Estudiar teatro en la Villa 21-24: la historia de Lucas y Camila
Estudiar teatro en la Villa 21-24: la historia de Lucas y Camila

Estudiar teatro en la Villa 21-24: la historia de Lucas y Camila

La Casa Central de la Cultura Popular colma de cultura el barrio 21-24 de Barracas. Estos hermanitos estudian allí y protagonizan una obra que se presentó en vacaciones de invierno a sala llena. ¡Conocelos!
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Una gran construcción pintada de colores contrasta con el día gris. Al atravesar la puerta de entrada, se despliega una exposición de dibujos y obras de artistas. La sala está regada de pufs naranjas y amarillos, rodeados por bibliotecas y libros. Una mamá, recostada en uno de ellos, le cuenta un cuento a su hijo. A un lado, un mural grande y colorido que muestra una nave espacial suspendida en el espacio, rodeada de estrellas y planetas, reza: “La casa de la inspiración”.

La Casa Central de la Cultura Popular en la Villa 21-24 de Barracas está poblada de chicos y chicas que leen, pintan y juegan en las mesas de Ajedrecear. Una voz anuncia por altoparlante que en el primer piso va a comenzar el circo, que en el auditorio empieza otra proyección de cine y que dentro de poco iniciará el taller de cocina. Los chicos disfrutan de todas las actividades que ofrece el espacio y el barrio ya lo adoptó como propio.

Cerca de las 16:30 llegan Lucas de 11 años, Camila de 9 y su mamá Zulma. Los dos hermanos actúan en la obra Reciclando Ando, hecha por los alumnos y la docente de Teatro en Red, Camila López Stordeur, quien dicta el taller teatral de la Casa. Está por comenzar la segunda función.

Zulma, su marido Cristian, Camila y Lucas son paraguayos. Vivían en Ciudad del Este hasta que decidieron mudarse a Buenos Aires. Llegaron hace tres años. “No pensábamos venir, pero hubo una crisis y nos mudamos”, cuenta Zulma. Y asegura estar contenta con la decisión: “Acá la gente es cálida, igual que en Paraguay. Nos recibieron muy bien”.

Cuando llegaron a la Argentina se instalaron en Bella Vista, al noroeste de la Provincia de Buenos Aires. Allí Lucas comenzó a estudiar teatro, Camila se animaría después. “Ellos están haciendo teatro desde que llegamos. Una vez que estuvieron ubicados en la escuela vimos un espacio cultural en Bella Vista para buscar con qué entretenerse. Ahí ellos empezaron teatro y yo guitarra. Había muchas cosas para estudiar: guitarra, violín”, dice la mamá de los niños.

Aunque hace solo tres años conoció el mundo del teatro, Lucas ya lo tiene decidido: cuando sea grande quiere ser actor.

“Cuando estaba en Paraguay no sabía lo que era el teatro, no conocía, porque teníamos que pagar si queríamos ir a estudiar actuación. Acá en Argentina es gratuito. Hay más oportunidades acá que allá. Empecé a estudiar y me empezó a gustar actuar y ver teatro porque me puedo expresar. A Camila al principio no le gustaba porque tenía vergüenza de estar en frente de mucha gente, después se acostumbró y también le gustó”, Cuenta Lucas.

 

Cuando la familia se mudó a Barracas y conocieron la Casa de la Cultura Popular, ambos hermanos empezaron a hacer teatro juntos. En la obra Reciclando Ando comparten el escenario. Lucas es quien abre la función.

“Yo entro preocupado por lo que pasa con la basura en el barrio, porque hay mucha suciedad, y después de la primera parte les digo: Tenemos un problema, un problemón, algo terrible, escalofriante está pasando —recita a gran velocidad—. Cada vez hay más basura en el barrio. ¡Tenemos que hacer algo!”.

Lucas narra la obra escena por escena. No solo sabe sus líneas, sino que recuerda las de todos sus compañeros: “Vecinos y vecinas, señoras y señores, niños y niñas del barrio de Barracas, árboles y plantas, frutas y verduras, gatos y perros”, declama en el comienzo de la función. Aunque Camila, escondida detrás de su mamá, le dicta que antes de eso todos los actores cantan una canción de bienvenida. Ahora se muestra tímida, pero cuando suba al escenario, la pequeña de 9 años será gigante.  

Zulma cuenta que a su hija le gusta maquillarse y usar tacos, por eso su parte preferida de la obra es en la que actúa de cantante, porque se para en puntas de pies y camina con tacos imaginarios. Ambos se la pasan ensayando juntos y la menor es quien le recuerda la letra a su hermano.

“Nos subimos a la cama y como es un poquitito alta hacemos como que es el escenario y del otro lado está el público y actuamos ahí”, describen los chicos.

Todos los miércoles, esperan con ganas las clases de teatro. Allí se divierten y juegan a ser otros.

“Cuando me dan el papel intento jugar con eso, jugar con el personaje. Me gusta el teatro porque te podés expresar. Yo en mi casa soy tranquilo y bueno, pero en la obra puedo  hacer cualquier macana”, explica Lucas, y señala que no le cuesta mucho aprender la letra.

