Lord Byron: el escritor de una estética del placer
Lord Byron: el escritor de una estética del placer

Lord Byron: el escritor de una estética del placer

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A 196 años de la muerte del poeta inglés, exploramos algunos momentos de su vida y obra, en la que no faltó el talento, el éxito, los excesos y el escándalo. Aún así, se convirtió en uno de los máximos exponentes del Romanticismo literario del siglo XIX.
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Vivió 73 años y tuvo diez hijos, fue coleccionista de escarabajos desde su niñez y uno de los tripulantes de la expedición del Beagle, donde comenzó a recopilar información para más tarde publicar su obra célebre: El origen de las especies, libro precursor de la literatura científica y el fundamento de la teoría de la biología evolutiva.

Talento, fama, personalidad y belleza. También excesos, escándalos y rebelión. Quizá, estos pocos términos podrían resumir la vida de uno de los poetas ingleses más celebrados del siglo XIX, a pesar de su temprana muerte a los 36 años de edad. Sin embargo, el escritor dio mucho más de qué hablar no solo por su intensa vida social, sino por el aporte de su obra a la consolidación de una nueva corriente cultural y literaria, conocida como el Romanticismo.  

Nacido como George Gordon Byron, el 22 de enero de 1788 en Londres, fue hijo de un marino emocionalmente inestable, y de una mujer adinerada, posesiva y a la vez distante, con frecuentes arrebatos de violencia. Su padre los abandonó a los pocos años y, a partir de ahí, la relación con su madre se caracterizó como un péndulo entre el odio y el amor. Su tío abuelo William, por su parte, era dueño de algunas propiedades y de un título de nobleza. Pero eso no evitó que su mujer lo abandonara. Además, se dice que él único hijo que habían concebido no era de fiar. Es por eso que a su muerte y según su última voluntad, fue el sobrino nieto, George Gordon, quien heredó los bienes y el título nobiliario, convirtiéndose así, en Lord Byron.

El poeta vestido con una indumentaria típica albanesa. Retrato por Thomas Phillips. 1835. National Portrait Gallery, Londres.
El poeta vestido con una indumentaria típica albanesa. Retrato por Thomas Phillips (1835, a partir de una obra de 1813). National Portrait Gallery, Londres.  

Estudió en el Colegio de Harrow y en el Trinity College de Cambridge. Allí no solo comenzó a escribir y a dar a conocer su trabajo, sino también a mostrar una personalidad que llamaba la atención. Por ejemplo, como había nacido con una malformación en el pie derecho, aprendió a caminar de una forma inusual, pero distinguida. Hay quienes dicen que al tambalearse de modo disimulado, Byron se movía de un costado a otro, haciendo “dan”, “din”, “dan”, “din”. Y que desde allí, nació la palabra “dandi”, en honor a su elegancia y porte. No obstante, la etimología del término es bastante incierta y las hipótesis son varias.

Lo cierto es que en aquel tiempo de estudiante, compuso los poemas luego reunidos en Horas de ocio, el cual publicó en 1807. Hubo críticos que no fueron muy benevolentes con la recepción de su texto. Pero esto no lo desanimó. De hecho, escribió una réplica en verso, “Bardos ingleses y críticos escoceses”, por una crítica negativa que había publicado el diario Edimburgh Review. Esta fue una de las tantas polémica que comenzaría a vivir el joven escritor, porque llegarían muchas más, como sus aventuras amorosas con hombres y mujeres casadas, o como abandonar la Cámara de los Lores por aburrimiento, organismo al que había logrado entrar a los 21 años de edad. Eligió, entonces, comenzar a viajar y así llegó a Portugal, España, Malta e Italia. Pero donde sintió un llamado muy especial, fue en su amada Grecia. En la tierra griega, que en ese momento estaba bajo el poder de los turcos, vivió la opresión de los nativos. Esto, de alguna manera, despertó un repudio hacia los imperios y poderes dominantes, y hacia los de su propia clase, algo que mantuvo durante toda su vida (igual que cierta contradicción, ya que nunca renegó ni abandonó su título de Lord).    

Edición de Horas de ocio (1807)

Con toda aquella experiencia Byron escribió, entre 1812 y 1818, La peregrinación de Childe Harold, tal vez su obra más importante: un poema narrativo en cuatro cantos, en el que describe los viajes y reflexiones de un joven viajero, desilusionado y cansado del mundo. Claramente autobiográfico, el escritor compone aquí lo que, luego, algunos críticos llamaron “el héroe byroniano”: una figura marginada, fuera de ley, excéntrico y con un pasado turbulento que, si bien expresa cierto apasionamiento, nunca resulta satisfecho y se mantiene en busca de nuevas sensaciones y vivencias. 

