Murgas, una práctica que protege la memoria
Murgas, una práctica que protege la memoria

Murgas, una práctica que protege la memoria

En el marco de las conmemoraciones por el 24 de marzo, en el Museo de la Historia del Traje, grandes murgueros afectados por la dictadura militar, contaron cómo y por qué las murgas son un espacio para ejercer memoria.
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Levitas, trajes, guirnaldas de banderines multicolores. Fotos de vestuarios de principios de siglo, disfraces y pelucas inmortalizadas detrás de las vitrinas sepia del Museo Nacional de la Historia del Traje, en el barrio de San Telmo. Colores, blancos y negros; carnaval, historia y memoria, todo esto se exhibe en esta casa de 1871, que guarda anécdotas y secretos de las familias aristocráticas que la habitaron hasta que el edificio pasó a manos del Estado, en 1972.

Y en los trajes de carnaval, el folklore argentino, también multicolor: estampados, lentejuelas que dibujan al Indio Solari, Paturuzito, el Diego, el escudo de San Lorenzo, el tango y el pañuelo. ¡El pañuelo también! En lentejuelas blancas, sobre una levita de tela arrasada azul eléctrica con mangas rojas, el pañuelo blanco. Y sobre él, una inscripción: Raúl y Teresa. Una levita colgada, suspendida en el aire, como anunciando lo que está por venir, lo que pasó y no pasa. Este será el fondo de escenario de cinco murgueros que se vieron afectados de diferentes formas por la dictadura cívico militar que sacudió a la Argentina desde 1976 hasta 1983. En su paso por el Museo. Estas son sus historias.

Coco Romero: “Es imposible prohibir la alegría”

Conocido como Coco Romero, Gualberto Elio Milagro Romero tiene 62 años y se dedica a la murga y el carnaval desde hace 40. Atravesado por la violencia dictatorial, para librar la lucha cultural a la represión, en 1977 fundó un grupo de murga que marcó a diferentes generaciones: “La fuente”.

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“Hice la colimba en el año 1976, pertenezco a una generación que peleó contra la dictadura desde los espacios de la cultura. El 76 me marcó. De todo ese periplo tengo compañeros desaparecidos, empezando por mi compañera de entonces: tiene una baldosa en la calle Rivadavia. Fuimos signados por la violencia de la dictadura. Como jóvenes, en ese momento nos expresábamos y buscábamos una alternativa a través de las disciplinas artísticas. Yo me sentí siempre muy atraído por la murga, así que un año después, en el 77, con un amigo nos encontramos en una pensión de San Isidro y un año después, hace 40 exactamente, fundamos un grupo llamado 'La fuente', que actuó desde el 78 hasta el 83. Los discos están y en ellos se puede dar cuenta de los desaparecidos, de los pibes de la calle, de la conquista. Nos salvó la vida poder hablar de lo que estaba pasando, y todos los jóvenes que nos seguían utilizaban este espacio que ofrecía La fuente: nos encontrábamos a través de la poesía y la música. Con la murga en un momento yo recordé mi infancia de felicidad y compuse una canción que se llama 'Dónde fueron los murgueros', que fue parte del repertorio. En todos los recitales de La fuente terminábamos con ese tema. Es más, yo escribí en algunas partes que todo comenzó con una canción que yo le canté a mi infancia feliz mientras, en el 76, un decreto prohibía la aparición del carnaval en el calendario. Yo, siendo joven, me preguntaba '¿cómo van a prohibir esto?'. 'Es imposible prohibir la alegría'. Yo me crié en el barrio de Belgrano R y ensayábamos en el terraplén de la estación. Esta canción cuenta ese momento de mi infancia: 

'Dos camiones con baranda/ los trajes con lentejuelas
dos camiones con baranda/ y palmeras como techo.
Reunión en el terraplén/ con estrellas en el suelo
y una sola lamparita/ cuando se apagaba el sol'

