Manuel Mujica Lainez, el legado de un autor que resiste
Manuel Mujica Lainez, el legado de un autor que resiste

Manuel Mujica Lainez, el legado de un autor que resiste

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A 110 años de su nacimiento, recordamos a uno de los escritores argentinos más destacados del siglo XX. Sin embargo, durante las últimas décadas, su literatura parece oscilar entre el reconocimiento y el olvido. A propósito, conversamos con el investigador y experto en su obra, Diego Niemetz, quien nos acerca a la vida y legado de Manucho.
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Miembro de una familia aristocrática de Buenos Aires, Manuel Mujica Lainez —“Manucho”, como lo apodaban— nació el 11 de septiembre de 1910. Entre su árbol genealógico, se encuentran personalidades como las de Juan de Garay, fundador de la ciudad porteña en 1580. De lado materno, ya contaba con escritores y periodistas que, seguramente, influenciaron su amor por las letras. Había comenzó la carrera de Abogacía, pero luego la abandonó para dedicarse a la literatura, aunque no solo a ella: además de escribir poemas, cuentos y novelas, abordó otros géneros como la biografía, la crónica de viaje, el ensayo y la crítica de artes, cuyas columnas en el diario La Nación, dieron cuenta de cierta parte del escenario plástico argentino de ese momento. Así, Manucho comenzó a dejar una gran marca como escritor profesional.  

Entre sus pares, se vinculó con autores como Alfonsina Storni, Arturo Capdevila, Adolfo Bioy Casares, Victoria y Silvina Ocampo, y Jorge Luis Borges; muchos de ellos, colaboradores de la emblemática revista Sur. Admiraba a Marcel Proust, Henry James y Virginia Woolf; pero en cuanto a su escritura, el propio Manucho expresó una vez que nunca perteneció a ninguna escuela literaria. Aún así, creó una gran cantidad de obras cuyo reconocimiento, con el tiempo, traspasó la cartografía nacional.

Algunos de los temas que abordó Mujica Lainez tuvieron que ver con distintos momentos de Buenos Aires —como en los cuentos de Aquí vivieron (1949) y Misteriosa Buenos Aires (1950)— y, en otros textos, con el apogeo y la decadencia de la vida burguesa en la Argentina —como en las novelas Los ídolos (1952), La casa (1954), Los viajeros (1955) e Invitados en "El Paraíso" (1957)—. La novela histórica, ambientada en distintas ciudades de Europa, también fue un género al que se dedicó con entusiasmo. Con una base de datos verídicos y documentados, liberó su imaginación para ficcionalizar y novelar. Así llegó Bomarzo en 1962, en la que combina lo histórico y fantástico, para recrear la vida de un noble italiano del siglo XVI. Y le siguieron otras como El unicornio (1965), ambientada en la Francia medieval, y El laberinto (1974), en la España del siglo XVI. Bomarzo es, tal vez, la gran obra de Manucho, según distintos críticos. Incluso, fue seleccionada como una de las cien mejores novelas en español del siglo XX, por el diario El Mundo (España); y el ámbito musical, el compositor Alberto Ginastera realizó una ópera basada en el libro.

En una finca en Córdoba, apodada “El Paraíso”, Manuel Mujica Lainez falleció el 21 de abril de 1984. No es raro que lo hubiera querido hacer aquí; él mismo compartió: “Pude ir a vivir a Florencia o a Rambouillet, pero compré en cambio una casa en Córdoba porque creo que al país propio hay que sentirlo, juzgarlo, padecerlo, gozarlo, para no abandonarlo. Hay que vivir y crear en el país de uno”.

Si bien obtuvo distinciones como el Premio Nacional de Literatura (1963) y la Legión de Honor del Gobierno de Francia (1982), y sus libros fueron traducidos a más de quince idiomas, no son pocos los que afirman que, desde el comienzo del nuevo siglo, escasean los lectores de su obra. Ya lo decía la escritora y biógrafa María Esther Vázquez, quien también fue amiga del escritor: “Manucho fue un hombre de su siglo, irreemplazable y único, en un país que no lo conoció bien y que —a veces pienso— ya lo ha olvidado”.

Al respecto, conversamos con Diego Niemetz —investigador del Conicet, docente de la UNCuyo, y autor de Aventuras y desventuras de un escritor. Manuel Mujica Lainez en el campo cultural argentino—, quien nos cuenta más sobre el legado de Manucho. 

