“Me interesa incomodar al espectador”
A poco de egresar de la escuela de cine ENERC, Manuel Abramovich comenzó a tramar la idea de Solar. Quería filmar una película que explorase la historia real de Flavio Cabobianco y su familia. En los años 90, los Cabobianco capturaron la atención pública a partir de la publicación del libro Vengo del sol, escrito por el hijo menor, de 8 años. Según la versión que el niño repitió en programas de televisión y entrevistas gráficas, en el texto contó los pormenores de su vida antes de nacer. “Mi idea fue generar otro hecho artístico, en este caso una película, que pudiera contestarle algo a aquel libro”, explica el director. “Además —agrega—, tengo cierta obsesión por la relación entre padres e hijos, y por cómo los padres dejan o no dejan ser a sus hijos”.
El resultado es un filme que borra los límites entre el documental y la ficción, al recomponer la historia de una familia que, en muchos aspectos, parece haber quedado congelada en el tiempo. A la vez, el dispositivo de narración que desplegó Abramovich indaga sobre los modos en que el cine puede abordar un relato de esa naturaleza sin lesionar la confianza de los protagonistas.
Mientras desarrollaba Solar, Abramovich filmó La reina, corto que fue exhibido en más de 150 festivales en todo el mundo, recibió más de 50 premios (entre ellos, el Cóndor de Plata al Mejor Cortometraje de 2014), y se proyectó en el Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI). “Este es el festival argentino que más tiene que ver con lo que hago: un cine no comercial que intenta romper algo de los límites. Particularmente, me interesa ese terreno difuso entre el documental y la ficción. Y el BAFICI le da espacio a ese tipo de cine”, comenta. Además, en esta edición, su película Soldado —largo actualmente en postproducción—, fue seleccionada para el Buenos Aires Lab (BAL), la instancia de fomento que ofrece el encuentro.
—¿El BAFICI es solo un buen ámbito de exhibición?
—Para mí, también es un trampolín, es el disparador de la película. Para Solar, significa el estreno; es la oportunidad para tener un primer encuentro con los espectadores, para proyectarla en el cine. En este festival, la película puede encontrar su público, aunque no sea muy grande. Y, a partir de esa experiencia, podremos empezar a pensar un recorrido.
—¿Imaginás un estreno comercial para Solar?
—Creo que es una película bastante extraña. Me imagino un estreno pequeño. Quizá en salas como el Malba, el Gaumont o el MAMBA, para fin de este año o el año que viene.
—En el film, el protagonista va conquistando el lugar del director con diferentes excusas. Incluso, llega a plantear el imperativo de que abandones el detrás de cámara, y que quede exhibido el artificio. ¿Cómo resolviste esa disyuntiva?
—Es extraño aparecer en cámara, pero fue parte del juego. El documental, en buena medida, es eso: estás filmando con otro y se establece un vínculo de intimidad y de confianza. Si no accedía a entrar en la película, esa confianza se hubiera quebrado. Creo que en un documental es inevitable que las cosas se vayan un poco de las manos. Eso me genera una adrenalina difícil de explicar. La ficción no me interesa, porque, justamente, todo está bajo control. Hay un guión, hay un montón de gente trabajando, hay actores que firman un contrato y se les paga y hacen lo que vos quieras. En cierta manera, la cosa puede salir bien o mal, pero el control lo tenés vos. En cambio, en el documental, hay algo que excede, que se desborda. Eso es lo que más me interesa. No importa la plata, no importa el equipo o la cámara que estés usando, igual algo se va a escapar de las manos. Además, uno está trabajando, no con actores, sino con personas que están haciendo de sí mismas. Entonces, hay una tensión al ser filmado.
—¿Solar es un ensayo cinematográfico?
—Tengo la sensación de que no es una película, sino el prólogo a un estudio sobre mi forma de abordar el documental. Es como “un collage de basura”, como dice Flavio. Es poner mis cartas sobre la mesa: para mí, hacer documentales implica toda esta construcción, todo este artificio. Por otro lado, con La reina, entendí que las películas se terminan en las salas, con el público mirando. En mi proceso de realización, hasta que no encuentro un público, hasta que no siento la energía que se genera en el cine, la película no está terminada. Estas funciones en el BAFICI van a permitirme eso, para luego soltarla. Fue una película muy neurótica, y necesito sacármela de encima.
—¿Cuál sería tu espectador ideal?
—No suena muy simpático, pero me interesa incomodar al espectador. Me gusta cuando uno sale del cine confuso e incómodo, con más preguntas que respuestas. Si tengo que imaginarme un espectador, prefiero el que se va medio enojado o discutiendo con el amigo en el colectivo sobre lo que vieron.