Palito Ortega: "Lo más fuerte que viví con un amigo fue con Charly"
Palito Ortega: "Lo más fuerte que viví con un amigo fue con Charly"

Palito Ortega: "Lo más fuerte que viví con un amigo fue con Charly"

Música
Vivió la historia del rock argentino como testigo y protagonista; así ve los inicios y el presente del género en el país
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Ramón “Palito” Ortega nació en Lules, Tucumán, en 1941. Es cantautor, actor, productor discográfico, director de cine, ex gobernador de Tucumán (1991/1995). Autor de “La felicidad”, “Yo tengo fe”, “La sonrisa de mamá”, “Corazón contento”, “Bienvenido Amor”, entre tantos otros éxitos, Palito comenzó a trabajar a los cinco años como lustrador de zapatos para ganar dinero y ayudar a su familia. A los 15, dejó su Lules natal y rumbeó a Buenos Aires. Vendió café en la calle, desenterró ataúdes abandonados, colmó teatros, integró el famoso Club del Clan, dirigió, actuó, cantó. Hermano de la vida de Charly García, a quien admira y cuida de cerca, confiesa que su amigo es “un ser de una inteligencia superior y un músico sublime”.

Palito se convirtió en testigo y protagonista de la escena musical de las últimas décadas. Y aquí se suma, entusiasta, a conmemorar los 50 años del rock nacional.

-¿Ramón, Palito, o Tolipa?

-Depende con quién tratemos. Aníbal Troilo empezó con esa vuelta, cariñosamente. Era un tipo divino. En el abrazo me decía: “Tolipa querido, Tolipa querido, ¿cómo estás?”. Goyeneche también me lo tiró varias veces. Es muy porteño o de tango eso de chamuyar al verre, como dicen.

-¿Cuándo nace para Usted el rock nacional?

-En los '50, inclusive a comienzos de los '60, la Argentina estaba muy dominada por la música anglo. Las radios difundían muy poco en español. A comienzos de los '60, El Club del Clan provoca un cambio a partir del cual se empieza a difundir mucha música en español. Los éxitos que llegaban de Italia o de Estados Unidos ya no se difundían en su idioma original sino que se los traducía al español y así se difundían. No podría precisar en qué momento exacto aparece el movimiento del rock nacional o rock argentino. Se discutió mucho el término; el rock era rock. Lo único que se identificaba como nacional es el folclore y el tango. Los Beatles produjeron un cimbronazo muy fuerte en todos los grupos, así como Presley provocó un cimbronazo muy fuerte en todos los solistas. Pienso por ejemplo en la orquesta de Eddie Pequenino, famosa por los rock and rolles que hacía. Era gente grande que no se vestía con el look del rock pero lo hacía. Luego aparecen imágenes de identificaciones con algunas figuras.

-¿Por ejemplo?

-Tal vez el caso más contundente haya sido Sandro, el mejor Presley latino que yo conocí. Ese comienzo del rock and roll, pantalón de cuero, chaqueta de cuero, como el caso de Sandro, inspira a varios otros grupos. Más tarde aparecen diferentes expresiones de rock and roll. Había un rock muy musical y muy poeta, y otro rock que era muy confuso. Esto me hace acordar a lo que Charly (García) solía decirme, que muchos chicos tocan más fuerte que bien. De repente aparecía uno que era excelente, que escribía bien y sabía música y entonces se empieza a distinguir. Creo que han ido quedando los mejores.

-¿Cuáles son sus grandes referentes en el mundo del rock nacional?

-Tengo la referencia de Charly por la estrecha relación que nos une. La prueba contundente de que han quedado los mejores es Spinetta, a quien conocí muy jovencito porque grabábamos en la misma compañía. Ya se notaba que tenía mucho talento y que era un buen músico. Los grandes músicos perduraron y van a perdurar. El caso de Charly García es lo más claro como ejemplo. Conociéndolo ya en la intimidad empecé a darme cuenta de la dimensión que tiene como músico. Me contó que a los 12 años ya lo querían llevar a Europa a ofrecer conciertos de música clásica. Todo lo que Charly escribió es una obra de arte maravillosa. Después hubo otros que ponían la guitarra más fuerte y creían que eso era rock, como decía Charly.

-¿Qué piensa de las nuevas camadas del rock?

-Me alegra mucho ver que hay toda una camada de músicos jóvenes que se están preparando. Lo que no tienen lamentablemente es la posibilidad de una compañía discográfica que los difunda, como ocurría antes. En nuestro caso, a partir del Club del Clan, se lanzaba un disco en la Argentina y a los pocos meses estábamos haciendo giras interminables. Tuve la posibilidad de que “La felicidad” diera la vuelta al mundo.

-¿Con qué sentimiento identifica el rock?