-¿Cuál fue la importancia de la obra de Manuel Mujica Lainez, en la historia de la literatura argentina?

-Generalmente, la idea de la “importancia” de una obra descansa sobre factores como el “prestigio”: es decir una opinión muy relativa sobre lo que es bueno o no es bueno. Todo juicio literario es, estrictamente, una arbitrariedad. Desde la historia de la literatura argentina, la arbitrariedad con Mujica viene dada por el hecho de que fue desplazado constantemente, fue leído en una clave denigrante. Su caso es curioso, esto fue lo primero que me interesó y que me llevó a estudiar su obra: se trata de un escritor que participa consecutivamente de todos los círculos “consagratorios”, pero siempre aparece en los testimonios críticos producidos en la Argentina como un marginal, un outsider, en el mejor de los casos como un epígono de estéticas anticuadas. Creo que en esas valoraciones sobre Mujica Lainez juega un papel muy importante el prejuicio acerca de su figura, su imagen social. Sin entrar en comparaciones con la rehabilitación que sufrieron las figuras de otros escritores, creo que a esta altura resulta poco lógico que se lo siga leyendo de ese modo. 

-¿Esto, de alguna manera, dificulta hablar de su producción literaria?

-De algún modo, creo que ese mecanismo impide hablar de su obra, bloquea la comprensión de muchos de sus gestos renovadores y también imposibilita, por ejemplo, la discusión seria sobre algunos de los puntos polémicos (o ya francamente inaceptables) de sus formulaciones ideológicas. Creo, entonces, que la obra es importante en relación con su contexto; pero, además, que es un ejercicio crítico la revisión de los mecanismos por los cuales este escritor ha sido recibido de ese modo específico y esa instrucción de lectura ha perdurado durante tanto tiempo.

-Hay quienes dicen que, en los últimos años, se lo dejó de leer bastante. ¿Pensás que es así?

-He escuchado y discutido muchas veces esta idea. Siempre hago una distinción también en este punto: la realidad es que desde siempre la crítica fuera de la Argentina fue mucho más entusiasta y benévola (aunque no complaciente) con el escritor que la que se producía aquí. Dejando de lado esa cuestión, en mi opinión en los últimos diez o doce años ha habido una especie de redescubrimiento del autor en el país, algo que se puede verificar en diferentes niveles: por empezar, el síntoma más evidente, es que paulatinamente se ha ido reeditando gran parte de su obra y eso ha permitido que muchos lectores que no lo conocían pudieran acercarse, por primera vez, a sus libros. Además, veo interés crítico renovado, que ha permitido revisar su literatura desde perspectivas que antes se habían pasado por alto. Hasta que comenzó esa renovación, todo lo que se escribía de la obra de Mujica partía de su origen social y de su personalidad. Es decir, era una crítica muy orientada a lo biográfico y sustentada en las disputas de poder del campo literario: al leer algunos estudios da la sensación de que en las alabanzas, hasta el absurdo, de los amigos y en las diatribas furibundas de los rivales, se juega otro partido, en el que la literatura queda como un detalle sobre el cual nadie está interesado en hablar seriamente. En ese tipo de crítica había una inclinación, por momentos morbosa, por pensar en la línea obra-vida como única clave interpretativa. 

-Pero Manucho también fue quien alimentó ese tipo de acercamiento.

-Sí, creo que por dos motivos principales y absolutamente contrapuestos: el primero, es que en su obra hay una veta intimista, de revelación, una necesidad expresiva, por ejemplo, de una vida sexual que no coincidía con los cánones heteronormativos que regían el sentido común de la época (y que persisten, en gran medida, en la actualidad). El segundo, es por un gesto frívolo, una intencionalidad de exposición escandalosa que remite a la idea del dandy decimonónico, que tan negativamente ha influido en su recepción. En este sentido, por ejemplo, las declaraciones jactanciosas acerca de la dictadura o sus bromas acerca de algunas minorías étnicas, son francamente intolerables en una sociedad democrática. En todo caso, creo que ese apasionamiento ya no juega un rol importante y que esos enfoques se han diversificado: han aparecido lecturas que, si se quiere, pueden llamarse “desprejuicidas”, así, entre comillas, que responden a miradas diferentes, a otras perspectivas, a otros rescates. Desde ese lugar, Mujica Lainez puede pensarse como un escritor que dialoga con su época, pero que todavía tiene mucho para decir sobre la nuestra también.

