Osqui Guzmán: "No soy verticalista, el placer de este trabajo es ver cómo se construye en conjunto"
Osqui Guzmán: "No soy verticalista, el placer de este trabajo es ver cómo se construye en conjunto"

Osqui Guzmán: "No soy verticalista, el placer de este trabajo es ver cómo se construye en conjunto"

El director e integrante del elenco de "Enobarbo" nos cuenta cómo surgió la idea de este proyecto y cómo fue su experiencia con un doble rol en una obra que también es un homenaje a Alejandro Acobino, quien fue su gran amigo y se quitó la vida en 2011.

En octubre se estrenó en el Teatro Cervantes una obra escrita en el 2000 por Alejandro Acobino. El dramaturgo que se quitó la vida en 2011 había imaginado una historia que se desarrollaba en la Roma Imperial, durante las últimas horas de vida de Nerón, el emperador con ínfulas de artista. Su deseo era que Osqui Guzmán encarnara a Atticus, uno de los personajes principales. La obra, de la que muy poco sabían, tuvo un destino incierto hasta que, casi dos décadas después, reapareció. Gabriela Acobino –hermana y guardiana del trabajo de Alejandro– y Osqui Guzmán, decidieron hacerla realidad.

Con un elenco compuesto por Manuel Fanego, Pablo Fusco, Leticia González de Lellis, Javier Lorenzo, Fernando Migueles, Pablo Seijo, Osqui Guzmán le dio carnadura a las palabras de su amigo: las tejió con vestuario, luces, escenografía, y el telón se abrió durante dos meses para presentar Enobarbo, otra creación de Alejandro Acobino.


¿Cómo comenzó tu relación con Acobino? ¿Dónde se conocieron?
Con Alejandro, con Aco, nos conocimos allá por el año 95. Yo ya había egresado del Conservatorio de Arte Dramático y estaba participando de un match de improvisación en el Rojas. Era el primer año que estaba ahí y un grupo me preguntó si los podía entrenar, en ese grupo estaba Aco. La amistad fue casi inmediata.

Nos unía no tener un peso. Él tenía algo porque era químico y trabajaba, daba clases, pero el resto de la vida era bohemia entonces comíamos lo que podíamos, íbamos de acá para allá charlando de música, teatro, literatura, lo que venga. De alguna manera Acobino era muy atractivo, te trataba de usted.


¿Cuántos años tenían en esa época?
Y éramos unos niños, hay que irse 20 años atrás. Éramos una dupla especial. Él me hablaba de mitología, del esperanto, de la mala poesía que le gustaba mucho. Y yo le hablaba de mi historia, de las historias de mi familia que es boliviana y las historias fantásticas sobre el Potosí antiguo, que a él tanto le gustaban. 

¿Cómo fue que surgió esta obra?, ¿alguna vez él te habló de este proyecto?
Sí, ¡claro! En el 2001 yo estaba haciendo "El pelele",  con La Banda de la Risa. Aco estaba dando un taller al que íbamos para bancarlo y porque él era muy interesante. Un día nos íbamos de una de las clases, estábamos caminando. Yo estaba recientemente casado, entonces Leti, mi esposa, –que conocía a Aco– ya sabía que iba a las clases pero no sabía a qué hora volvía a mi casa porque Acobino no paraba de hablar. No era que no te dejaba hablar sino que indagaba todo el tiempo y sacaba temas y era tan interesante que era imposible no empezar a debatir lo que planteaba, por insólito. Entonces en esa caminata fuimos a comer un superpancho con papitas y me dice: “Estoy escribiendo una obra y me parece que usted da para el personaje. Le cuento: es un esclavo, un esclavo de Séneca. Y como
es esclavo de Séneca hereda la retórica, sabe leer y escribir, cosa que no sabían los esclavos comunes, y él es el que cuenta su historia, la historia de Séneca”. En ese momento me dice: “Ahora estoy indagando sobre Nerón porque Séneca fue maestro de Nerón y es un personaje muy curioso. ¿Sabía usted que Nerón, como era muy mal actor, encerraba al público con el ejército para que la gente no se escapara de la función?”. Insólito, propia anécdota de Acobino.