Y al margen que contaba esa infancia feliz, de repente decía: 'Eo eo eo eo, dónde fueron los murgueros, eo eo eo eo dónde fueron a parar'. Los pibes se ponían a bailar murga. Esa señal fue para mí la más significativa durante la dictadura: cómo las catacumbas culturales sirvieron para hacer de alguna manera la resistencia de un fenómeno de la cultura popular que siempre estuvo ignorado, pero que especialmente, a través de un decreto, quisieron silenciar y fue imposible. La fuente fue un grupo que actuó en estadios. Llenamos Obras sanitarias, cantamos en la cancha de Vélez. Había miles de jóvenes que peleábamos por vencer a la dictadura con nuestras armas, y nuestra arma durante todo el período de la dictadura fue la cultura. Quizás lo hicimos para mitigar el dolor, a veces siento corporalmente cuestiones que me pasaron y, de repente, la pérdida de gente querida es algo que si no te pasa es muy difícil de transmitir, pero a nosotros ese espacio festivo nos curó. Quizás la alforja para resistir todo el camino estuvo en la alegría recibida, en los momentos más difíciles de la sociedad, de todos los compañeros. A nosotros, cantar lo que pasaba nos curó, y para los jóvenes que nos escuchaban las canciones también fueron significativas para tirar una esperanza hacia adelante y encontrarnos en un tiempo distinto”.

 

Félix Loiácono: "La época de la dictadura la recuerdo como de mucho frío"

Felix Loiácono nació en el barrio porteño de La Boca, en el año 61. Es docente de escuela primaria y letrista de carnaval. Cuando escuchó tocar el bombo en un taller de murga se metió de cabeza en este mundo, y nunca más salió.

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“Mi relación con el mundo murguero empieza porque La Boca era un barrio absolutamente carnavalero, había una movida muy importante y era casi imposible correrse del carnaval, te guste o no. Podía ser que te gustara; entonces salías, participabas en alguna murga o agrupación humorística. Podía ser que no te gustara, pero había un momento de la tarde dedicado a la guerra de agua con bombitas y al carnaval. Y después, a la noche, estaba el desfile de murgas, los corsos y el papel picado. Todo esto se da hasta febrero del 76. Cuando empieza la dictadura, sacan el lunes y el martes de carnaval. A esto hay que sumarle un estado de sitio y una cuestión de inseguridad profunda, lo que hace que el carnaval de La Boca se vaya metiendo para adentro, escondiendo. Esto yo lo viví. Cuando recuerdo la dictadura me viene una sensación de mucho frío, de que la gente se juntaba cada vez menos... Y se me viene a la cabeza lo siguiente: el 24 de marzo del 76 me levanté y mi viejo me dijo: 'Hoy no hay clases'. Yo tenía 14 años, era el chico más feliz de la tierra, con  esa edad, levantarte y que te digan 'no tenés que ir a la escuela'. Ese domingo siguiente, el último de marzo, no hubo fútbol en la Argentina. Estaba prohibido cualquier tipo de concentración. Pero el domingo que le siguió sí volvió el fútbol. Los milicos no pudieron prohibirlo, al contrario, si miramos para atrás todo el camino que fueron haciendo, lo tomaron para sumar gente a su causa: el mundial 78 fue una copa absolutamente manchada con sangre. Mientras que con el carnaval pasó mucho tiempo hasta que pudimos recuperar el feriado. Sí, por suerte, cuando volvió la democracia, la gente se volcó más al movimiento murguero. Los artistas populares tomaron esta estética y se la apropiaron. Hasta que finalmente, en noviembre de 2010, volvió el feriado de carnaval. Esto produjo, en el buen sentido, un estallido. Los carnavales de 2011 fueron un reencontrarse con ese lunes y martes, reencontrarse con la fiesta popular que ya venía creciendo, pero ahora tenía más espacio. Entonces, empieza a potenciarse de una forma profunda y muy linda. Yo, de chico, viví el carnaval desde afuera, mirándolo, disfrutándolo.

Me incorporé a ese mundo, como actor del carnaval, cuando ya era un tipo grande, a los 31 años. El recuerdo que tengo de lo que fue pasando en la dictadura tiene que ver con lo que yo veía. Yo creo que no estaba organizado el colectivo murguero como para decir: 'desapareció tal murguero o tal persona'. Hay personas que desaparecieron porque militaban en una agrupación o algún sindicato. Porque tenían cierta postura respecto a la justicia social. No sabemos si muchos de esos participaban de murgas.

