Henrik Ibsen, el dramaturgo noruego que cuestionó y transformó las costumbres opresivas de su tiempo
Henrik Ibsen, el dramaturgo noruego que cuestionó y transformó las costumbres opresivas de su tiempo

Henrik Ibsen, el dramaturgo noruego que cuestionó y transformó las costumbres opresivas de su tiempo

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Visionario y con un gran talento para narrar, el autor escandinavo logró cambiar las formas de ver teatro mediante obras críticas y cuestionadoras, como la feminista “Casa de muñecas”, que aún hoy se representan en distintas partes del mundo. En esta nota, a 193 años de su natalicio, enterate más sobre su vida y obra que, desde el siglo XIX, enriqueció y transformó la dramaturgia occidental.

Así como Shakespeare fue la gran figura de la dramaturgia británica; y Molière, de la francesa, el noruego Henrik Ibsen —junto con el sueco August Strindberg— lo fue del drama escandinavo. Lo curioso fue lograrlo no solo en una región que no contaba con una gran tradición teatral, donde no se habían estrenado demasiadas obras notables, sino que nadie hablaba o leía en aquellas lenguas del norte más allá de las propias fronteras. Tampoco se trató de un éxito repentino; sobre todo, al comienzo de la carrera literaria en su Noruega natal. Si bien el camino fue cuesta arriba, Ibsen logró convertirse en aquella figura extraordinaria, con piezas que aún hoy suben al escenario de todo el mundo.    

Foto Galerie Bassenge.

Nacido el 20 de marzo de 1828, en la ciudad noruega de Skien, el dramaturgo escribió su primera obra en 1849. Esta y otras que vinieron después pasaron desapercibidas, incluso con muy malas críticas. Uno de sus más importantes biógrafos, el inglés Michael Meyer, comentó: “Henrik Ibsen fue un fracaso hasta sus 36 años. Su padre quebró financieramente cuando él tenía 7 y, a los 15, tuvo que dejar de estudiar para ganarse la vida como ayudante de boticario. Nadie quería representar sus obras. Solicitó pensiones que estaban disponibles para los escritores, pero siempre fue rechazado. Luego, se volvió alcohólico”.

A los treinta, Henrik se había casado con Susanna Thoreson. Era la hija de un clérigo, cuyo carácter e influencia fueron el gran apoyo del dramaturgo para no abandonar y continuar con sus convicciones literarias. El hijo que tenían en común, Sigurd, dijo una vez: “Él era el genio; ella era el carácter y su voluntad”. A pesar de las dificultades, Ibsen se mantuvo firme en su destino de escritor. 

Retrato de Ibsen, por el artista noruego Eilif Peterssen (1895).

Sus aspiraciones literarias comenzaron muy pronto y, cuando finalmente terminó los estudios secundarios e intentó cursar la carrera de medicina, la vocación artística fue la que ganó más allá de los apuros económicos. En 1850 había viajado a Cristianía (lo que hoy es Oslo). Publicó su primera obra, Catilina, bajo el seudónimo de Brynjolf Bjarme, pero no le fue bien: denostada por la crítica, la pieza no consiguió subir al escenario. Y esta no fue la única vez, hasta que finalmente el 26 de septiembre de 1851, se representó La tumba del guerrero en el Teatro Cristianía. Sin embargo, tampoco le fue demasiado bien.

Tres años después llegó a Bergen, donde logró el puesto de director y dramaturgo de un nuevo teatro que se había inaugurado en la ciudad. A partir de ahí, Ibsen comenzó a ganarse la vida dedicándose a su verdadera vocación. En 1857 volvió a Cristianía para dirigir otro teatro, pero luego cerró por problemas financieros, lo que marcó un antes y un después en su vida. Su opinión sobre Noruega había cambiado radicalmente.

Decidió exiliarse de su tierra y de esa frustración: pasó los próximos 27 años en Roma y otras ciudades europeas. No obstante, nunca dejó de escribir. Y solo cuando logró todo el éxito esperado volvió a Noruega, donde murió el 23 de mayo de 1906, a los 78 años. En la antigua Cristianía, fue enterrado con honores.

Editorial Losada.

El teatro de Ibsen

Además de escribir un buen número de poemas, los dramas del escritor noruego son los que lo consagraron como uno de los autores más representativos de su época y de la actualidad. Según su biógrafo Michael Meyer, la carrera de Ibsen se puede dividir en cuatro periodos: “Primero, los años de fracaso, las obras que nadie quiso representar, incluso hoy en Noruega. Segundo, los grandes dramas épicos, los que escribió de 1860 a 1870 como Brand y Peer Gynt, escritas en verso como poemas dramáticos. Tercero, a fines de 1870 y principios de 1880, la etapa conocida como las obras sociológicas. Y por último, entre 1880 y 1890, sus grandes obras finales que dejó desconcertado a sus contemporáneos”.    