De regreso a Inglaterra, publicó aquel libro mediante el sello de John Murray -quien se convirtió en su amigo y editor hasta su muerte- y fue un éxito de ventas: se agotó en la primera semana. Esta obra lo convirtió en un escritor famoso, muy popular, a quien comenzaron a invitar en los círculos sociales más prestigiosos de Londres. Todos querían verlo y hablar con él, y Byron aprovechó para seguir construyéndose no solo como autor, sino también como figura pública. De muy buena apariencia y con una gran educación y oratoria, su personalidad se hacía cada vez más poderosa y magnética. Él contribuyó en agregarle algunos detalles para alimentar su estelaridad: siempre se vestía de negro y decía que solo se alimentaba de agua, galletas y papas bañadas en vinagre. A la vista de todos, nunca comía otra cosa (tal vez, lo hacía a escondidas). 


Augusta Leigh, medio hermana y luego esposa de Lord Byron.

Allí en Londres, continuó con algunas de sus polémicas, que venían de la mano de adulterios e infidelidades. Esta vez, fue con su medio hermana Augusta Leigh, hija de su padre de un matrimonio anterior. Ella también había heredado cierta personalidad y belleza, a las cuales Byron no se resistió. De hecho, se casó con ella y tuvieron una hija (a la vez, sobrina). Todo un escándalo para la época. El matrimonio no duró y, al tiempo, se casó con la baronesa Annabella Milbanke (luego, hasta el final de sus días, conocida como Lady Byron), con quien tuvo otra hija, pero ella lo abandona por no tolerar su excéntrico comportamiento de siempre. Sus aventuras tildadas de inmorales en aquel momento llegan a oídos de todos y, así, dejan de frecuentarlo y de invitarlo a las reuniones y tertulias. Esta vez, la opinión pública inglesa no le perdona sus indiscreciones. A partir de ahí y poco a poco, dicen algunos autores, la estrella de Byron comienza a apagarse. 

Mientras tanto, para evitar los murmullos a sus espaldas, el poeta decidió volver al extranjero. Y el destino fue Venecia, Génova y otras ciudades, donde continuaron sus peripecias: se enamoró de una italiana casada con quien tampoco llegó a buen puerto, pero fue el momento cuando se le ocurrió retratar (tal vez con la intención de burlarse de su realidad) a un joven seductor que vive distintas hazañas, a partir de varios encuentros y enredos amorosos. Comenzó, entonces, a escribir su Don Juan. Redactó dieciséis cantos de la obra y, mientras estaba en plena composición de uno más, se dice que se le acercó una comitiva griega para pedirle que lo acompañara a luchar por la independencia de aquel país que tanto amaba. Byron aceptó, más allá de su salud deteriorada por la bebida y otros excesos.

Ya en tierra griega y en contra de las indicaciones de su médico, un día salió a cabalgar y lo sorprendió una tormenta que lo mantuvo con fiebre durante varios días. Nunca logró liberarse de ella y murió en la ciudad de Mesolongi, el 19 de abril de 1824. Su Don Juan, años más tarde, se publicó con ese último canto inconcluso. La obra ganó mucha popularidad y en Grecia, aún hoy, Byron es considerado un héroe nacional.

A pesar de su corta edad, escribió más de treinta obras que su editor, John Murray, compiló en diecisiete volúmenes en 1833. Y el éxito lo siguió acompañando: la influencia del poeta inglés fue tan grande que, según especialistas, la gente se acordaba dónde estaba cuando se enteró la noticia de su muerte. Tal vez, el aporte más importante de Byron fue haber inspirado a toda una generación, a toda una juventud de artistas, escritores y pensadores, que se opusieron a las normas y reglas del neoclasicismo, a la idea de la pura razón, para darle libertad a los sentimientos, a la subjetividad, las emociones y sensaciones. Es por eso que la producción de Byron se considera como la culminación de este movimiento romántico que se extendió por buena parte de Europa y América.


Retrato de Lord Byron en su estudio.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que la pasión y búsqueda de ese júbilo, de la risa, los placeres, las fiestas, los momentos dionisíacos de los cuales se servían los románticos no respondían a un libertinaje o desenfreno rebeldes, sino a toda una estética del propio goce y deseo. Lord Byron buscó ese placer de la manera más noble, transformando las vivencias individuales en experiencias textuales que se siguen leyendo aún hoy, a casi doscientos años de su fallecimiento. Incluso ha dejado testimonio de sus preocupaciones literarias en muchas cartas y otros escritos personales, rescatados hace unos años y publicados como Diarios (Galaxia Gutemberg). Allí, el poeta se desnuda con una sinceridad cruda y se vislumbra un Byron sin aquel disfraz de "don Juan". Se dice que la mayoría de sus memorias originales fueron destruidas por el propio John Murray, por su alto contenido inmoral y sexual. 

Muchos años después, el filósofo español Ortega y Gasset va a decir que la persona con nobleza es aquella que dedica su vida por algo difícil de conseguir, mientras que la vulgar busca la satisfacción de la forma más directa y fácil posible. Byron -más allá de las lecturas que le han adjudicado los diferentes estilos de época a lo largo de los años- fundó su vida en eso y lo dejó muy claro en sus textos, convirtiendo la búsqueda en belleza y la dificultad en oro.