Judith Butler, 30 años de “El género en disputa”
Judith Butler, 30 años de “El género en disputa”

Judith Butler, 30 años de “El género en disputa”

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Desde su publicación en 1990, la filósofa norteamericana continúa siendo una referente del pensamiento contemporáneo, por sus aportes acerca del sexo, la identidad y el género. La escritora argentina, Florencia Abbate, autora de “Biblioteca feminista”, nos cuenta más sobre la repercusión de "El género en disputa", una de las obras fundacionales de la teoría queer.

Editado en 1990, El género en disputa posicionó a la pensadora estadounidense, Judith Butler, como una de las filósofas más influyentes de la escena cultural contemporánea. Con este texto, la autora cuestionó el sexo como configuración natural y argumentó que el género es más bien una construcción social. Si bien no estuvo libre de tensiones con otros pensadores, el libro rápidamente se convirtió en una de las obras fundacionales de lo que se conoció como la “teoría queer” y los “estudios de género”, en tanto campos interdisciplinarios de análisis.

Judith Butler.

Antes de la publicación de El género en disputa, “las ideas se dividían a grandes rasgos entre las que entendían al género como la interpretación cultural del sexo y aquellas que insistían en la inevitabilidad de la diferencia sexual. Ambas presuponían que el ‘sexo’, entendido como un elemento tributario de una anatomía que no era cuestionada, era algo ‘natural’, que no dependía de las configuraciones sociohistóricas”, comenta la socióloga y doctora en Estudios de Género, Leticia Sabsay, en uno de sus textos. Y agrega: “Butler plantea que el ‘sexo’ entendido como la base material o natural del género, como un concepto sociológico o cultural, es el efecto de una concepción que se da dentro de un sistema social ya marcado por la normativa del género. En otras palabras, que la idea del ‘sexo’ como algo natural se ha configurado dentro de la lógica del binarismo del género”.

Además, Butler introdujo otro de los temas que hicieron tambalear todo lo que se conocía hasta el momento y que disparó la teoría queer: el género como algo performativo. Es decir, el género como una "actuación" reiterada que se realiza en función de cierta convención social preexistente. “En la performatividad del género, el sujeto no es el dueño de su género, y no realiza simplemente la ‘performance’ que más le satisface, sino que se ve obligado a ‘actuar’ el género en función de una normativa genérica que promueve y legitima o sanciona y excluye. En esta tensión, la actuación del género que una deviene es el efecto de una negociación con esta normativa”, explica Sabsay.  

Del algún modo, la obra de Judith Butler impuso una suerte de giro copernicano con el que los conceptos de sexo, identidad, género, política, performatividad, homosexualidad, heteronormatividad y deseo, entre otros, comenzaron a repensarse desde otras perspectivas. Por su parte, la escritora argentina Florencia Abbate, autora de Biblioteca feminista. Vidas, luchas y obras desde 1789 hasta hoy (Planeta), nos acerca un poco más a las ideas y perspectivas de la filosofía de Butler.

Florencia Abbate, escritora y ensayista.

-¿Cuál fue la importancia que supuso la publicación de El género en disputa?

-Fue un libro que causó mucho impacto y también muchas polémicas. A tono con las ideas posmodernas de los años 90, el objetivo que Butler se había propuesto era reformular las categorías de género por fuera de la llamada “metafísica de la sustancia”, lo cual implicaba dejar atrás las pretensiones de definición ontológica —por ejemplo, la pregunta sobre el “ser” de la mujer— y basarse, en cambio, en la idea acuñada por Nietzsche de que no hay ningún “ser” detrás del hacer, porque el sujeto no tiene ninguna esencia y se define por sus actos. O sea: actuamos, nos vestimos, nos movemos y hablamos de determinadas maneras que consolidan, día tras día, la impresión de ser un hombre o una mujer. Actuamos como si ese “ser hombre” o ese “ser mujer” fueran una esencia, pero Butler plantea que es un fenómeno producido y reproducido culturalmente, a partir de la existencia de lo que ella llama “normas de género”. Entonces, su idea principal en ese libro se basaba en que no hay una identidad de género “detrás” de las expresiones de género, sino que la identidad se construye performativamente mediante esas expresiones. Esa fue la tesis más resonante de El género en disputa: su teoría de la performatividad del género, que proponía visualizar y analizar la dimensión performática —de algún modo teatral— de nuestras identidades.

-¿Desde esa perspectiva, entonces, la construcción de la identidad de género tiene que ver con la performatividad y con la performance?

-Exacto. La performance sería la autorrepresentación —la manera en que cada persona se presenta a sí misma en la vida diaria—, la construcción del género como un modo singular de encarnar la performatividad. Por el contrario, la performatividad remite justamente a las “normas de género”, y esas normas se definen por ser algo que se nos impone, que viene con la cultura. La performatividad alude a la repetición forzosa de la norma, que responde a patrones y restricciones que impulsan y sostienen determinados modelos de lo “femenino” y lo “masculino” aceptados culturalmente. De ahí se desprende que nadie realiza simplemente la performance de género que más le satisface porque, en todo momento, respondemos a normas y expectativas que condicionan nuestra manera de actuar.

-¿Qué es lo que más destacarías de los aportes de esta obra? 