-El mayor exponente que tuvo el rock and roll en el mundo fue Elvis Presley, que empezó cantando “El rock de la cárcel” y “Zapatos de gamuza azul”. En aquellos tiempos no había ninguna intención más que de cantar y divertir. Pero también a comienzos de los ‘60 aparece un Bob Dylan que ya era más testimonial y que decía que con su música quería glorificar al hombre. Nunca se quiso poner al frente de un movimiento social determinado ni reivindicador de ninguna moral. Eso contrastaba con la otra imagen de un rock and roll que no tenía ninguna otra pretensión que divertir a la gente. Lo peor que pudo ocurrir alguna vez con la música es querer encasillarla. Si pasan más de 50 años y el artista se sigue subiendo al escenario y la gente se sigue acordando de su música, entonces hay que analizar cuál es el fenómeno de eso.

-En su caso, ¿cuál cree que es la clave de su permanencia?

-No sé si hay algo que haya sido determinante. Creo que nosotros aparecemos en un momento en el que había un gran vacío de figuras con las que la gente se pudiera identificar. Una vez hablando con Sandro le pregunté: ¿por qué crees que vamos a los clubes y se llenan? Y me respondió: “Yo siempre sentí que la gente me veía como a un pibe al que podían encontrar en cualquier esquina de Banfield, como el morocho que iba a jugar al billar en la esquina”. Entonces sentí que yo era el provinciano que había llegado un día y le demostraba al resto de sus provincianos que llegar a Buenos Aires era posible, aún con lo hostil que era la ciudad para los provincianos en la década del '50, era posible. La gente volvió a tener referentes. Otra vuelta nos pusimos a hacer memoria. Dijimos: “che, nosotros dos morochos, Gardel morocho, Perón morocho, Monzón morocho, Maradona morocho, ¿la Argentina tiene ídolos rubios?”. Empezamos a buscarlos y no los encontramos. Creo que uno significaba la esperanza. ¿Por qué venían tantas mamás a los clubes de barrio? ¿Por qué se acercaban y se emocionaban? Estas preguntas me las hacía seguido.

-¿Y qué respuesta se daba?

-Sentía que me estaban diciendo que yo era uno más de la familia; no me veían como a una persona inalcanzable. Además de ser un estupendo artista, Sandro jugaba mucho con la cosa de sexy y por eso provocaba otras reacciones. Después nos juntábamos a contar anécdotas y nos reíamos; yo era el noviecito para la nena y el otro el novio canchero. En el medio de todo estaban las canciones, la razón por las que estábamos ahí parados. Es importante aparecer en el momento oportuno. En la calle la gente me para y me dice: “yo me acuerdo cuando usted iba a tal o cual club”, o “yo me casé por su culpa”...

-Por su culpa...

-¡Claro, me pregunto si la culpa es buena o mala! En una oportunidad Carlos Bianchi, el estupendo director técnico de fútbol argentino, me dice: “Le pude sacar el sí a mi mujer recién cuando la llevé por tercera vez a ver ‘Mi primera novia’. Me hizo ir tres veces a ver tu película y no la podía convencer”. Sin querer, uno va formando parte de la historia de la vida de la gente. Hay cosas que me siguen conmoviendo.

-¿Qué lo conmueve, por ejemplo?

-Hace poco me pasó una cosa. Charly firmó su contrato con la Sony para su nuevo disco, que está maravilloso. Me pide que lo acompañe y lo paso a buscar. En la compañía estaban felices de la vida por el disco. Termina la ceremonia de la firma, volvemos, y bajando del auto, en su casa, veo que viene un chico corriendo, y corría y corría. Se frena, a unos cinco metros, y le pregunta a Charly si le puede tocar las manos. Respondo yo; le digo que sí. El chico temblaba. Cuando salgo de dejar a Charly el chico seguía ahí. Me agradecía sin parar. Me emocionó. En definitiva, creo que a los artistas más que analizarlos palabra por palabra, nota por nota, hay que analizarlos en función de si te emociona, te llega y te hace feliz escucharlo.

-Nombra a Charly muy seguido...

-Hay una sensación que tiene que ver con lo bien que nos hicimos los dos. Y acá vuelvo al tema de la emoción. Vivimos episodios muy fuertes durante siete meses, en Luján. Él sabe que yo soy un hermano, lo dice él, y yo siento que él es una persona que me regaló momentos inolvidables de charla, de noches de insomnio, en las que su cable a tierra era sentarse y tocar, y tocar... Hubo momentos muy difíciles que pilotear. Con muchos amigos viví historias, pero lo más fuerte que viví con un amigo fue con Charly. Me permitió descubrir a un ser de una inteligencia superior y un músico sublime. Nunca en la vida imaginé que podía tocar con semejante musicalidad, conocimiento, técnica, sensibilidad. Tocaba una sonata muy triste y yo veía que entregaba todo, que metía su alma en el piano. Todo esto quedó grabado a fuego para los dos. Y los dos lo sabemos.

