La larga historia de “Historias Breves”
Corría el año 1995. El cine argentino apenas sobrevivía atravesado por una crisis sin precedentes. El promedio anual de estrenos no superaba las quince películas. Sin ayuda del Estado, la industria cinematográfica nacional no atinaba a despegar. La comunidad del cine imploraba una ley que instituyera políticas de fomento y regulase la exhibición comercial.
Mientras el abaratamiento de los insumos incrementaba las ventas de cámaras digitales, se disparó la matrícula en las escuelas de cine públicas y privadas. La ENERC, la Universidad del Cine (FUC), el Centro de Investigación y Experimentación en Video y Cine (CIEVyC), el Centro de Investigación Cinematográfica (CIC), la carrera de Diseño de Imagen y Sonido (FADU-UBA), la Escuela de Eliseo Subiela, entre otras, se poblaron de estudiantes provenientes de todo el país.
Inesperadamente, en los primeros años de la década de 1990, las carreras vinculadas a la producción y realización cinematográfica alcanzaron masividad, llegando a competir con ofertas académicas convencionales. En el cambio de siglo, se calculaba que la población estudiantil había ascendido a 10.000 alumnos. En 2005, la cifra trepó a 15.000. En torno al fenómeno, se fundaron algunas revistas de cine: la mítica Film; El amante; Haciendo Cine.
Las crónicas coinciden en señalar que Martín Rejtman con Rapado (1992), Raúl Perrone con Labios de churrasco (1994) y Ana Poliak con Que vivan los crotos (1995) prefiguraron un cine que “todavía no era”: borrando las fronteras entre ficción y documental, esas tres películas propusieron estéticas y diseños de producción originales que, sobre todo, señalaron un camino a explorar.
Entonces tuvo lugar un episodio que cambió para siempre la historia del cine nacional. El INCAA convocó a un concurso de cortometrajes para nuevos realizadores. Los ganadores de aquella primera edición de “Historias Breves”, se convertiría en el bastión de lo que muy pronto la crítica consagró como el Nuevo Cine Argentino. Lucrecia Martel, Israel Adrián Caetano, Sandra Gugliotta, Bruno Stagnaro, Daniel Burman, Jorge Gaggero, Tristán Gicovate, Paula Hernández, Pablo Ramos, Ulises Rosell y Andrés Tambornino integraron esa vanguardia tan inesperada como contundente.
Lo que vino después fue un cine confeccionado a partir de historias mínimas que le pusieron imagen y sonido a la vida urbana, a los personajes marginales, a los nadies y a los invisibles. Un cine de hechura industrial y riesgo experimental, en el que solo los actores eran no profesionales. Un cine nuevo que dialogó con las estéticas que habían sido “nuevas” durante los 60.
Tras veintiún años de aquella experiencia inaugural, “Historias Breves” vuelve a reunir, esta vez, a ocho cineastas jóvenes, cuyos cortos exploran géneros y temáticas variados. Las películas –que fueron presentadas recientemente en el BAFICI– se estrenarán en el Cine Gaumont y, luego, serán exhibidas en los Espacios INCAA de todo el país.
Integran estas “Historias Breves”: La canoa de Ulises, de Diego Fió; El plan, de Víctor Postiglione; Cimarrón, de Chiara Ghio; Una mujer en el bosque, de Cesar Sodero; Las nadadoras de Villa Rosa, de Josefina Recio; El inconveniente, de Adriana Yurcovich; Las liebres, de Martín Rodríguez Redondo, y Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia, de Dolores Montaño.
Texto: María Iribarren
Fotos: Gentileza INCAA