A mí me contaron que había una murga en Temperley que se llamaba 'Los celestes del sur' y que se calcula que el 75% de esa murga está desaparecida. Pero no sé si esas desapariciones tienen que ver con ser murgueros. Y me parece que no tenemos registro, porque el colectivo murguero no se encontraba organizado. Tenemos solo datos sueltos, pero no tenemos una estadística para saber que pasó.

A mí la murga siempre me gustó, yo iba a ver a los grupos, a La fuente. Y en enero del 92 pasé por el Centro Cultural Ricardo Rojas y vi que había un taller de murga, lo daba Coco Romero, que yo lo tenía visto. Y me dije: 'Ya que no me puedo ir de vacaciones, me meto en esto dos meses para hacer algo que me divierta'. Me acuerdo que el primer día fue el 16 de enero del 92, porque a mí me marcó mucho esa fecha, la redondeé en la agenda. Estábamos charlando y el Coco dice: 'Bueno, vamos a bailar'. Y Tato Serrano empieza a tocar el bombo. ¿Viste esos momentos en las películas donde todo se resuelve mágicamente? Bueno, a mí en el momento en que él empieza a tocar el bombo se me volvió todo: La Boca, la infancia, el carnicero al que yo le iba a comprar carne a la tarde pero a la noche se empilchaba para tocar el bombo, todo. En esos primeros momentos a mí se me sacudieron un montón de cosas. A partir de ahí yo me tiro de cabeza al mundo de la murga. Yo soy murguero porque a mí me pica en el corazón la murga. Yo escribía letras desde antes, pero ahí empecé a preguntar cómo se escribe una canción de murga y cómo se recita. Estuve en Quitapenas, después en Pasión quemera, y ya después, cuando me sentí más capacitado, empecé a dar talleres y a escribir. Todas las cosas que estudio o investigo tienen que ver con esta cuestión de la fiesta popular. Yo soy fruto de esta explosión murguera de los años 90. Y en los 90 estaba fuerte el tema de la memoria. Nosotros no queríamos hacer solamente la crítica picarezca, tampoco queríamos olvidarnos de la dictadura, más en esos años que fue la época del indulto, de 'vamos a olvidarnos delo que pasó'. La murga siempre vuelve a eso, siempre recuerda: 'vamos a recordar, a tener memoria, vamos a hacer historia pero que la memoria siempre esté viva, que la memoria nos lleve a escribir'. A mí me parece que está bueno ejercer la memoria, hacer canciones de crítica que hablen de los desaparecidos, de una herida que pareciera que nunca se termina de cerrar. Que siga el humor, que siga la parodia, la ironía, pero poder nombrar el tema. En los 90, con 'Los crotos de Constitución' hacíamos una canción que le llamábamos 'la crítica del circo', era toda una comparación del circo con la realidad social. Hablábamos de los acomodadores, que les tirabas un sobre y te ubicaban en un buen lugar; decíamos que entre los animales había reptiles; y en un momento decíamos: 'Hay un sector de plateas que siempre vacío está, sin embargo oigo voces que nadie puede acallar'. Y después nombrábamos los pañuelos blancos, que se veían flamear pero, decíamos, no era un blanco que tenía que ver con la rendición, sino todo lo contrario. En los 90, queríamos ejercer la memoria como también la queremos ejercer hoy”.

Javier Decurgez: “Esa levita que está colgada, es mía. Ahí está el pañuelo de las Abuelas con el nombre de mis viejos, Ramón y Teresa. Los dos están desaparecidos”

Javier integra la murga “Los Fantasmas de Malaver” desde hace una década. Sus padres fueron secuestrados y asesinados por la última dictadura militar y él encontró en la murga un espacio para contar su historia.

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“Hace casi diez años que estoy en la murga en San Martín, 'Los Fantasmas de Malaver'. Fui pasando por distintos lugares. Al principio me sumé al baile, después hacía una especie de coros, porque no me animaba a cantar, y después me di cuenta que me encontré cómodo haciendo de presentador, haciendo algunos recitados o conduciendo el evento; entonces quedó instalado que mi lugar en la murga era ese: ser una especie de presentador, más arriba del escenario que abajo.

