Georges de La Tour, el maestro del claroscuro francés
Georges de La Tour, el maestro del claroscuro francés

Georges de La Tour, el maestro del claroscuro francés

Arte
Efemérides
Fue uno de los grandes pintores de la Francia del siglo XVII, continuador del estilo tenebrista, muy influenciado por la pintura del italiano Caravaggio. Pero luego de su muerte, los cuadros quedaron desperdigados por distintas ciudades y no se volvió a saber de él. Gracias al trabajo de críticos e historiadores, se rescató durante fines del siglo XIX y principios del XX, la producción de este artista que representó sobre el lienzo una parte de la cultura barroca francesa. A 428 años de su nacimiento, enterate más en esta nota.

Georges de La Tour fue uno de los más importantes pintores del Barroco francés y de los principales representantes del estilo tenebrista: aquel en el que se da un marcado contraste entre luces y sombras, que inauguró otro de los máximos artistas de este periodo: el italiano Caravaggio. Aunque durante su vida gozó de un éxito notable, es uno de esos artistas que, al morir, cayó en el olvido. Sin embargo, el tiempo le dio la revancha con su redescubrimiento y recuperación.

Riña de músicos (1625-1630). De la primera etapa pictórica de De La Tour. Getty Center, Los Ángeles.

Nacido en la región de Lorena, el 13 de marzo de 1593, perteneció a una familia humilde. Según algunas biografías, no se conoce muy bien si llegó alguna vez a abandonar su tierra, pero atendiendo su pintura, hay una clara muestra sobre sus influencias que venían de Holanda e Italia. La producción de Caravaggio es de las más evidentes.

A lo largo de su vida, De La Tour contó con varios encargos de la mano de personalidades destacadas, como el duque Enrique II o el rey Luis XIII. Esto le confirió una gran fama como uno de los pintores favoritos de su tiempo. No obstante, con la Guerra de los Treinta Años que se extendió por Europa Central hasta 1648, el pintor no estuvo exento de distintas dificultades. Pero la Guerra no lo apartó de la creación de algunos de los mejores cuadros del siglo XVII francés. 

Con su muerte, el 30 de enero de 1652, Georges de La Tour, que había sido tan solicitado en vida, cayó en el olvido y no fue recuperado hasta finales del siglo XIX y principios del XX por algunos investigadores. Por ejemplo, el trabajo académico de Alexandre Joly, Luc-Olivier Merson, Hermann Voss y Pierre Landry trajo un verdadero renacimiento del artista que, hoy, es uno de los más reconocidos en la Europa occidental. La primera exposición retrospectiva dedicada al pintor, fue en 1972 en París, con 31 obras originales rescatadas. A la fecha, se le adjudican un total de 40 piezas conservadas, entre otras pinturas aún en proceso de adjudicación autoral.

El tahúr del as de diamantes (1635). Museo del Louvre, París.

“Georges de La Tour es un artista fascinante, un pintor extraordinario con un repertorio iconográfico de una enorme personalidad y una cantidad de recursos técnicos simplemente asombrosa. Su recorrido vital puede seguirse con bastante claridad”, dijo Andrés Úbeda, curador del Museo del Prado que, en 2016, llevó adelante una exposición únicamente destinada a la obra de De La Tour. En relación con aquella cronología pictórica, Úbeda destacó: “Sus primeros intereses se centran en tipos populares, rústicos, miserables a veces, pendencieros, que se pelean por pequeñas miserias. Luego se va refinando tanto en los temas como en la forma de narrarlos, en la técnica, estilo, color, que se hace mucho más rico y mucho más claro”.

En esta segunda etapa de creación, es cuando De la Tour pinta algunos cuadros con un estilo que se asocia a las obras de Caravaggio: la trampa, el azar, la buenaventura. Es esta fase también cuando se dan, como menciona el curador español, una serie de repeticiones en sus obras, representaciones similares que no siempre corresponden al mismo periodo de producción. El sentido de estas repeticiones, al parecer, todavía es un misterio.

El recién nacido (1645-1648). De la última etapa tenebrista del pintor. Museo de Bellas Artes de Rennes, Francia.

Más tarde, y en contraposición al momento de producción anterior denominado como “escenas diurnas”, el artista francés fue más allá en la técnica del tenebrismo y con la que continuó demostrando todo su virtuosismo con el óleo. Se trata de las “escenas nocturnas”, en las que representó un realismo crudo aquello que acontencía en su tierra Lorena y en otras parte de Europa con las guerras: la peste, las hambrunas, la muerte. En estas pinturas, las escenas están habitualmente iluminadas por la introducción de una vela como objeto central. “Esta tercera etapa de su producción tiene que ver con sus célebres ‘nocturnos’, sus ‘noches’ como fueron calificados en la época”, explicó Andrés Úbeda. Y agregó: “Estos cuadros, iluminados habitualmente a través de la luz de una vela, con interiores y personajes solitarios, a veces melancólicos, siempre con una enorme intensidad dramática, son las pinturas e intereses que centran la parte final de su producción”.

La Magdalena penitente (1644), con la típica vanitas de la calavera, que anuncia la mortalidad y finitud humanas. Museo de Arte Metropolitano, Nueva York.

En este último tramo de su carrera plástica, De La Tour va eliminando de a poco la paleta cromática que utilizaba en periodos anteriores, para pasar a algo mucho más monocromático. Además, en relación con los temas, buena parte de estas últimas creaciones tienen un corte mucho más religioso, aunque también alguna que otra laica. Algunos críticos mencionan “la religiosidad laica” como un concepto que atraviesa este último momento de las obras del pintor francés: “Cuadros en los cuales nada nos permite entender que se trata de pinturas religiosas. Maternidades, padres con sus hijos trabajando, jóvenes que se acercan a personas de más edad y que la crítica actual considera que se trata de sagradas familias, San José con el Niño, o San Pedro y el ángel”, describe Úbeda.

San José carpintero (1642). Museo del Louvre, París. 

Actualmente, las obras de Georges de La Tour se encuentran dispersas entre distintas ciudades, como París, Nantes, Rennes, Londres, Madrid, Nueva York, San Francisco. Sin embargo, la importancia radica en su encuentro luego de tantos años de olvido y oscuridad, en su rescate y valoración de toda una producción plástica que narró, entre óleos y bastidores, una parte de la historia y la sensibilidad de la Francia y la Europa del siglo XVII; una parte de la cultura que aún nos cuenta quiénes nos antecedieron, a pesar de las lenguas, batallas y fronteras.