Osqui lee fragmentos de "Enobarbo" en la Feria del Libro 2017

¿Qué le dijiste cuando te planteó que estaba escribiendo ese texto y que pensaba que el personaje era para vos?
Yo me moría de risa, le dije: “Bueno, bueno, dale. Sí, qué bueno”. Era imposible no tomar en serio sus extravagancias porque así era él, su cabeza era muy particular. El propio mundo que conocía lo disociaba y creaba un mundo nuevo que se traducía en historias. Esa anécdota de Nerón lo llevó a él a cambiar de rumbo, se ve, en el medio del trabajo dejó de contar la historia de Séneca y empezó a contar la de Nerón. Y Séneca, un tipo intocable, intachable, estoico por designio, por naturaleza, un tipo superrespetado, filósofo, poeta, pasó a ser un títere más de Nerón, que vivía acomodado al lado del poder. Las diez tragedias que él escribe las escribió a gusto de Nerón, para que Nerón actúe, que era una “hortaliza cantora”, como le dice Atticus.

¿Y cómo fue que recuperaron la idea de esta obra casi veinte años después?
En este teatro, el Cervantes, en el año 2012, a un año de la partida de Acobino, hicimos Locos recuerdos. Un día vino a verla Karina K y me dice: “Tengo una obra que me dio Acobino. Una obra de la que me dijo que quería que yo haga un personaje y me dijo que vos ibas a ser Atticus, el esclavo”. “¡¿Qué?! ¡¿La escribió?!”. Yo no tenía ni idea. Muy pocos sabían de la obra. Y me la dio. La leí y me volví loco, ¡era fantástica, fantástica! Me dio pena que no estuviera para abrazarlo y decirle: “¡¡Qué buena que está!!”, que fue lo que me pasó cada vez que vi sus obras, la verdad. Salís de las obras de Aco disfrutando, diciendo: “¡Qué bueno haber visto esto!”. Karina me la dio y le escribí a la familia, a su hermana Gabriela, ella que tenía todo lo de Acobino me dijo que no tenía idea de la existencia de esta obra. Hasta que un día, tiempo después, ella encontró el papel de inscripción de la obra en Argentores, lo llamó a [Mauricio] Kartún para ver si sabía algo y él la tenía. “Sí, me la dio para que se la lea y se la corrija o le haga alguna devolución”, le dijo. Y al otro día Gabriela me llamó. Me dice: “Osqui, soñé con vos, ¿te puedo llamar?”. Me llama y me dice: “Mirá, encontré una obra nueva de mi hermano. Se llama Enobarbo y soñé que él me decía que vos eras Atticus”. Entonces le digo: “Ya sé cuál es la obra, yo te hablé de esa obra, me la dio Karina K, vos me dijiste que no era de él, que no la
conocías”. La cuestión es que nos juntamos y coincidimos en que había que hacerla. Y Gabriela me pidió que la dirija: “Vos entendés su humor, sabés de qué se reía él”. “Yo leo la obra y me río –le dije– pero no sé si la gente se va a reír. Yo voy a ser el personaje que era su deseo pero dirigirla no sé”. Bueno, al final hablé con Kartún y él me dijo: “¡Hacela, Osqui!”.


Enobarbo

¿Cómo te encontraste en este doble rol de director y actor?
Feliz, la verdad. Es un proceso muy lindo coser, deshilachar la obra, y trabajando concretamente con el equipo. Gabriela Fernández, Tomás Rodríguez, Juan Manuel Wolcoff, a él le debo el 90% de mi trabajo. Fue realmente una tarea en conjunto. Elegí el elenco con apoyo, ayuda y consejo de Leticia [González de Lellis], mi mujer, que hace Agripina en la obra. Los dos somos artistas desde hace muchos años, trabajamos juntos y claro, en las conversaciones, en el desayuno, es frecuente que ella me diga: “Che, ¿y tal actor?”. Entonces fue muy hermoso el trabajo porque no es algo que tuvimos que definir, sino que más bien tuvimos que salir al encuentro de Acobino.

¿Funcionó bien el grupo? ¿Estás contento con el elenco que formaste?
Sí. Yo creo que no elijo sino que las cosas más bien me eligen. Sí, lo que sé hacer bien es poner las cosas a trabajar. Encuentro preguntas y me meto ahí. Pregunto hasta acorralar al tiempo. No hay tiempo. Es el ahora. Y en el ahora sale algo y decís: “¡Guau! ¡Eso, dale, dale!”. Creo que se trata más de eso, no me había imaginado nada hasta que empezamos a trabajar. Yo veía la obra en mi cabeza y cuando ves la obra ves lo que te dice, ves las texturas, los colores, entonces hablás con iluminadores y decís: “Mirá, yo veo esto”. Y él te devuelve otra cosa y decís: “Ah, ¡está bueno!”. Entonces vas escena tras escena y ves cómo se construye en diferentes capas la obra, ves cómo se va contando desde la luz, desde el vestuario, desde la escenografía, desde la música. Todo fue ver la obra en cada
área, la dramaturgia en cada espacio, cada uno contaba la historia desde su visión. Y eso me parece que es el placer del trabajo. Ver cómo se construye en conjunto. No soy verticalista, este es el teatro que a mí me gusta hacer, hay consenso. Sobre todo de la ignorancia, ahí hay consenso total: “¿Qué sabemos de la obra?”. “Nada”. “¿Va a estar buena?”. “No lo sabemos”. “¿Por qué la hacemos?”. “Porque creemos que va a estar buena”. Y tenemos que creer hasta incluso en el momento del aplauso, saludar con total convicción de que fue brillante lo que acabamos de hacer. Porque es la única manera de que el espectador ponga con total voluntad su fe. Si vos no creés no cree el espectador.
Si el espectador cree va empezar él a construir un mundo y te va a enseñar cómo es la obra. Nosotros hicimos la obra y el espectador trajo a Acobino. Lo creó en su cabeza. Se Llevó a Acobino. Todo el mundo salió diciendo: “¡Qué autor!”. Y ahí te sentís hecho.


