Jacobo “Fito” Fiterman, una vida dedicada al arte
Jacobo “Fito” Fiterman, una vida dedicada al arte

Jacobo “Fito” Fiterman, una vida dedicada al arte

Arte
El coleccionista, que en diciembre último ganó el Premio Trayectoria a la gestión cultural del Fondo Nacional de las Artes, habla de la pasión de “acumular obra”.

A lo largo de sus 91 años, Jacobo “Fito” Fiterman, nunca paró de transformarse. Fue fundador de arteBA, ingeniero, fotógrafo y coleccionista. En diciembre del 2020 recibió el Premio Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes (FNA) y decidió donar el dinero obtenido por el galardón para la compra de instrumentos musicales destinados a la Orquesta Infantil "El Ombú", y para la compra de un freezer donde almacenar vacunas contra el Covid-19.

"A esta altura de mi vida lo que menos me importa es el dinero. Si con ese dinero puedo ayudar a otras cosas, lo hago con gusto. A esa escuela de música para chicos me la sugirió Diana Saiegh, presidenta del FNA, pero también me enteré de un lugar donde iban a vacunar contra la pandemia y decidí donar el dinero para que pudieran comprar un freezer para conservar las vacunas. Yo pertenezco a una familia judía, mis padres me enseñaron a ser muy solidarios con la comunidad. El saber que uno pertenece a la comunidad y que debe tratar de devolverle lo que ha recibido".


Fiterman nació en una familia humilde que no tenía ningún tipo de vínculo artístico. Sus padres eran inmigrantes polacos que llegaron a la Argentina en 1923, después de la Primera Guerra Mundial. Tenían un pequeño bazar, primero en provincia de Buenos Aires y después en Capital. Comenzaron en una feria y siguieron con un puesto en un mercado. De adolescente, Fiterman soñaba con viajar a Israel pero su papá le dijo: "Hicimos todo este esfuerzo para que vos estudies”. Entonces, comenzó la carrera de Ingeniería Civil mientras trabajaba en Obras Sanitarias de la Nación.

A los 18 años visitó su primera exposición, fue la de un profesor de la escuela industrial. Los días miércoles, a las cinco de la tarde, se escapaba de sus obligaciones para ir a escuchar ópera al Teatro Colón. La escuchaba de pie, en la tertulia.

“Lo hacía porque necesitaba una educación que no había recibido y realmente ahí fui entendiendo y comprendiendo que el arte es como un camino. Ahora, gozo de las óperas de un modo que en ese momento no hubiera imaginado. Fue una lección, una escuela. Entender una obra de arte es un camino muy largo", cuenta Fiterman.

En los años cuarenta había muchos Concurso de Manchas y Fiterman se acercaba a los artistas incipientes y les compraba alguno de sus ensayos. Un día, ya estando casado, decidió comprar un retrato de un chico con un patito, realizado por el pintor argentino Antonio Berni.

Lo que pensaba en ese momento era encontrar una manera de satisfacer un deseo: ser un hombre de la cultura, formar parte. Cuando llegué a casa, mi mujer me dijo: '¿No tenemos mesa de comedor y vos comprás un cuadro?'. Sí, porque sentí que era importante embellecer mi vida. Yo tenía esa sensación de que me quería ligar con el arte”, comentó hace unos años en una entrevista.


Fito Fiterman junto a Julio Suaya, Antonio Seguí, Carlos Alonso y Diana Saiegh, en la primera edición de arteBA en 1991.

La primera vez que compró obra pensando en iniciar una colección fue unos años después, en 1955, en un remate a beneficio de la lucha contra la poliomielitis. Recuerda que compró un pequeño óleo de Orlando Pierri y una aguada de Juan Carlos Castagnino. No le alcanzó para comprar un dibujo de Raúl Soldi.

Cuando podía, asistía al Colegio Libre de Estudios Superiores de la avenida Santa Fe. Comenzó a rodearse de ese contexto intelectual. Iba mirando, desarrollando ideas, y comenzó a vincularse con los artistas que exponían en el Teatro del Pueblo como Castagnino, Berni, Enrique Policastro. Ahí también conoció a Carlos Alonso, con quien se juntaba a comer y a charlar. De a poco, comenzó a formarse como el gestor, conocedor y coleccionista que, en 1991, crearía arteBA, una de las ferias de arte más importantes del continente.

Hoy se define como un coleccionista compulsivo de sellos de bronce, tinteros, manitos y, por supuesto, de arte.

- ¿Cómo describiría el placer del coleccionista de arte?