Esa levita que está colgada ya tiene un par de años. Creo que es del carnaval 2016. Mis levitas no tenían grandes apliques, sino cosas chiquititas, y tengo una compañera en la murga que hace apliques, le propuse la idea y obviamente se copó. Es una alegría y orgullo. Ahí está el pañuelo de las Abuelas con el nombre de mis viejos, Ramón y Teresa, que están los dos desaparecidos. La historia, por lo que me cuentan, es así: yo tenía ocho meses de vida cuando se los llevaron y a mí me crió el hermano de mi papá biológico, su mujer y sus hijos, que pasaron a ser mi mamá, mi papá y mis hermanos del corazón. Mis padres eran militantes montoneros, vivían en San Telmo, donde los secuestraron. Cuando se los llevaron yo estuve un tiempo con mi abuela y después pasé a vivir con mis tíos. Claro que yo no me acuerdo de nada porque era un bebé, y a mí no me decían qué era lo que había pasado, me contaban que habían muerto en un accidente de avión. Cuando tenía nueve o diez años recién me contaron que eran desaparecidos de la dictadura, ahí me explicaron de qué se trataba. A esa edad uno no tomaba magnitud de lo que significaba, entonces para mí era algo como onírico, fantasioso. Después, con los años, ya en la adolescencia o la madurez, fui tomando consciencia de lo profundo y lo doloroso de una historia como esa. Supongo que cada uno lo lleva a su manera, en mi caso fue así, y por eso para mí es muy importante el rol de la murga en mi vida, porque hasta ese momento había tenido acercamiento con la gente de HIJOS, con Abuelas, iba a la marcha del 24, pero nunca había terminado de hacer mella en algo, como que no terminaba de apropiarme de un espacio dónde poder contar mi historia, dónde poder hablar.

Y, como siempre digo, uno no se presenta y dice: 'Hola, soy Javier, soy hijo de desaparecidos', no. Se tiene que dar la charla. Y lo que tiene la murga es que te da el espacio hasta en la levita de poner un aplique, de que, en algún momento en la crítica, de una forma u otra el tema de los desaparecidos aparezca en las murgas.

Y con lo del aplique en la levita dije: 'Bueno, ahí está'. Es el espacio que tengo yo para seguir tratando de entender, porque pasa por ahí: es tratar de entender, es el duelo, llevarlo de alguna manera. Y al hacer ese aplique en cada corso que iba la gente me sacaba fotos, me preguntaba. Y, a diferencia de lo que muchos creen, para mí no es una molestia, al contrario, me han invitado a colegios a hablar con los chicos de secundaria, para mí es algo positivo porque a mí me hace bien. Yo siempre digo que ser hijo de desaparecidos es muy distinto de perder a alguien, el ritual es muy distinto: cuando uno pierde a alguien lo entierra, se hace el velatorio. En cambio con los desaparecidos es muy difícil encontrar una forma. Para mí la forma es esta: la levita, charlar, que te pregunten, contar, y la murga es un espacio que te da esa posibilidad. Yo arranqué con la murga de grande. De chico no tenía vínculos, estaba en un barrio en el que no había murga. Después, de grande, empecé a conocer lugares, plazas, las veía ensayar y me llamaban mucho la atención. Y mi vieja del corazón me contaba que mi viejo biológico, con mi tío, eran mucho de salir a las comparsas, pero más como cosa de una noche, porque en San Telmo había mucha fiesta para carnaval. Y muchos años después, cuando yo hacía el Profesorado de Educación Física, una compañera que sabía que me interesaba la murga me dice: 'Mi hermana está en una murga que hace poco se formó y es a tres cuadras de acá, ¿por qué no te venís?'. Yo tenía mi nena que tenía siete años en ese momento y le digo: '¿Te parece ir con la nena?'. Uno también, sin conocer tenía cierto prejuicio. Y ella me dijo: 'Javier, ese es el lugar para que la nena esté con vos'. Y ahí conocí a los Fantasmas que hace un año se estaban formando, y la verdad es que fue de esos hitos de mi vida, porque al toque me recibieron, a mi hija le encantó el ambiente, siempre cuento que ella era tímida en esa época y a fuerza de murga se le fue, porque aparte hacés vida de artista, vas de escenario en escenario, la gente te aplaude. Estoy feliz, feliz de haber encontrado a la murga”.