Obras fundamentales de Franz Kafka
Obras fundamentales de Franz Kafka

Obras fundamentales de Franz Kafka

Letras
Efemérides
En un nuevo aniversario del nacimiento del escritor checo, el 3 de julio de 1883, recordamos su legado literario que lo transformó en un autor de la literatura universal.
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Nació el 6 de junio de 1875 en la ciudad de Lübeck, Alemania. Se transformó en escritor publicando novelas cortas, y en 1929 recibió el Premio Nobel de Literatura, luego de admirar a la crítica con Los Buddenbrook (1901) y La montaña mágica (1924). Con el ascenso de Hitler al poder se exilió primero en Suiza, donde volvería a vivir sus últimos años de vida, y después en Estados Unidos, país que le otorgó la nacionalidad en 1941

El escritor checo, Franz Kafka, nació en Praga el 3 de julio de 1883. Su madre fue Julie Löwy y Hermann Kafka su padre, una figura autoritaria y exigente que sería representado en muchas de las obras del autor. Además de escritor, se doctoró en derecho en 1906, carrera que eligió coercionado por su progenitor.

Escribió en alemán y fue autor de obras como La metamorfosis (1915), En la colonia penitenciaria (1919) y otros relatos cortos o novelas como El proceso, El castillo y América, escritas entre 1911 y 1920. Sin embargo, fueron publicadas póstumamente en 1925, 1926, 1927, respectivamente, gracias a su amigo, colega y editor Max Brod, a quien Franz conoció en sus épocas de estudiante en la Universidad de Praga.

Finalizados sus estudios, cuenta el sitio Biografias y Vidas, "trabajó en diversos bufetes de abogados y, desde 1908, en una compañía de seguros de Praga. Allí desempeño sus tareas con eficiencia y puntualidad, llegando a merecer un ascenso; sin embargo, carecía por completo de ambición profesional. El aburrido empleo (que no abandonaría definitivamente hasta 1920, a causa de su deteriorada salud) le ocupaba solamente las mañanas y podía dedicar las tardes y las noches a la literatura, su verdadera pasión".

Murió el 3 de junio de 1924, a los 40 años, por tuberculosis. 


Primera edición de La Metamorfósis.

Siete libros clásicos de Kafka

  1. Comienzo de El Castillo

    “Cuando K llegó era noche cerrada. El pueblo estaba cubierto por una espesa capa de nieve. Del castillo no se podía ver nada, la niebla y la oscuridad lo rodeaban, ni siquiera el más débil rayo de luz delataba su presencia. K permaneció largo tiempo en el puente de madera que conducía desde la carretera principal al pueblo elevando su mirada hacia un vacío aparente”.

  2. Fragmento de América

    -¿Por qué golpea la puerta como un loco? -preguntó un hombre gigantesco, dirigiéndole a Karl apenas una mirada. Por una claraboya, una luz turbia que llegaba ya muy gastada desde arriba caía en el mísero camarote, donde muy apretujados, como estibados, había una cama, un ropero, una silla y el hombre.
    -Me he extraviado -dijo Karl-; durante el viaje no me di cuenta, pero es el caso que éste es un barco tremendamente grande.
    -Sí, en eso tiene usted razón -dijo con cierto orgullo el hombre, sin cesar de manipular con la cerradura de un pequeño baúl, a la que apretaba con ambas manos, una y otra vez, tratando de escuchar el ruido del pestillo al cerrarse.
    -¡Pero entre usted de una vez! -siguió diciendo el hombre-, ¡no querrá usted quedarse afuera!

  3. En la colonia penitenciaria

    El explorador, con el ceño fruncido, consideró la Rastra. La descripción de los procedimientos judiciales no lo había satisfecho. Constantemente debía hacer un esfuerzo para no olvidar que se trataba de una colonia penitenciaria, que requería medidas extraordinarias de seguridad, y donde la disciplina debía ser exagerada hasta el extremo. Pero por otra parte fundaba ciertas esperanzas en el nuevo comandante, que evidentemente proyectaba introducir, aunque poco a poco, un nuevo sistema de procedimientos; procedimientos que la estrecha mentalidad de este oficial no podía comprender.

  4. Comienzo de "Ante la ley"

    Ante la Ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un campesino y le ruega que le permita entrar a la Ley. Pero el guardián responde que en ese momento no le puede franquear el acceso. El hombre reflexiona y luego pregunta si es que podrá entrar más tarde.

    —Es posible —dice el guardián—, pero ahora, no.

    Las puertas de la Ley están abiertas, como siempre, y el guardián se ha hecho a un lado, de modo que el hombre se inclina para atisbar el interior. Cuando el guardián lo advierte, ríe y dice:

    —Si tanto te atrae, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda esto: yo soy poderoso. Y yo soy sólo el último de los guardianes. De sala en sala irás encontrando guardianes cada vez más poderosos. Ni siquiera yo puedo soportar la sola vista del tercero.

  5. El proceso

    Cuando K, una de las noches siguientes, pasó por el pasillo que separaba su despacho de las escaleras –esta vez se iba a casa uno de los últimos, sólo en el departamento de expedición quedaban dos empleados en el pequeño radio luminoso de una bombilla–, oyó detrás de una puerta, que siempre había creído que daba a un trastero, aunque nunca lo había constatado con sus propios ojos, una serie de quejidos. Se detuvo asombrado y escuchó detenidamente para comprobar si se había equivocado. Durante un rato todo quedó en silencio, pero los suspiros comenzaron de nuevo. Al principio pensó en traer a uno de los empleados –tal vez necesitara un testigo–, pero le invadió una curiosidad tan indomable que él mismo abrió la puerta. Se trataba, como había supuesto, de un trastero. Detrás del umbral se acumulaban formularios inservibles y frascos de tinta vacíos. Pero también había tres hombres inclinados en un espacio de escasa altura. Una vela situada en un estante les luminaba.

  6. "El silencio de las sirenas"

    No obstante, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que su canto: su silencio. Aún no ha ocurrido, pero entra dentro de lo razonable que alguien pudiera salvarse ante su canto, lo que en ningún caso podría suceder ante su silencio. Nada en la tierra puede superar el sentimiento de haberlas vencido con las propias fuerzas, tampoco la arrogancia resultante de esa victoria, que todo lo arrebata.

    Y, en realidad, cuando Odiseo llegó, aquellas violentas cantantes no cantaron, ya fuera porque creyeran que a ese enemigo sólo se le podría vencer con el silencio, ya porque al ver el rostro de felicidad de Odiseo, quien sólo pensaba en cera y cadenas, olvidaran sus cantos.

    Odiseo, sin embargo, por decirlo de algún modo, no escuchó su silencio; él creyó que cantaban y que se había protegido muy bien de su canto; fugazmente pudo ver cómo giraban sus cuellos, cómo respiraban profundamente, vio los ojos llenos de lágrimas, la boca medio abierta, y creyó que todo se debía a las arias, que, sin ser oídas, resonaban a su alrededor. Pero esa visión se tornó distante, las sirenas desaparecieron y, precisamente cuando él estaba más cerca de ellas, ya no supo nada de ellas.

  7. La metamorfósis

    Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto. Estaba echado de espaldas sobre un duro caparazón y, al alzar la cabeza, vio su vientre convexo y oscuro, surcado por curvadas callosidades, sobre el cual casi no se aguantaba la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el suelo. Numerosas patas, penosamente delgadas en comparación al grosor normal de sus piernas, se agitaban sin concierto.