-¿Por qué deberíamos seguir leyéndolo hoy? ¿Qué nos dice su obra en el siglo XXI?

Mujica Lainez produjo una obra literaria muy diversa en cuanto a géneros, temas e intereses. Siendo muy esquemático, pienso, por ejemplo, en sus primeras colecciones de cuentos: Aquí vivieron (1949) y Misteriosa Buenos Aires (1950), que contienen algunos textos que son memorables. Son libros que intentan pensar una identidad argentina y latinoamericana, en un sentido que no deja de ser actual. En ellos, de alguna manera, Mujica Láinez condensó su trayectoria juvenil por el nacionalismo hispanófilo y católico más rancio, con una práctica literaria más liberal en todo sentido (tanto por su relativo alejamiento de los círculos nacionalistas, como por su rechazo al ascenso del peronismo). Pero, al mismo tiempo, logró atisbar aspectos de lo que se estaba gestando (o de lo que ya se había gestado y lentamente estaba emergiendo) en la sociedad argentina: del conjunto se desprende una mirada bastante heterodoxa, muy contemporánea a nuestra sensibilidad en la formulación e interpretación de algunas de las paradojas que aparecen textualizadas como propiamente argentinas. Algo de todo eso se puede seguir en la llamada Saga de la Sociedad Porteña (que incluye novelas como La casa, Los viajeros o Invitados en el Paraíso), que fue producida durante la década de 1950. Luego, a partir de los años sesenta, comienza la producción de las novelas históricas, a las que se ha denominado “el ciclo europeo”. La más conocida es Bomarzo. Creo que esas novelas, desde otro lugar, también interpelan a los lectores del Siglo XXI tanto a partir de algunos aspectos técnicos que todavía hoy resultan atractivos (y que responden a lo que años después comenzó a conocerse como la Nueva Novela Histórica) como a partir de la introducción de temas, especialmente en lo relativo a la diversidad sexual y a las formas del deseo, que son relevantes en la actualidad. 

-En tu libro hablás sobre el realismo mágico de su obra. ¿Manucho fue parte del Boom latinoamericano? ¿Logró ser un autor de la región o quedó relegado a la lectura porteña? 

-La cuestión del Boom es interesante. Si lo pensamos en el sentido promocional que tuvo la denominación, en la clara orientación política que quiso dársele y en la exaltación de algunos nombres, él no fue parte del Boom. Ahora, si pensamos en los aspectos estrictamente técnicos de las obras del Boom, en ese sentido presuntamente renovador que tuvo, creo que a pesar de lo que suele decirse, Mujica Lainez fue un gran exponente de esos cambios: en algunos casos me animaría a decir que fue prácticamente un precursor. En general, se lo presenta como un escritor anacrónico, un dandy que por error nació en el siglo XX, pero eso tiene más que ver con circunstancias personales que con su literatura. Antes te decía que hay en muchos críticos un prejuicio (alimentado por el propio Mujica, también eso es verdad) que vincula obra con vida: eso les ha impedido observar la veta profundamente renovadora, iconoclasta, de su producción. En mi opinión, la poética de lo que podríamos llamar el realismo mágico es una de las manifestaciones de esa mirada latinoamericanista (que también se roza con un nacionalismo chauvinista, por supuesto) y renovadora. También en uno de los mejores estudios sobre las novelas de tema europeo, Sandro Abate ya había hablado de ese tema, pero solamente en relación a El laberinto (1974). A partir de esa idea, empecé a rastrear los ideologemas vinculados con el realismo mágico en la narrativa anterior del autor, y pude darme cuenta de que estaban desde el comienzo de su producción. A eso se podía sumar un conjunto de técnicas y de temas, como los descriptos por Seymour Menton y por Donald Shaw para caracterizar la “nueva novela histórica” y la “nueva narrativa latinoamericana” respectivamente, que permitían vincular a Mujica Lainez con eso “nuevo” que estaba en pleno auge desde la década de 1930, cuando él mismo había comenzado a publicar. 

-¿En ese sentido, fue mejor entendido fuera de la Argentina que acá?

