Ezequiel Martínez Estrada, el ensayista del siglo XX argentino
Ezequiel Martínez Estrada, el ensayista del siglo XX argentino

Ezequiel Martínez Estrada, el ensayista del siglo XX argentino

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Se cumplen 125 años del nacimiento del escritor santafesino. El sociólogo Christian Ferrer nos cuenta más sobre la obra del autor.

Nació en Santa Fe, el 14 de septiembre de 1895. A sus veinte años, comenzó a trabajar como personal administrativo del Correo Central de Buenos Aires, cargo que ejerció durante treinta años, hasta 1946. Sin embargo, pasó a la historia por otra cuestión y con nombre propio: Ezequiel Martínez Estrada, uno de los autores más reconocidos, logró con el tiempo estar presente en cualquier obra crítica e historiográfica de la literatura argentina.

Durante fines de la década de 1910 y principios de 1920, se vinculó con distintas personalidades que conformaban, en ese momento, el canon intelectual de las letras. Leopoldo Lugones era uno de los autores más leídos y se convirtió en una suerte de padrino y mentor literario del joven Ezequiel. El primer género con el que comenzó fue con la poesía, y así llegaron sus primeros textos como Oro y piedra (1918), Nelifelibal (1922) Motivos del cielo (1924) Argentina (1927) y Humoresca (1929). Con este último, había ganado el Premio Nacional de Literatura.

Sin embargo, a partir de la década del treinta, abordó la narrativa que ya nunca iba a abandonar. Gran lector del alemán Oswald Spengler, quien había escrito La decadencia de Occidente. Bosquejo de la morfología de una historia universal, Martínez Estrada se inspiró profundamente y, a partir de allí, reflexionó sobre la propia historia argentina. Cuando en 1930 se produjo el Golpe de Estado contra el segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen, aquellos signos decadentes de los que hablaba Spengler, Martínez Estrada también los confirmó en la Argentina. 

Es en 1933 cuando publicó Radiografía de La Pampa, un ensayo en el que trató distintas aristas de una de las temáticas más tensas como apasionantes: la cuestión del ser nacional. Con este texto, por el que ganó el Premio Nacional de Letras cuatro años después, exploró las andanzas de una Argentina claramente en crisis. E intentó explicar esa crisis y decadencia como los efectos de estructuras y configuraciones que, históricamente, se negaban y solapaban. Retomando las ideas de Spengler sobre el desarrollo histórico, también abordó algunas teorías psicoanalíticas de Freud con las que atravesó el análisis de la realidad argentina. Como si se tratara de un sueño, el contenido onírico debía interpretarse de modo que alcanzara el conocimiento verdadero; y ese conocimiento tal vez estaba en el origen de todo, durante el nacimiento de la propia Argentina.

Así, Martínez Estrada realizó su ensayo como si fuera una radiografía, un gesto a contraluz para sacar de las sombras lo que estaba oculto. “Radiografía de La Pampa significa, para mí, una crisis, por no decir una catársis, en que mi vida mental toma un rumbo hasta entonces insospechado. Diré que fui enrolado en las filas del servicio obligatorio de la libertad de mi patria”, dijo una vez el propio escritor. 

Luego, llegaron otros ensayos, más poesía, biografías, críticas, un viaje a Cuba donde ocupó el puesto de director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Casa de las Américas en La Habana y más. No obstante, se dice que tuvo muchos detractores que vilipendiaban su obra en vida e, incluso, después de su muerte, en Bahía Blanca, el 4 de noviembre de 1964. Pero más tarde llegó la reivindicación, gracias a las lecturas y relecturas de autores como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Noé Jitrik, Juan José Saer, Ricardo Piglia, Liliana Weinberg, Teresa Alfieri, Horacio González, Adriana Lamoso, Nidia Burgos, entre muchos otros. 

Entre ellos, está también Christian Ferrer, sociólogo y escritor, con quien conversamos y nos contó más acerca de la obra de Ezequiel Martínez Estrada.

-¿Cuál fue la importancia de la obra de Ezequiel Martínez Estrada en la historia de las letras argentinas?

