González, el fotógrafo inesperado
González, el fotógrafo inesperado

González, el fotógrafo inesperado

Es paraguayo y, a los 83 años, disfruta de su primera exposición individual, en la Casa de la Cultura Popular de la Villa 21-24 de Barracas
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Tiburcio González Rojas tiene 83 años y González, la exposición de cincuenta fotografías tomadas en el Paraguay durante los años ‘60 y ‘70, es su primera muestra individual. Curada por Gustavo Di Mario y Virginia Giannone, exhibe retratos de la vida social de la zona: casamientos, festividades civiles y religiosas, bautismos, duelos, entregas de diploma, desfiles de moda, bailes.

González nació en Cerro Vera, Pirayú, departamento de Paragurí, en el sudoeste del Paraguay. Tiene un hijo, que es farmacéutico, y una hija, que es odontóloga. Durante décadas se dedicó a la fotografía social y comercial. Sus imágenes son sencillas y reales, y tal vez por eso tan emotivas. Su gente lo llama el “Patrón González”. “Me decían patrón por respeto; casi nadie me conoce como Tiburcio; tanto es así que si me llaman por mi nombre no me doy vuelta”, dice.

Ahora, en la inaguración de la muestra en la Casa Central de la Cultura Popular, en la Villa 21-24 de la Ciudad de Buenos Aires, confiesa no poder creer que esas fotos, que hoy visten las paredes de la Casa de la Cultura Popular, sean suyas. Para él, la máquina de fotos siempre había sido, simplemente, una herramienta de trabajo. Nunca sospechó que sus capturas fueran arte y que alguna vez alguien le pidiera permiso para compartirlo con el público. Ese alguien es el fotógrafo Gustavo Di Mario, o su “ángel”, como él lo llama.

“Gustavo consiguió restaurar y revivir mi trabajo. Es mi ángel; me dio ganas de vivir, de seguir viviendo, y de ver la vida de otra forma. Me cambió el espíritu”, dice.

Di Mario es fotógrafo y, hace seis años, haciendo una residencia en Asunción, lo invitaron a conocer Ypacaraí. En ese lugar, conocido como “La Ciudad del Lago”, tuvo el deseo de conocer algún colega suyo. Así apareció Tiburcio en su vida, junto a sus más 5 mil negativos de fotografías nunca antes publicadas, y los 5 años de trabajo y restauración que siguieron a ese encuentro.

-Gustavo, ¿cómo se conocieron con Tiburcio?

GDM: Fui invitado por la Fundación Migliorisi a hacer una residencia en Asunción. Uno de los lugares que visité fue Ypacaraí. Llegué temprano para el comienzo del festival que quería fotografiar y entonces me aventuré a preguntar si había algún fotógrafo en el pueblo que tuviera fotos viejas. Así fue que me indicaron la casa de González. No lo encontré a él sino a su hijo, que me dijo que volviera en unos días que iba a hablar con su padre. Al volver pude asomarme al cuarto en el que se encontraban los negativos arrumbados en una esquina de la casa. Decidí ir a visitarlo a la cantina del lago de Ypacaraí, donde Tiburcio vendía bebidas, para contarle la idea de recuperar su material.

-¿Cuál fue su primera reacción?

GDM: Se entusiasmó con la idea de que alguien se ocupara de su trabajo, pero sin demasiada expectativa. Su único pedido fue llevar sus fotos al pueblo donde nació, Pirayú.  

-¿Qué te llamó la atención del trabajo de Tiburcio?

GDM: Vi muy poco de su trabajo en un primer momento; algunas 13x18 de un cumple de 15, unas fotos carnets, y muy poquitas pruebas de contactos. Se trató más bien de una intuición; sentía que algo había.

-¿Cómo se recuperaron los negativos?

GDM: La Fundación Migliorisi, de Asunción, me ayudó con el traslado de los negativos a Buenos Aires. En mi departamento lavé la totalidad de los negativos, tarea que me habrá llevado un año. En su casa de Ypacaraí los negativos habían sido guardados de manera precaria. Después de una tormenta, en la que un árbol cayó sobre el galpón donde se habían archivado durante muchos años, los negativos quedaron a la intemperie, maltrechos por un tiempo, a merced de la lluvia, los bichos. Sus negativos más viejos estaban archivados con nombre y fecha, pero básicamente eran tiras de negativos enrollados entre sí, formando tortas gigantes. Algunos pegados entre sí, otros conservados en mejor estado. No se exactamente qué cantidad de negativos había, pero tengo escaneadas unas cinco mil fotos.