-Muchas veces, sí. Por ejemplo, Roberto Bolaño tiene un ensayo donde habla elogiosamente de Mujica. En Europa, sus contemporáneos también lo leyeron y lo consideraron un exponente de la cultura latinoamericana de la época. Pero en el país el panorama es diferente. Como ejemplos extremos, suelen recordarse a menudo el modo en que se lo capturó en La hora de los hornos de Pino Solanas y en Respiración artificial de Ricardo Piglia. Creo que muy parcialmente puede atribuirse parte de su relegamiento a esas representaciones; aunque creo, también, que el campo literario argentino de los años sesenta en adelante, tan borgeanamente despojado en su estilo y tan cortazareanamente metafórico en sus representaciones, difícilmente podía procesar a un escritor tan barroco como Mujica Lainez. 

-Hay un gesto interesante en su literatura sobre la ficción y la autoficción. ¿Podemos hablar de una poética ambigua del "yo"? ¿En qué consistiría?

-Así como antes hablaba de una poética del realismo mágico, también podemos pensar en una poética del yo. Hay una línea autorreferencial, casi un leit motiv, que puede rastrearse a lo largo de toda la obra de Mujica Lainez y que también puede considerarse un rasgo de la actualidad de su prosa. Pero, obviamente, eso también complejiza su recepción, porque se confunde con ese ser bastante ridículo (y, por cierto, no menos ficcional) del que te hablaba antes. Al igual que en las obras de otros contemporáneos, progresivamente van apareciendo en algunas de sus narraciones los procedimientos característicos de lo que se ha llamado “autoficción” y que es, también, otro argumento para rebatir su presunta falta de actualidad. Pero, independientemente del nombre que le pongamos al recurso, independientemente de la discusión teórica, es indudable que Mujica Lainez integra en su producción una instrucción vacilante de lectura, según la cual él mismo conforma su propia materia ficcional. Coquetea con esa idea cuando dice que Bomarzo es su autobiografía o cuando el hada Melusina encarna en el cuerpo masculino de Melusín de Pleurs. Es habitual tener que plantearse algunas preguntas sobre lo “autobiográfico” de lo que estamos leyendo. Salvando las distancias, hay algo muy propio de lo que se construye actualmente en las redes sociales y que explica, al menos parcialmente, las tempestades de amor y de odio que Mujica despertaba en sus lectores contemporáneos. Actualmente muchos de esos gestos, incluso descontextualizados, son conmovedores. Otros están enteramente en el campo de del exhibicionismo y suelen variar entre lo cómico y lo repulsivo.

-Para quienes todavía no lo leyeron, ¿por dónde empezar y qué cosas tener en cuenta?

-Como decía antes, hay para todos los gustos. Cuando me preguntan, yo recomiendo empezar por los cuentos de Aquí vivieron y de Misteriosa Buenos Aires, porque algunos son verdaderamente geniales. Lamentablemente el que más ha trascendido es “El hombrecito del azulejo”, que a mi no me gusta mucho. “El hambre” también es conocido y es un gran cuento. Sin embargo, los dos libros que mencioné están llenos de relatos memorables. Nombro algunos, sin ánimo de agotar los ejemplos: de Aquí vivieron “Lumbi”, “El cofre”, “La viajera”, “Los amores de Leonor Montalvo”, “El camino desandado”, “La máscara sin rostro”; de Misteriosa Buenos Aires: además de “El hambre”, “Los pelícanos de plata”, “El espejo desordenado”, “La pulsera de cascabeles”, “El ilustre amor”, “La galera”, “El vagamundo” y, el imprescindible, “El salón dorado”. Entre las novelas de tema porteño hay, también, grandes relatos. Los ídolos y La casa son dos textos muy interesantes y que siguen encontrando lectores entusiastas en la actualidad. Novelas como Bomarzo, El unicornio y El laberinto, responden a otro registro y se inscriben en un proyecto que pretende ser más complejo y que, por momentos, puede resultar algo abrumador por su estilo y por sus pretensiones eruditas. Sin embargo, en mi opinión, son geniales y marcan una senda en la novela histórica, un antes y un después. Me gusta mucho volver a estos textos, no dejan de sorprenderme. Pienso que Bomarzo debería contarse entre lo mejor de la narrativa histórica del continente.