-Fue importante, y aún lo es, no solamente por haber ofrecido claves de comprensión, exigentes y ásperas, de los fenómenos culturales y políticos del país, sino también por haberse mantenido, y bastante tercamente, en un estado de autonomía intelectual, en un tiempo, por cierto, en que todo el mundo izaba bandera. Martínez Estrada no se adosó a ningún partido político ni a movimientos colectivos de ideas. Se pareció, más bien, a un trabajador solitario, algo distante, que analizaba a la Argentina por medio de paradojas, que son figuras del pensamiento que tanto dan estocadas como nos liberan de los lugares comunes, y de intuiciones conceptuales, por no decir somáticas, lo que significa que, cuando Martínez Estrada escribía y pensaba, lo hacía en forma personalísima, y además como si estuviera mirándonos desde el otro lado de alguna frontera, solo que esa frontera estaba ubicada en el cráter del volcán de los dilemas nacionales. Yo diría que fue un desterrado dentro de su propio país, y si lo fue, lo fue por voluntad propia. Y sin embargo, a pesar de los muchos vaticinios funestos que arrojó acerca del proceso histórico argentino, y detrás de tanta invectiva lanzada contra los responsables de rifar o dañar la cosa pública, se ocultaba un amor bronco por el país. Martínez Estrada, a la Argentina, la amaba, pero no la admiraba, y ése es un tipo de sensibilidad que conduce a nadar contra la corriente.

-Hay quienes dicen que Martínez Estrada es el máximo ensayista argentino del siglo XX. ¿Pensás que es así? ¿Por qué?

-Solía había cierto consenso, de parte de las personas que se ocupan de hacer historia de las letras nacionales, y cuando eso todavía importaba, en tener esa consideración por Martínez Estrada, la de haber sido un escritor importante. Pero no siempre el juicio público acerca de sus libros e ideas fue de calma chicha. Si bien nunca le faltaron lectores, y aún hoy sus obras siguen editándose, en su día fueron objeto de controversia, y fueron muchos los detractores de su estilo de pensamiento, hayan sido marxistas, nacionalistas, liberales y algunos más que se complacían en buscar pulgas en los libros, y todos le achacaban recostarse sobre la intuición o la ausencia de “método “científico”. Con el tiempo, su obra quedó ubicada en una “tierra de nadie”, que no es mal lugar para un pensador, lo que es decir que se reconocía su valía pero no se sabía qué hacer con sus ideas sobre el país. Y como ningún movimiento político o de ideas posterior pudo retomarlo, pero tampoco cancelarlo, allí sigue Martínez Estrada, solo y libre, pero justamente esa condición nos permite una aproximación desprejuiciada a sus libros, en el entendimiento de que para poder juzgar obras y autores primero hay que ser un poco desprejuiciado, de otro modo ya sabríamos lo que vamos a buscar y casi que no sería necesario leer nada. Lo cierto es que los pensadores anómalos, y además autodidactas, como lo fue Martínez Estrada, no han abundado tanto en el país. En el árbol genealógico de las ideas argentinas no hay tanto pariente reconocible a su alrededor.

-¿Qué diferencias/semejanzas hay entre el Martínez Estada literario y el Martínez Estrada ensayista? ¿Hay una voz que se desdobla o forma una misma poética?

-Antes de ser ensayista, Martínez Estrada fue poeta, y en tanto tal consiguió cierta consideración pública, es decir el respeto de sus pares y algo de audiencia. Pero más adelante abandonaría la poesía por las ideas y sólo mantendría la vocación literaria, en el sentido de creación de ficciones, en una serie de cuentos que fue publicando de grande. Pero pocos leen hoy sus ficciones y más bien es recordado y leído como gran ensayista, donde “gran” significa que fue un practicante eximio de ese género. Es cierto que en sus ensayos abundan las metáforas y una cierta tendencia a la prosa poética, que son marcas de estilo de las que huyen los cientistas sociales, pero estaban al servicio de preñar los argumentos con imaginación. Él mismo creía que su dedicación al ensayo suponía primero haber tenido que destruir buena parte de sus capacidades somáticas para la imaginación, a la cual consideraba la forma más exacta de la realidad. De otro modo la teoría o los marcos conceptuales termina ahogando a las ideas. Un concepto que no esté en estado continuo de preñez –la imaginación es un embarazo permanente– se endurece, se osifica, es cadáver en la boca de los vivos.

-En sus ensayos hay una preocupación por analizar o descifrar la naturaleza o condición del “ser argentino”. Eduardo Mallea abordó también esa temática y hay quienes dicen que eso mismo le costó el “olvido”. ¿Martínez Estrada tuvo otra suerte? ¿Mostró otra posición/aristas con respecto al ser nacional?