En relación con esas últimas obras, Meyer se refiere al carácter simbolista de estas piezas que poseen un gran sentido metafórico, como La dama del mar (1888), Hedda Gabler (1890) y El maestro constructor (1892). 

Planeta Libro.

Pero fue durante su tercera etapa de creación con la que Ibsen realmente se consagró como un gran dramaturgo. En este periodo escribió Los pilares de la sociedad (1877); Casa de muñecas (1879); Espectros (1881) y Un enemigo del pueblo (1882). Se trata de obras en las que se ocupó de problemas sociales, los convencionalismos, las apariencias con una gran crítica social. Casa de muñecas, por ejemplo, se transformó en una de las obras feministas que no dejarían de representarse en distintas partes del mundo

El autor, de alguna manera, da cuenta de los cambiantes procesos culturales e históricos que suceden en la Europa de entonces. Los textos de Charles Darwin, Karl Marx y otros pensadores ya circulaban con fuerza y no son pocos los críticos que sospechan que Ibsen también los tenía sobre la mesa. Casa de muñecas, el drama en el que su personaje principal (Nora) va en busca de ella misma, aun desafiando las convenciones sociales, trajo una gran controversia ya que la sociedad de ese momento, con costumbres victorianas muy arraigadas, no estaba preparada para semejante cuestionamiento: los maridos y jefes de familia ya no eran vistos como dioses; la mujer no tenía por qué estar bajo su mando ni tener menos derechos que su esposo. La cosmovisión empezaba a cambiar y, en este sentido, el teatro de Ibsen tuvo mucho para aportar.

Entre las múltiples versiones cinematográficas de Casa de muñecas, el director argentino Ernesto Arancibia hizo su propia versión en 1943.

El autor se había declarado ateo y, mediante sus obras, comenzó a cuestionar lo que nadie se atrevía. Muchos de sus lectores y espectadores lo siguieron en ese razonamiento. Aquello en lo que creían ciegamente comenzó a tambalearse para hacerse de una opinión propia de cuanto existía. “Esto era algo que no se había logrado desde los tiempos de Eurípides en Grecia. Shakespeare, por ejemplo, nunca cuestionó si un monarca debía tener el poder absoluto o si la riqueza debía estar o no en las manos de pocos. Pero Ibsen desafió la autoridad en muchos aspectos. Cambió el teatro de ser un lugar de entretenimiento a debatir las ideas del momento con una habilidad maravillosa. El teatro nunca volvió a ser el mismo”, expresó Meyer.

Ibsen, además, anticipó muchas de las ideas que otros pensadores abordaron cincuenta años después. El psiquiatra inglés, Anthony Storr, comentó en un especial sobre la vida del dramaturgo: “Ibsen estaba muy preocupado acerca del cumplimiento del destino del individuo, más allá de si era hombre o mujer. Y, por supuesto, en su época era algo muy nuevo que la mujer tuviera el mismo derecho para cumplir su destino como el hombre, que fuera lo que ella quisiera ser. Ibsen se anticipó al concepto de autorrealización que otros especialistas, como Abraham Maslow y Eric Fromm, abordaron más adelante. Ibsen estaba muy adelantado a su época”.

Paola Krum y Jorge Suárez, en Después de casa de muñecas (2019), dirigida por Javier Daulte. Gentileza Clarín.

A 193 años de su nacimiento, Henrik Ibsen continúa siendo uno de los grandes dramaturgos no solo de Noruega, sino de gran parte de occidente. Casa de muñecas, la obra que lo consagró, se convirtió en una de las piezas feministas que dio lugar, incluso, a nuevas obras. Por ejemplo Después de casa de muñecas, escrita por el estadounidense Lucas Hnath, en la que narra la vuelta de Nora al hogar, quince años después del famoso portazo para ir en busca de ella misma. Esta vez, la protagonista de la historia regresa como una escritora feminista, para resolver nuevos problemas, pero que la encontrarán de otra manera ante el mundo. En 2019, el director Javier Daulte la subió a escena en Paseo La Plaza, protagonizada por Paola Krum, Jorge Suárez, Julia Calvo y Laura Grandinetti.

Los dramas de Ibsen, no hay dudas, siguen interpelando a hombres y mujeres, e invitando siempre al cuestionamiento de todo cuanto se ha impuesto o naturalizado.

Foto de portada: Daniel Georg Nyblinn.