-Sobre todo, la importancia que tuvo para desnaturalizar las expectativas de género y visibilizar las normas. Por ejemplo, una norma en la construcción de la masculinidad es que un varón no debe caminar moviendo las caderas, y sabemos que si lo hace será mirado porque estaría contradiciendo una norma. Entonces, Butler dice que en lo que atañe al género hay una expectativa de que exista una esencia interna que se pone al descubierto cuando alguien actúa, y que esa expectativa está acompañada por otra: la expectativa de que existe coherencia y continuidad entre el sexo, el género y la orientación sexual. Por ejemplo, ante una determinada persona, partiríamos primero de la presuposición de que sus órganos sexuales se corresponden con su género y de que su deseo es heterosexual; cualquier diferencia que surja, la comprendemos como una “desviación” respecto de esa expectativa previa. Butler sostiene entonces que, en nuestra cultura, la expectativa social presupone una relación causal entre sexo, género y orientación sexual. Y que los géneros son interpretados en el marco de un sistema normativo que es binario y heterosexual, o sea, un marco en el que existen dos opuestos (masculino/femenino), que se atraen entre sí. Políticamente, el hecho de que este sistema normativo traiga aparejada la suposición de reglas de continuidad y coherencia entre sexo, género y orientación sexual sería la causa de que haya personas que quedan condenadas a ser pensadas en términos de discontinuidad e incoherencia. Básicamente, aquellas personas que no se adecúan a las normas hétero-cis, y que por eso han sido históricamente discriminadas. 

-¿En ese sentido, qué conclusiones surgen de la teoría Butler?

-Podemos decir que surgen dos conclusiones. En primer lugar, si los atributos y actos de género son performativos, si no hay una esencia interna con la que pueda medirse un acto o un atributo, entonces no sería posible sostener que haya actos o atributos de género verdaderos o falsos, ni correctos o desviados. La segunda conclusión es que, si esto es así, significa también que es posible que existan no solo los dos géneros establecidos, sino diversas identidades de género que pueden ser construidas. En ese sentido, su producción ha brindado argumentos para luchar por la despatologización y por la transformación de concepciones culturales que generan consecuencias tan crueles como la discriminación, la marginación y la violencia que atraviesan las vidas de muchísimas personas.

-¿Cómo se lee hoy, a 30 años de su primera edición? ¿Se puede hablar de progreso o todavía son mayores las resistencias? 

-Creo que hoy, a treinta años de su publicación, algunas de sus tesis siguen generando debates, y esto es interesante. Por otro lado, en las últimas décadas se ha desarrollado muchísima teoría que va en la línea que planteaba Butler, y también se han discutido sus ideas desde otras perspectivas. Me parece que lo más interesante es que las propias personas a las que, de alguna manera, la teoría de Butler aspiraba a representar dentro del feminismo, han producido sus propias teorías y esto es insoslayable. Por ejemplo, el movimiento trans ha producido mucha teoría, y gracias a la militancia de este movimiento es que en Argentina hemos llegado a tener una ley tan de avanzada como es la Ley de Identidad de Género, en cuya elaboración participaron importantes teóricos-activistas argentinos como Mauro Cabral. La Ley de Identidad de Género establece, entre otras cosas, que toda persona tiene derecho al reconocimiento de su identidad de género, al libre desarrollo de su persona conforme a su identidad de género, a ser tratada de acuerdo con su identidad de género y, en particular, a ser identificada de ese modo en los instrumentos que acreditan su identidad. La identidad de género se define como “la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo”. La filósofa feminista Diana Maffia señaló que esta ley constituye una revolución copernicana en la construcción epistémica de saberes, ya que implica que el saber de la identidad de género ha logrado pasar de la medicina y de la psiquiatría —que antes tenían el dominio absoluto para determinar la identidad de género de una persona— a la persona misma. En ese sentido me parece que sí se puede hablar de progreso. Y creo que hoy hay una mirada más humanista y menos posmoderna que la que planteaba Butler. En los 90 la idea de la “muerte del sujeto” era casi una moda teórica. Pero los activismos actuales en Argentina, en general, se posicionan dentro del paradigma de los derechos humanos, que es un paradigma de la tradición humanista.

-A poco más de cinco años de la primera marcha de "Ni una menos", ¿qué cambios o persistencias conceptuales encontrás, a partir de la explosión de otros tantos textos feministas? 

-La obra de Butler suscitó grandes polémicas dentro de los feminismos porque se animó a proponer una teoría feminista queer que apostaba por ir más allá de la noción de “las mujeres” como sujeto político al cual el feminismo debía representar. Con respecto a las marchas “Ni una menos”, me parece interesante recordar que en su libro Deshacer el género, Butler dice que, dado que el feminismo ha enfrentado siempre la violencia contra las mujeres, sexual y no sexual, esa lucha debería servir de base para una alianza con otros movimientos, ya que “la violencia fóbica contra los cuerpos es parte de lo que une el activismo antihomofóbico, antirracista, feminista, trans e intersexual”. Creo que estas alianzas son parte de lo que vemos hoy en las marchas en Argentina y que esto es muy positivo. El hecho de que el “Encuentro Nacional de las Mujeres” el año pasado se haya renombrado como “Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis y No Binaries” es una muestra de que esas alianzas se han fortalecido. Hay un gran movimiento que está compuesto por muchos movimientos diferentes y que expresa claramente un hartazgo y un enfrentamiento cultural contra la violencia machista, racista, homofóbica, transfóbica y todas las formas de la violencia arraigadas de algún modo en la cultura patriarcal.