-La cuestión del “ser nacional” era un tema de época, y no solamente argentino. Por entonces, la década de 1930, el tema de la “identidad” preocupaba a los intelectuales europeos, y no con buenas consecuencias. En Argentina era tema que los nacionalistas venían agitando desde comienzos del siglo XX y que se volvería más insistente, hasta ir desapareciendo un poco a partir del fin de la dictadura militar. Lo propio de Martínez Estrada es haber entendido que la patria está enraízada en el humus emocional de los habitantes y no es un sentido de la historia o en un proyecto político. Le importaba más el territorio y el habitante que el estado o las instituciones, más las buenas o malas costumbres argentinas que la cuestión de la “identidad”, que es un tema de políticos y sociólogos.

-¿Por qué deberíamos seguir leyéndolo hoy? ¿Qué nos dice su obra en el siglo XXI?

-Sobre Argentina, Martínez Estrada tiene mucho para decirnos, por no decir que es un tipo de autor que sigue viendo lejos, y por eso, a tales escritores, suele llamárselos “clásicos”. Creo que en su primer gran ensayo –Radiografía de la Pampa– ya está desplegado el diagrama de problemas y de argumentos con los que pensó el país. Es un libro cuya lectura causa conmoción, pues el diagnóstico es sombrío y el pronóstico más bien reservado. En suma, Martínez Estrada creía que no había fácil solución –si es que la había– al laberinto de equívocos que es la Argentina, sobre todo si se huye de los problemas en vez de hacerles frente. Insistió en que la historia argentina es una sucesión de violaciones y violencias descargadas sobre la naturaleza, las mujeres, los indios, los gauchos, los mestizos –por cierto una figura negada–, los inmigrantes y los que nada tienen y ya han sufrido demasiado. Dicho de otra manera, nos hemos inventado una historia ficcional o sea falsa, del país tanto para disimular el pasado desagradable tras bastidores como para agitar discordias sin raíz ni destino y que producen una especie de permanente sensación de “encono sin objeto”. El habitante, sobre todo el de Buenos Aires, vuelca sus frustraciones, pesadillas y angustias sobre cualquiera que le salga al paso. Quizás su concepto más fértil, que adelantó en aquel libro de 1933, haya sido es de no hacer distinguible la separación entre civilización y barbarie, es decir percibió la condición siamesa de los supuestos “opuestos” y por lo tanto la irrefrenable tendencia a la incivilidad que es propia de la vida social de los argentinos. Eso no se oculta con lo que él llamaba “la hipervaluación del cosmético cultural” ni tampoco con la permanente improvisación de andamios endebles ante las crisis que inevitablemente nos afectan, más o menos una vez cada diez años. Lo dicho por Martínez Estrada, casi cien años atrás, pareció exagerado y ominoso –después de todo, la Argentina se reputaba a sí misma como “granero del mundo”–, pero la verdad es que con cada crisis hemos ido dejando jirones de nuestras piel y de nuestras esperanzas por el camino. Por eso, cuando se lee Radiografía de la Pampa, o bien La cabeza de Goliat, su libro sobre Buenos Aires, parece como si estuvieran escritos hace dos semanas y no cien años atrás. El diagnóstico sigue siendo válido. En sus propias palabras: “Argentina es una enferma grave que ni se cura ni se muere y que le cuesta un dineral a la familia”.

-Para quienes todavía no lo leyeron, ¿por dónde empezar y qué cosas tener en cuenta?

-Si yo nunca hubiera leído a Martínez Estrada, me gustaría comenzar por La cabeza de Goliat, un libro escrito con amor y reticencia para con la gran ciudad, pero a la vez con cierto humor negro que suscita el nerviosismo del lector. Allí se deja en claro que la Argentina es un país mal diseñado, que la desproporción entre el puerto y las provincias era un problema que no ha hecho más que agravarse. Pero sin dudas quien quiera leer su mejor libro, debe comenzar por Radiografía de la Pampa, un libro que no deja indemne al lector, porque es una advertencia muy meditada y muy argumentada de los males nacionales, que, de no ser abordados, perjudicarían en grado sumo al país, y esos males no han hecho otra cosa más que acrecentarse. Su libro sobre la gauchesca y el mundo desaparecido de los gauchos –Muerte y transfiguración del Martín Fierro– es una elegía melancólica y dramática, imprescindible si se quiere entender cuánto fue destruido para hacer un país supuestamente rico en mieses y ganado. Igual, yo tengo preferencia por su libro sobre Hudson –El mundo maravilloso de Guillermo Enrique Hudson– porque es bello y gorjeante, un gran elogio del paisaje argentino, a la vez que contiene páginas diamantinas acerca de los pájaros que viven en nuestro territorio.