-¿Cómo recuerda ese viaje que lo trajo de Lules a Buenos Aires?

-Yo tenía 15 años y ya había pasado por muchas experiencias de ganarme la vida en diferentes cosas. Lo que me sigue asombrando es el recuerdo de cómo mi padre me dejó venir a Buenos Aires a esa edad. Y la razón que él me expuso fue muy clara. El pueblo era un ingenio azucarero muy pequeño, en el que no teníamos más que las casas que el mismo ingenio les daba a los trabajadores para que vivieran; no contábamos ni siquiera con las necesidades más básicas. Mi padre me dijo: “Si usted mañana es uno más de todos estos muchachos que se quedaron y ya quemaron su futuro, no quisiera que usted me haga sentir culpable ni con la mirada. Lo voy a dejar ir, pero no hace falta que le diga, usted sabe cómo quiero que se porte”. En el tren venía otro pibe tucumano. Un sábado al mediodía, por Santiago del Estero, pasaban las botellas de vino, fumaban, y mi amigo me ofrecía para tomar. Me acuerdo de esa imagen, de ese “tomá”, casi agresivo. Le gritaba a todo el vagón que yo no quería tomar. Yo no tenía quién me dijera que no lo hiciera, pero sabía lo que tenía que hacer.

-La imagen paterna se grabó a fuego.

-Sí, así es. Y en Buenos Aires a los 15 años, sin familiares ni amigos, sin saber qué iba a ser de mi vida.

-¿Cómo fue esa primera noche en la gran ciudad?

-La primera noche me quedé por Retiro. Ahí conocí a Elvis Presley; el primer rock and roll que escuché. Este tucumano que venía conmigo me dijo que tenía un hermano que hacía limpieza en un edificio, pero que estaban peleados. Al día siguiente le dije que algo debíamos hacer. No tenía plata ni documentos; todo lo que tenía eran 20 pesos. Más de cero no se podía empezar. Fuimos a parar a un edificio, del hermano de este muchacho, que nos ofreció dormir en el sótano a cambio de ayudarlo a limpiar. Rodríguez Peña entre Tucumán y Lavalle; ese sótano fue mi primer hogar en Buenos Aires.

-¿Recuerda cuál fue la primera canción que supo de memoria?

-De pibe no existía la música moderna, es decir, rock and roll concretamente. Escuchábamos orquestas de tango y orquestas características. Mientras lustraba, en la calle, solía cantar melodías de Los Chalchaleros y algunos tangos. Cantaba fuerte a propósito, y hacía ruido con los cepillos para tener más clientes. De Los Chalchaleros recuerdo una canción muy lenta, muy triste: “Lloraré, solo y triste en esta vida, lloraré....”. La cantaba siempre de chico.

-“Lloraré” tiene una letra bastante triste; sin embargo su repertorio es más bien alegre.

-Eso tiene una razón. Mi música siempre pretendió decir que se puede, que hay que animarse. Creo que una palabra de esperanza vale más que repetirle a una persona la pobreza y la tristeza en las que está sumergida. Entonces me propuse que mi canción fuera como una lucecita que diera una señal, que dijera que no hay que dar todo por perdido. Lo digo desde el optimismo, pero también desde la fe.

-“Yo tengo fe”...

-El poder del pensamiento es tan vital... Mis canciones son mi experiencia. En “Changuito Cañero” le canto a ese changuito que se iba a la mañana temprano con el viejo al cañaveral y que sabía que la recompensa era llegar a la casa y tener una taza de mate cocido. Le canto para decirle que no espere a que lo vengan a levantar, que siga. La vida es eso, es como levantarse todas las mañanas, quién sabe lo que va a pasar. No le voy a narrar la realidad a quien más la conoce. Yo la viví. Mi reacción fue cantar para demostrar que de esa realidad se puede salir. A mi viejo lo tengo ahí, en mi visión, removiendo la tierra para poner una plantita de lechuga y de tomate. Todo un símbolo. Ese es mi espíritu. Todos los viernes le pedía a mi viejo 10 pesos. Me iba al almacén, compraba cubanitos vacíos, compraba dulce de leche, y los vendía en alguna cancha de fútbol. De alguna manera el domingo a la noche le devolvía 20. Más allá de que esto me generaba un enorme placer, realmente hacía falta hacerlo. En mi vida todo fue una actitud de seguir. Gracias a eso también pude sentarme en el mejor restaurante de París, o sentarme con (Frank) Sinatra y que me preguntara “¿Martini seco o dulce hoy?”. Yo no podía creer que Sinatra me estuviera sirviendo una copa. Hay que tener la dimensión de una cosa y la otra. Sí que valió la pena creer. Y en definitiva eso es mi música.