Orozco, Rivera, Siqueiros: México en Buenos Aires
Orozco, Rivera, Siqueiros: México en Buenos Aires

Orozco, Rivera, Siqueiros: México en Buenos Aires

Arte
“La exposición pendiente y La conexión sur” se exhibe hasta el 7 de agosto en el Museo Nacional de Bellas Artes.

Esta es la historia de cómo 169 pinturas, grabados y dibujos de los maestros mexicanos del arte moderno sobrevivieron a las bombas de la dictadura chilena iniciada en 1973. Es también la trama de su retorno, 42 años después, a Santiago de Chile, y de su reciente arribo a Buenos Aires, donde, hasta el 7 de agosto, puede verse en el Museo Nacional de Bellas Artes “Orozco, Rivera, Siqueiros. La exposición pendiente y La conexión sur”, con 76 de aquellas obras que estuvieron en riesgo más decenas de piezas de artistas locales con las que establecieron un diálogo estético y político.

“Las obras de arte no son solo las imágenes que vemos enmarcadas: también son su historia”, define el curador del núcleo “La exposición pendiente”, el venezolano Carlos Palacios, también curador del Museo de Arte Carrillo Gil, de Ciudad de México, al que pertenecen las piezas de José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera ahora exhibidas por primera vez en la Argentina.

Corría septiembre de 1973. Para celebrar el tercer aniversario del gobierno de la Unidad Popular, viajó a Santiago de Chile una selección de obras que había reunido el coleccionista Alvar Carrillo Gil durante décadas, curadas por el museógrafo mexicano Fernando Gamboa. La muestra era un obsequio del presidente azteca, Luis Echeverría, y llegaba al Museo Nacional de Bellas Artes chileno luego de visitar la, por entonces, Unión Soviética y Checoslovaquia, como parte de un programa de internalización del arte mexicano, anclado en las representaciones de la Revolución de 1910 que habían concebido los tres mayores exponentes del muralismo continental.

Dos días antes de la inauguración, prevista para el 13 de septiembre, las obras ya colgaban de los muros del segundo piso del museo santiaguino, donde también habría una exposición de libros y de artesanía mexicana. Desde la ventana de su habitación de hotel, Gamboa vio y registró en su grabadora portátil el asalto comandado por Augusto Pinochet al Palacio de La Moneda. Era el fin del gobierno democrático de Salvador Allende. La tarde del 15 de septiembre, el museo fue ametrallado por cuatro tanques. Por el toque de queda imperante, los diez días que siguieron el museógrafo ignoró la suerte que había corrido la Colección Carrillo Gil, “de valor imponderable para la historia y el patrimonio cultural de México”, según expresó en sus diarios.

Finalmente, tras realizar gestiones con la Embajada de su país en suelo chileno, Gamboa logró ingresar al museo y, ayudado por un vigilante, embaló en 27 cajas las obras de Orozco, Rivera y Siqueiros, que así pudieron retornar a su lugar de origen el 26 de septiembre en un vuelo de cabotaje de la línea Aeroméxico, que también trasladaba a exiliados chilenos y mexicanos. Las obras pesaban dos toneladas y estaban aseguradas en 20 millones de pesos. La exposición en tierra andina quedaría pendiente.


Muralistas, en Chile y en Argentina

Tras muchos intentos, a fines de 2015, México logró presentar esta muestra en Chile. “A poco de asumir como director del Museo Nacional de Bellas Artes —cuenta Andrés Duprat—, y enterado de esta exhibición, viajé a Santiago para verla. Me enamoré de las obras y de esta reivindicación que tardó 40 años, y propuse traerla a Buenos Aires”.

En el país, la exposición de los muralistas se completó con un segundo núcleo de artistas locales. “Nos parecía importante que la muestra tuviera un anclaje argentino. Por eso, convocamos a la curadora Cristina Rossi para componer ‘La conexión sur’, con obras producidas entre 1930 y 1970”, explica Duprat.