Enobarbo

Para vos esta obra tiene una carga emocional fuerte. ¿Cómo fue esa primera función?
Fue movilizante pero también muy fría porque puedo sostener el trabajo, como actor también lo hago, sale naturalmente: sostener que la emoción, que la alegría de hacer la obra finalmente no le gane a nada. Que nada sea más divertido que hacer el trabajo de la mejor manera posible. Y es función tras función, porque además cada función es tan distinta, está tan llena de accidentes que los actores vamos tratando de salvar todo el tiempo. Desde una letra que se corre de espacio, una bola que llega tarde, todo hay que salvarlo en el momento. Un pie, una música que está mal, una luz que no está cuando tiene que estar, el humo, ¡demasiado humo! Por eso es importante para mí la presencia del actor como un atleta arriba del escenario, como un tipo que está corriendo un pentatlón. Un tipo que está en una especie de exhibición kármica: “Pareciera que era mi misión hacer esta obra, no me voy a olvidar más de lo que trabajé y de lo que disfruté”, que es lo que nos está pasando. Por eso el trabajo va llevando a un estado de precisión y de complejidad que el espectador dice: “No creo en la magia pero esto es magia”.

¿Te hace pensar en Acobino la frase con la que abre tu personaje: “La vida es
como una obra de teatro. No importa cuánto dure, lo importante es prepararle un
buen final”?
¡Sí, por supuesto! La obra está llena de esos giros en los que decís: “Aco, ¿en qué momento te pusiste en contacto con tus fantasmas de una manera tan cruda? ¿En que lugar de la soledad te pusiste a conversar con vos y a sincerarte de esta manera?”. A medida que fueron pasando las funciones todos fuimos impactándonos, dándonos cuenta de estas cosas, en cada momento. Con Nerón antes de la muerte. En un momento Pablo (Fusco) estaba haciendo una escena e hizo algo que yo dije: “Esto tiene que ver con todo, tiene que ser desde ese lugar, un lugar sincero, un lugar de despedida”.

-¿Sos de los que cree en que, de alguna manera, la gente que queremos y no está
se hace presente? ¿Creés que Acobino está en las funciones?
-Sí. No es que creo, yo no creo en los fantasmas, sí creo en la energía, creo que Aco está totalmente presente. Está vivo porque su energía está acá. Y la energía no es algo que está en el aire, es algo que está en el cuerpo de los que quedan. En cada función yo hablo con sus palabras y por eso creo que Aco está acá, porque veo cómo la gente escucha lo que él escribió y veo a la gente escuchándolo a él, como lo escuchabas a Aco cuando hablaba.

-¿Están contentos con la respuesta del público?
Sí, estamos muy felices. Creo que hay algo que se genera de una manera completa en el espectador: el texto lo sacude, la puesta lo moviliza, las actuaciones lo conmueven y todo estalla. Creo que trabajamos en todos los aspectos mucho y eso se ve. Siempre digo: “Cuando un actor trabaja y se ve el trabajo en el escenario el público ama, se entrega a ese amor por el trabajo”. Uno ama instantáneamente el trabajo del otro, ama esa entrega y se dispone a escuchar y a recibir todo lo que ese otro tiene para decir y hacer. Por eso en nuestro trabajo no hay momento en que la cosa se detiene, la cosa siempre crece, crece y crece frente a nosotros. Entonces creo que el espectador recibe una escena completa y eso me pone contento. Por eso la idea es, después de esta primera etapa acá en el teatro, continuar con la obra. No basta con hacerlo, sino que hay que sostenerlo. El trabajo se va haciendo en un camino de construcción, de comunión. Más nos gusta y nos da pie para seguir haciéndolo.