Lo que más le gusta a él de subirse al escenario es compartir con el público lo que están haciendo, estar con sus compañeros y poder expresarse. Al principio le dan un poco de nervios, “de tensión, porque hay mucha gente que está mirando”, pero después se le pasa. Y cuando el público aplaude, se emociona porque significa que todo salió bien.

Antes de hacer la obra Reciclando Ando, invitaron a los vecinos de Barracas para charlar sobre cuáles eran los mayores problemas del barrio.

Tal como lo cuenta Lucas, el tema de la obra surgió en un encuentro con las familias de los alumnos del taller de Teatro en Red. La puesta se creó en base a las improvisaciones que se trabajaban en las clases y la música es original creada por Mauro Mascareño. El vestuario fue realizado en el taller de textil, a cargo de Sonia Marcela Quiñones con materiales reutilizados.

La trama muestra a los vecinos del barrio preocupados por la contaminación frente a lo cual deciden organizar un festival para comprar tachos de basura y concientizar a la gente sobre la problemática de los deshechos. Para el evento invitan a diferentes artistas del barrio que despliegan sus habilidades y captan la atención del público. De repente, aparece alguien desconocido: “El loco y el creador de la basura”, quien brinda ideas creativas y originales sobre cómo los deshechos pueden reciclarse y reutilizarse.

“El trabajo que llevamos adelante pone la mirada en la inclusión de cada uno de los chicos, teniendo en cuenta el contexto de vulnerabilidad en el que viven, aportándoles un espacio de contención, con la posibilidad de compartir otros canales de expresión”, dicen los docentes que trabajan en Teatro en Red, quienes poseen formación artística teatral y musical.

Este programa que se desarrolla actualmente en la Villa 21-24, con alrededor de 30 alumnos, considera a la cultura como un factor de inclusión fundamental a través del cual se puede revertir la exclusión, integrando a los niños a través del arte. En su paso por diferentes barrios de emergencia y contextos vulnerables, la experiencia de esta iniciativa ha sido exitosa.

Lucas y Camila son un ejemplo de ello. Su casa está a dos cuadras, villa adentro, de la Casa de la Cultura Popular. Se reduce a una pieza con dos camas pegadas, una mesa, unos estantes que hacen de armario, una cocina pequeña, una heladera y una cortina detrás de la cual, se intuye, está la cama de sus padres.    

Las dos camas de los niños unidas hacen de escenario. Al entrar, ellos se descalzan, se suben y se ponen en posición para encarnar sus roles. Zulma les sopla la letra y ellos ensayan la canción de inicio, a dúo.

Se acerca el momento de la función. Los niños deben estar media hora antes para organizar todo: “Por ejemplo los micrófonos, que los probamos, ver si la ropa está bien, nos preparamos para que salga bien la obra. Decoramos el escenario y ponemos las cosas que vamos a usar”, explica Lucas.

Hoy será una función especial porque van a ir a verlo actuar dos de sus amigos de la escuela: Michael y Simón. Eso lo poner contento. Para asegurarse de que no falte, pasamos a buscar a Michael por su casa. Él es el mejor amigo de Lucas.

Faltan 15 minutos para la función. Del auditorio salen payasos y el público comienza a hacer una larga fila en la puerta. Adentro, los actores se preparan: la profesora, Camila, cuelga banderines, arma la escenografía. Mientras ella los termina de organizar, los chicos juegan “Simón dice”, guerra de pulgares, ensayan entre ellos.

Zulma, orgullosa, entró con sus hijos y se instaló en un asiento con vista privilegiada. Peina a Lucas, le acomoda el pelo. Cuenta que solo trabaja dos días a la semana para poder estar con sus hijos, que para ella eso es lo más importante. Los incentiva para que hagan diferentes cosas, que estudien.

“Siempre les digo que ellos tiene que saber que cuando sean grandes se van a ir y tienen que ser buenos. A veces pienso que les digo demasiado que sean buenos, que se porten bien, que no hagan o digan determinadas cosas”, reflexiona. 

Lucas y su compañera, una niña efervescente e histriónica, son los presentadores de la obra y copan el centro del escenario. Ensayan el comienzo, se ayudan y aconsejan como verdaderos profesionales. Son compañeros entre ellos, se divierten. Quieren que todo salga bien.

La función está por comenzar. La profesora organiza al elenco y cierra el telón. Cuando se abren las puertas del auditorio el público entra en masa. Los niños se amontonan en los pasillos, grandes y chicos se acomodan en sus lugares. La sala estalla. No queda un asiento vacío.

“Aqui llegamos los chicos y chicas, a darles la bienvenida, con personajes del barrio, con historias compartidas. Esta casita siempre nos recibe, para alegrarnos los días. No es solo de la cultura, es de todos, tuya y mía. Los queremos invitar a que se suban a este tren, que guarden el celular y que apaguen la TV, que defiendan el presente y más tarde que temprano, el pasado esté latente y el futuro en nuestras manos”, dicen en la canción que abre la obra.

El público aplaude, se ríe con los chicos y disfrutan de Reciclando Ando, que ya es todo un éxito.