El primer grupo curatorial, “La exposición pendiente”, propone retratos de Orozco, piezas como el “Desnudo”, de Siqueiros, y obras del período cubista de Rivera, entre ellas, “El arquitecto” o “Mujer sentada en la butaca”. Otra de las salas del Pabellón de exposiciones temporarias la ocupa una selección de grabados de Orozco, dispuestos de manera cronológica, sobre los “horrores de la Revolución”, que reenvía a los “desastres de la guerra” en la tinta de Goya (1810-1815).

También se exponen pinturas de caballete con el paisaje como motivo y telas en las que se advierten miradas divergentes sobre el pueblo según cada artista. En este sector de la muestra, además, el recorrido comienza a hilar trazos del lenguaje que volvió famosos a los “tres grandes”: el muralismo. Allí se encuentran, entonces, los proyectos para los murales realizados por Siqueiros, quien “encabezó una de las prácticas más intensas de conexión con el escenario latinoamericano”, valora Palacios. De él se exhiben “Primera nota temática para el Mural de Chapultepec”, boceto para el mural “Del Porfiriato a la Revolución”, realizado entre 1957 y 1966 para el Museo Nacional de Historia, que refiere a la huelga de trabajadores en la mina de cobre de Cananea, en Sonora, “hecho que suele verse como precursor de la Revolución Mexicana”, acota el curador de este núcleo.

Pocas veces exhibido, está en sala el boceto del “Ejercicio plástico” siqueriano —que hoy se exhibe en el Museo del Bicentenario— y una maqueta de esta obra, pintada en 1933 en el sótano de la quinta de Natalio Botana en Don Torcuato, junto con los demás miembros del Equipo Poligráfico: los artistas argentinos Lino Enea Spilimbergo, Antonio Berni y Juan Carlos Castagnino, y el escenógrafo uruguayo Enrique Lázaro. Comienza a desplegarse aquí “La conexión sur”, el núcleo curado por Rossi para acompañar la muestra de la Colección Carrillo Gil, con la que también dialogan Raquel Forner, Demetrio Urruchúa, Carlos Alonso, Diana Dowek, Juan Carlos Romero y Juan Carlos Distéfano.

Este núcleo de la exposición se apoya en tres aspectos que hablan de 1930-1940. Uno de ellos es la impronta muralista que Siqueiros trae al país en su visita de 1933. “Tiene algunos puntos de discusión entre los artistas locales —explica Rossi—, ya que aquí el Estado no les proporciona los muros donde trabajar, como en México, y, en consecuencia, optan por cuadros de grandes formatos, como murales transportables”.

En el caso de Rivera —continúa la curadora y docente de Arte Latinoamericano— “se muestra el imaginario nativo que exhibió en su exposición en la Galería Comte de la calle Florida en 1944, imaginario que también está presente en los artistas locales, quienes, por el cierre virtual de las fronteras durante la Segunda Guerra Mundial, están recorriendo el continente y tomando tipos y costumbres”. Sobre los trabajos de Orozco y su lectura, “el impacto de la Revolución Mexicana y los horrores que le produce el caos por ella generado se ve, en nuestros artistas, cuando interpretan la Guerra Civil Española y el período de la Segunda Guerra Mundial”, completa.

La última sala de la exhibición relata cómo los artistas argentinos y latinoamericanos simbolizaron los sucesos políticos ocurridos en el continente en las décadas de 1960 y 1970, de la Revolución Cubana a Vietnam, la caída del Muro de Berlín o el Cordobazo, en términos locales. Ese sector comienza con el encarcelamiento de Siqueiros en 1960 —quien estuvo preso cuatro años por “disolución social”—, apresado cuando se refugiaba en la casa de la familia Carrillo Gil en México. “En ese período, su esposa, Angélica Arenal, realizó un gran movimiento internacional para pedir por su libertad, y, en la Argentina, amigos, artistas, poetas e intelectuales se movilizan pidiendo por su liberación y organizan un homenaje en 1962, documentado en sala”, comenta Rossi.

Con lenguajes modernos que incluían el collage, el fotomontaje o el transfer, entre otras técnicas, los artistas argentinos pusieron en obra la resistencia frente al escenario político en el que quedaría encerrada, en el Chile de 1973, la muestra del Museo Carrillo Gil.