-Tiburcio, ¿imaginó alguna vez que expondría su trabajo?

TGR: Imaginar, no lo imaginé. En una oportunidad, en Ypacaraí, me propusieron hacer un recordatorio de las fotos que saqué en el pueblo, aunque nunca se llegó a concretar. Cuando entré a la Casa de la Cultura, un barrio con gran presencia de comunidad paraguaya, me sentí muy contento y embriagado de emoción. Creo que no llegué a tomar dimensión hasta que llegó el día de la inauguración.

-¿Cómo arrancó con la fotografía?

TGR: Siendo muy joven fui jockey y comencé a fotografiar caballos. Luego aprendí fotografía en el estudio de Ramón Emilio Adorno, en Asunción. Posteriormente ingresé a un organismo gubernamental como fotógrafo, donde amplié mi conocimiento del oficio. Al tiempo, trabajé por mi cuenta viajando de una compañía a otra, primero en moto y más tarde en camioneta. Llevaba mi equipo de revelado con una batería -ya que generalmente en los pueblos no había electricidad, para poder dar a mis clientes las copias de las fotos al día siguiente. Más adelante instalé mi estudio en Ypacaraí.  

-¿Se acuerda cuál fue la primera foto que sacó?

TGR: No recuerdo una foto en particular, pero hablando con Virginia y Gustavo recordé una foto de dos leones apareándose en el zoológico de Buenos Aires. Tenía una copia, pero la extravié.

-De las cincuenta fotos que forman parte de la exposición, ¿cuál habla más de usted?

TGR: La foto que más me emociona es la que muestra una moto, porque con ella monté más de 50 años, anduve por barro, piedras, arenales. Me llevó donde quise, a lugares donde los ómnibus no podrían haber llegado; por eso la admiro.

-Las imágenes enseñan un mundo pueblero del interior paraguayo de los años ´60 y ´70. ¿Cuánto de aquel pueblo modesto fue modificado con el transcurrir de los años?

TGR: Ypacaraí cambio un poco, pero no mucho. Pirayú, que es mi lugar de nacimiento, cambió más. Y tenemos pendiente con mi hijo ir a visitar el Chaco paraguayo, donde también saqué una buena cantidad de fotos.

-¿Cómo se trabajó la muestra y cuánto tiempo llevó el trabajo de curaduría?

GDM: Nos juntamos con Virginia Giannoni, con quien somos amigos hace más de 30 años. Conocemos el trabajo de cada uno y confiamos mucho en el otro. Virginia conoce este proyecto desde que empezó. En un comienzo nos juntábamos mínimo dos veces por semana a mirar fotos, y fuimos seleccionando poco a poco hasta llegar a 500.

-¿Qué los conectaba con la emoción?

GDM: Uno ve las fotos de González y se sumerge en un mundo de mucha gente, de distintos momentos, de vidas que uno no vivió, pero que de tanto mirarlas cree conocer a muchos de los fotografiados. Con esa frecuencia de juntarnos llegamos a nuestro número ideal de elegir 50 fotos. La decisión final para la selección era que fuesen fotones, más allá de lo que mostraran. Ya estamos en el camino de editar el libro; ahí nos vamos a poder explayar y mostrar más sobre González.

-¿Cómo está siendo la recepción del público?

GDM: La gente se detiene a mirar las fotos un rato. Y son para eso, para zambullirse en esas vidas. Por suerte en la Casa de la Cultura Popular de la villa 21-24 hay mucha gente que asiste a talleres y cursos de todo tipo, y al ver las fotos se identifican al toque; eso muy bueno. Se logró el primer objetivo de que González pueda reconocerse después de tanto tiempo, en su primera muestra, y que tanto la gente del ambiente de la fotografía como el público queden impactados y enamorados de las imágenes, como nos pasó a nosotros desde que el proyecto arrancó.

Con la curaduría de Gustavo Di Mario y Virginia Giannone, y el auspicio del Banco Ciudad, González puede visitarse hasta el 4 de marzo de martes a sábados de 10 a 20 en la Casa Central de la Cultura Popular, Iriarte 3500, Barracas, CABA.