- Yo creo que es un placer sensual. Poseer una obra de arte produce una satisfacción, no sé si será una comparación absurda, como si uno comiera un rico plato. Es algo que uno desea. En la colección que yo tengo, habrá obras que no valen un centavo y habrá obras que se valorizarán. El escritor estadounidense, Upton Sinclair, tenía un personaje que se llamaba Lanny Budd que decía que en materia de obras de arte "había que comprar lo que a uno le gustara, con que una se valorice, paga por todas las demás". En este sentido, uno de los artistas que descubrí en su momento -y que llegó a valer mucho en el mercado internacional- es el pintor y escultor español Manuel Valdés Blasco, conocido como Manolo Valdés. Yo lo conocí en Nueva York y nos hicimos muy amigos. Hace 30 años le dije a un amigo que le comprara una obra importante -pongamos por ejemplo, cien mil dólares-. Al tiempo, Manolo vino con un cheque por el 10% del valor de la obra -unos diez mil dólares- y me lo quiso dar. Yo le dije: "No, no, de ninguna manera, Manolo. Lo hice por amistad". Entonces me regaló una escultura que guardé. Y esa escultura, 30 años después, debe valer unos 300 mil dólares. Una vez, Manolo me dijo: "Al arte le hace bien el dinero y al dinero le hace bien el arte". Esta concepción es la que yo llevé adelante cuando me tocó dirigir arteBA en sus primeros 10 años de existencia. El arte tiene que ir envuelto de algo. Cuando dos personas muy ricas o empresarios muy importantes se encuentran, no van a hablar de negocios en una cena familiar. ¿De qué hablan? De arte. De lo que cada uno compro, tuvo o le interesaría comprar.

- ¿En qué sentido le gusta “acumular obra”?

- Es algo hedónico, soy coleccionista a muerte. Ahora que soy grande, estoy viendo todas las cosas que tengo y de muchas me estoy desprendiendo. He coleccionado ceniceros de cristal. Ahora, cuando vienen los amigos, siempre les regalo un cenicero. A veces, les regalo manitos de bronce. Estas son cosas que pasan a los 91 años. Uno cree que se muere y que no va a dejar recuerdos y, de esa manera, dando estas cosas a los amigos que aprecio…van a quedar en el recuerdo de esos amigos. Tengo un montón de pequeñas esculturas que también me gusta regalar. Regalé algunas a mis nietos, a amigos, para que cuando las vean, se acuerden de mí. Es una manera de perdurar en el recuerdo de los demás.

- También acompañó a artistas, como a Carlos Alonso. ¿Qué lo llevó a decidir hacerlo?

- A mí siempre me gustó el arte. ¿Por qué? No sé, porque mi familia era una familia muy humilde, muy lejos de temas de arte. Pero hace unos 60 años hubo una exposición de un premio que ganó Carlos Alonso para ilustrar la segunda parte del Don Quijote de la Mancha. La primera la hizo Salvador Dalí, la segunda la hizo Carlos Alonso. La exhibición se hizo en el sótano del Partido Socialista. Yo me acerqué a comprar algunos dibujos y el director me dijo: "Te quiero presentar a un artista que va a ser consagrado con el tiempo". Y ahí empezamos una amistad que dura hasta ahora. Lo acompañé a la exhibición de las ilustraciones del Don Quijote de la Mancha que él hizo. Algunos originales los tengo y otros se los doné al Museo Carlos Alonso, en Mendoza. Tengo muchos dibujos, tengo óleos, una colección bastante grande. Para mí, es un artista muy importante. Hay mucho simbolismo en la obra de él. Mantengo una amistad y mantengo los cuadros que van a ser propiedad de mis hijos, de mis nietos, a los que se los dejo y que espero que sepan conservar.

- Comentaba en una entrevista que el arte contemporáneo suele ser “un arte desprovisto de ideología, muy decorativo, que no lleva a pensar; es un arte que lleva a apreciar la combinación de colores, lo puramente estético”. ¿A qué cree que se deba esto?

- El arte evoluciona como todas las cosas. Están las modas, las maneras de expresarse. Cuando Marcel Duchamp pone el mingitorio al revés dice: "Esto es arte". Entonces, la palabra arte representa muchas cosas. Hay un límite entre lo que es arte y lo que es artesanía. Yo tengo acá un bastón, es precioso, pero no es arte, es una artesanía. Lo que pasa es que en los tiempos no-modernos, los artistas eran, a su vez, artesanos: preparaban sus telas y preparaban sus pinturas en base a pigmentos. Y fueron evolucionando, la figura, la figura humana, la época de los santos, lo que fuera, era lo que inspiraba el paisaje, pero después fue evolucionando y todo lo que era perfección se fue transformando en sentimiento. Los impresionistas pensaban que el arte era una sensación. Así que el arte es una continua evolución. Tanto es así, que cuando estábamos en lo máximo del arte abstracto -que para mí es una conjunción muy interesante de colores y formas que te dejan una mente vacía- hay un retroceso, la gente vuelve a la inspiración, vuelve a buscar la naturaleza. En algunas cosas como dibujar una botella, vuelve a ser algo del uso cotidiano pero se quiere representar como arte. El arte mezcla mucho color, dibujo y también ideología. En el arte también hay ideología. Y hay modas. Hay modas que perduran y modas que pasan. Yo no soy contrario al arte contemporáneo. Al contrario, me interesa, porque es una expresión que yo la llamo más mental, tiene que ver más que ver con la mente, con la idea, con la ideología. La mayoría de los artistas muy modernos no hacen sus obras: fotografían, representan, tomando objetos, poniendo un objeto sobre otro. Es decir, hay muchas maneras estéticas de manifestarse en el arte y creo que todas son interesantes. Todas son comprensivas. Yo creo que el arte moderno, contemporáneo, tiene poco de los artistas de la Edad Media, para los que todo era un esfuerzo, una explicación manual de lo que ellos transmitían. Ahora se va mucho a la simplificación.