Alberto Laiseca, desmesura y libertad creativas
Alberto Laiseca, desmesura y libertad creativas

Alberto Laiseca, desmesura y libertad creativas

Letras
Se cumplen 91 del nacimiento del escritor argentino, creador del realismo delirante. Ganó popularidad por contar cuentos de terror en la televisión.

Alberto Laiseca nació el 11 de febrero de 1941. Ni bien terminó la secundaria empezó a estudiar ingeniería química, pero a los 23 años decidió dejar la carrera. Se fue a trabajar al campo: fue peón y cosechero en Mendoza, Córdoba y Santa Fe, empleado telefónico, corrector de pruebas en el diario La Razón, de Buenos Aires, y autor de más de 20 libros. Osvaldo Soriano fue uno de los primeros que confió en él y lo presentó ante Manuel Pampín, de la editorial Corregidor, que publicó su primera novela: Su turno para morir (1976).

Escribió novelas, cuentos, poesías y ensayos. Entre sus obras destacadas están los cuentos de “Matando enanos a garrotazos” (1982) y las novela La hija de Kheops (1989). En 1991, la editorial rosarina Beatriz Viterbo Editora publicó el ensayo “Por favor, ¡Plágienme!” y recibió la Beca Guggenheim con la que pudo terminar su segunda novela más extensa: El jardín de las máquinas parlantes, en la que se sumergió en el mundo de la magia y el esoterismo.

En 1998 editó Los Sorias: una novela monumental de 1.400 páginas, su obra cumbre, que él mismo definió como “la obra de su vida”. Tardó diez años en escribirla y casi veinte en poder publicarla. La primera edición salió por la editorial independiente Simurg: 350 ejemplares, de tapa dura, numerados y firmados por el autor. En el prólogo de una reedición en 2004, el escritor Ricardo Piglia la calificó como “La mejor novela que se ha escrito en la Argentina desde Los siete locos”.

A su poética, Laiseca le dio un nombre: realismo delirante, un estilo que pone por encima la desmesura y la libertad creativas, de la demanda de verosimilitud de los hechos narrados. “Lo que yo quiero hacer con las distorsiones del delirio es marcar, justamente, partes de la realidad poco vistas”, dijo alguna vez.

Laiseca no se hizo famoso por sus libros sino por sus apariciones en televisión. En octubre de 2002 empezó el ciclo Cuentos de terror, en el canal I Sat, en donde narraba cuentos de diez o quince minutos. Contaba cuentos como lo haría un tío o un abuelo frente a un fogón en un campamento de verano. En una entrevista contó que había aprendido a narrarlos después de haber estado cerca de la muerte, un día que pensaba en el suicidio. “Estaba solo, y unos amigos me habían prestado un grabador Geloso, de esos antiguos, con cinta. Haciendo horas con el grabador se me pasaron las ganas de hacerme boleta. Era todo un ritual, con la cinta dando vueltas, de manera artesanal. Hice horas para grabador sin tener la menor idea de que eso me iba a servir después, en la vida real, para contar cuentos. Me grababa, inventaba historias, pronunciaba discursos, maldecía”, dijo.

El programa duró tres años y en 2003 recibió el Premio Martín Fierro en el rubro “Cultural educativo”.

Según contó el escritor argentino Rodolfo Fogwill (1941-2010) en una entrevista, a partir de las emisiones, en la calle a Laiseca lo reconocían como “el bigotudo que cuenta los cuentos de terror en la tele”.

La popularidad aumentó a partir de que empezó a presentar películas en un ciclo de terror en el Canal Retro.

Unos años después, en 2009, los ideólogos del programa de cuentos, Mariano Cohn y Gastón Duprat, lo invitaron a protagonizar una película, y Laiseca fue actor en El artista. Interpretaba a Romano, un paciente de una residencia geriátrica que no hablaba excepto para decir “¡Pucho!”, cuando quería fumar.

En 2011, los mismos directores estrenaron Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo, basada en un cuento inédito de Laiseca. El autor hizo la voz en off de la película, protagonizada por Emilio Disi.

Durante 20 años dio talleres literarios. Con él estudiaron Selva Almada, Alejandra Zina, Leonardo Oyola, Sebastián Pandolfelli, Juan Guinot y Gabriela Cabezón Cámara, entre muchos otros.

Decía Laiseca que en esos encuentros había aprendido muchísimo. “A ser más humano. Mirar a los demás, escucharlos, ver sus problemas. No andar mirándose siempre el ombligo. Qué necesita, cómo puedo acceder al otro para ayudarlo”.

Decía que ni sus alumnos sabían qué iban a buscar cuando se anotaban en sus talleres. Y que por eso muchos se iban. “Algunos querían que el profesor les enseñara por imposición de manos, una especie de vudú: no hay nada de eso. Acá lo que hay es trabajo, nada más. Solamente así podés crecer. El que busca fórmulas mágicas, cagó. No hay. Pero sí hay camino, con mucho trabajo, dedicación y humildad. Y orgullo al mismo tiempo. Es una alquimia rara cuando tenés que mezclar humildad con orgullo. Siempre les digo a mis alumnos que estudiar narrativa, hacerla, es tan difícil como si se hubieran metido en un curso de física teórica. Es muy difícil todo en este mundo”, contó en una entrevista.

 

Alberto Laiseca falleció el 22 de diciembre de 2016. Sus restos fueron velados en la Biblioteca Nacional. Sus cenizas, esparcidas sobre el Río Carapachay en el Delta del Tigre.

Foto: Agencia Télam.