hay tantos tipos de escritor como escritores hay. A veces es el escritor es un tipo que siente que vive en paralelo o que está exento del mundo. Como que no pasa a escena, está de testigo, observando. Cuando agarro un personaje así es interesante empujarlo a escena. El escritor siempre está pensando “esto es un borrador, esto es un ensayo”, nunca está como metido en la vida, en el momento. Entonces está bueno en personajes así empujarlos al escenario. Un sueño muy recurrente entre los actores es que están en el escenario ensayando y de golpe levantan el telón y se dan cuenta de que están en la obra, que hay gente en el teatro. Y un poco el escritor está siempre en esa situación.

-¿Y en tu proceso de escritura cuánto hay de observación de la realidad?

-Generalmente parto de la observación. Pero la vida sola te empuja a escena. No te queda más remedio, te salís y te empujan de vuelta. Me parece que eso es interesante. Por lo menos en La uruguaya hago un poco eso. El tipo quiere vivir una aventura, ir a buscar esa plata, ir a ver a esa chica que conoció en el verano anterior en Uruguay. Finalmente lo va a hacer y le sale re mal. Después hay otro tipo de escritores, que están muy parados en el mundo, que son muy protagonistas.

-¿Cómo quiénes?

-Pienso en esos escritores que tienen una opinión muy directa y una influencia en la coyuntura política, en un intelectual tipo Carlos Fuentes o Mario Vargas Llosa. Quizá lo que te puede meter un poco en el mundo es la pata del periodismo, eso es interesante. A mi, escribir para Perfil me vino bien porque me empujaba hacia los temas de la semana, me sacó de mi  zona cómoda.

-¿Te inspirás en los temas de actualidad cuando escribís ficción?

-Si, pero no diría que en la actualidad, exactamente porque tiene algo muy efímero. Trato agarrar cosas de la época. Por ejemplo lo del “Tetazo” (N. de la R.: la manifestación de mujeres en el Obelisco porteño tras el operativo policial que impidió que tres mujeres hicieran topless en Necochea) me interesa, pero para ver cómo es la relación de la sociedad con las tetas, como empieza a aparecer el tema, cómo tomó cada época el tema de los pechos femeninos. ¿Cuándo empezaron a ser tabú?. En los frescos egipcios las mujeres están con los pechos desnudos sin que parezca una provocación. Ese era el cuerpo, no es que “tenían” tetas. Me interesa cómo aparecen en la Edad Media, en el Renacimiento, cómo empieza a aparecer la idea de una mujer sexy en los 60, qué pasa en Occidente con eso, qué pasa en el Catolicismo.

-¿Y a partir de eso cómo llegás a una idea para escribir?

-Intento ver el arco temporal de las cosas. Todo está atravesado por el tiempo. Por eso el concepto de actualidad no me gusta mucho porque es como una especie de fotito instantánea y lo que hay que hay tratar de hacer es ver la profundidad de campo, los procesos en esa foto, ver cómo se llegó hasta ahí y hacia dónde va.

-En lo concreto, ¿tenés rutinas de escritura? ¿Escribís todos los días?

-Solamente cuando estoy trabajando con un libro, ahí me siento a escribir todos los días. Para escribir novelas evidentemente tenés que sentarte. Para este último libro lo que hacía era desconectar el wifi. Porque aparece esa distracción, la “mafia interna” que te dice “tendrías que enchufarte para buscar tal dato”. Entonces ponía una hoja de papel al lado de la compu y anotaba “buscar tal cosa” y cuando me decía “tenés que llamar a tal para que se acuerde lo del fin de semana” anotaba “llamar”. Me vino muy bien eso porque yo tengo una cabeza muy distraída y con internet y con la compu convertida en todo lo que ahora, se me exacerba eso. Entonces necesito cortar un poco, convertir la laptop en máquina de escribir.

-¿Tenés algún otro ritual de escritura?

-Cuando estoy escribiendo un libro o un texto largo trato de escribir a la mañana. Las cosas cortas puedo escribirlas a cualquier hora, pero para las cosas largas necesito estar fresco de la cabeza. También trato de anotar, no confío nunca en la memoria porque siempre me olvido. Siempre llevo una libreta en la mochila. Ahora estoy haciendo canciones y entonces me grabo con el celular. Se me ocurre una melodía, me hago un audio y la canto porque esas cosas son más volátiles.

-Stephen King dice que si te lo olvidaste es porque no importa…

-Sí, la memoria puede ser un filtro de calidad. Por ejemplo, uno de Los Beatles agarraba la guitarra y le cantaba las canciones a los demás y si se la acordaban al día siguiente ingresaba de alguna manera al grupo. Y las canciones de Los Beatles son muy pegadizas así que algo hicieron bien. Quizá en parte tenía que ver con eso, en confiar en que si se acordaban la canción servía.

-Si tuvieras que hacer tu propio decálogo del escritor, ¿cómo sería?

-Siempre dejo que haya control y descontrol en la escritura. Planifico cuando estoy pensando una novela, pero dejo que la escritura misma vaya suscitando sus propias reglas y situaciones que no tenía pensadas. Eso le da vitalidad al texto. Tenés que prender mucho el radar cuando estás escribiendo porque de repente te sirven hasta las canciones que escuchás. Estás con un plan y de golpe se mete algo. Hay que estar alerta. Yo miro mucho qué puedo agarrar de la vida cotidiana. También me parece que es bueno para escribir ejercitar distintos estilos. No digo que de los ejercicios vaya a salir algo necesariamente bueno. Pero cuando aparece realmente la fuerza de una historia, esa historia encuentra en vos la mejor forma de ser dicha porque ya probaste escribir en el tono de un niño, en primera persona, en tercera persona o ya probaste hacer algo más poético, más informativo, más periodístico. Eso te ayuda a que una historia encuentre la mejor manera de ser dicha. A lo largo de una novela eso puede aparecer de distintas formas, puede haber distintos estilos. Me parece que es importante el ejercicio, el “gimnasio de escritura”, pero siempre divirtiéndose. Hay que entregarse a la felicidad del lenguaje, a la fuerza de la palabra.

-¿Y al proceso de escritura lo vivís así, con felicidad plena?

-Noooo. Puteo muchísimo y muchas veces digo que no estoy trabajando, me amargo. No es todo el tiempo una gran sonrisa, pero creo que no hay que perder la capacidad lúdica. Hay que jugar en serio como hacen los chicos, que se la creen completamente. Es interesante tomar en serio el juego y tener conciencia de que estás haciendo una maquinita que otro la va a leer y la va a pasar por su cabeza, la va a leer a su manera.

-¿Pensás en el lector cuando escribís?

-Trato de ubicarme en un lugar similar. Leo el texto como si lo estuviera leyendo por primera vez para intentar comprender qué lee el lector sin toda la información que yo tengo en la cabeza. Porque vos sabés lo que quisiste decir, pero no siempre es igual a lo que dijiste y lo que quisiste decir te nubla un poco la mirada. Se necesita un poco de tiempo, tomar un poco de distancia del texto. Ahí te olvidás de lo que quisiste decir y es como si lo leyeras por primera vez.