El manga en la Argentina y la popularización de la historieta japonesa
El manga en la Argentina y la popularización de la historieta japonesa

El manga en la Argentina y la popularización de la historieta japonesa

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Traducido literalmente como “dibujo informal” o “garabato”, el manga se abrió camino con sello propio, y una legión de lectores y seguidores a nivel mundial. Lea Caballero, joven mangaka argentino, nos cuenta más sobre el comienzo y éxito de la famosa historieta japonesa en esta parte de la región.

Cuerpos estilizados y, sobre todo, ojos enormes y expresivos. Estas son dos de las características más visibles y notables del manga: la historieta japonesa. Su origen lingüístico —a veces adjudicado al pintor Hokusai Katsushika del periodo Edo— proviene de la unión de los kanjis 漫 “man” [informal] y 画 “ga” [dibujo]. Traducido literalmente como “dibujo informal” o “garabato”, el manga se abrió camino distinguiéndose de la historieta y del cómic en general, con sello propio y una legión de otakus: sus lectores y seguidores a nivel mundial.  

Tagosaku to Mokube no Tokyo Kenbutsu (1902): oficialmente, el primer manga de la historia.

Durante aquel periodo Edo de la historia del Japón (1603-1868), se desarrolló el movimiento artístico ukiyo-e, que tiene que ver con los grabados de sus estampas más tradicionales. En estas composiciones gráficas, se incluían algunas descripciones mediante la escritura de ideogramas, para ampliar aquella representación visual. Así, algunos encontraron cierto origen, asociando esa actividad cultural con lo que, luego, se conocería modernamente como manga. Y por supuesto, conservando los elementos más distintivos y constitutivos: viñeta, imagen y texto.

No obstante, fue a principios del siglo XX y de la mano del dibujante Rakuten Kitazawa, cuando apareció Tagosaku to Mokube no Tokyo Kenbutsu (1902): oficialmente, el primer manga de la historia. Y fue durante las décadas de los 20 y 30, cuando este tipo de obras se orientó mucho más hacia el público infantil y juvenil. Luego de la Segunda Guerra Mundial, el manga se popularizó y se transformó en una importante industria hasta el día de hoy.

Mazinger Z, uno de los mangas y anime más populares de los años 70 y 80.

Algunos de los mangas más famosos y vendidos del mundo, que también han sido traducidos a diversos idiomas son One piece; Naruto; Detective Conan; Doraemon, y por supuesto, gracias a las versiones animadas que también llegaron a la Argentina, Mazinger Z, Astroboy, Dragon Ball, Los caballeros del zodiaco; Sailor Moon y tantos más. Aun a pesar de su traducción y transliteración, los mangas conservaron su forma típica de lectura tradicional japonesa: de derecha a izquierda, ya que responde a una forma de diagramación y maquetación de los archivos digitales originales.  

Por su parte, el anime —es decir, la animación japonesa— alrededor de las primeras décadas de 1900, comenzó su producción y difusión de obras animadas que, ya en la segunda mitad del siglo XX, se transformó en todo un fenómeno cultural, incluso, más allá de las fronteras asiáticas. Lo interesante de estas producciones animadas es que, de algún modo, popularizaron aún más los propios mangas, ya que muchas de ellas están basadas en la historieta y, además, conservan para sus personajes idénticas características del dibujo original. El Studio Ghibli, por ejemplo, es una de las compañías más importantes en la industria de la animación asiática, con películas dirigidas hacia el público infantil —Mi vecino Totoro o Kiki, la aprendiz de bruja— y otras mucho más adultas con una fuerte crítica social —La tumba de las luciérnagas o La colina de las amapolas—. Por supuesto muchas de sus producciones, como Susurros del corazón, están basadas en mangas.  

Algunos de los personajes del Studio Ghibli.

Pero ahora bien, ¿qué hace que un manga sea un manga y no una mera historieta? ¿Cuáles son esas características o diferencias? ¿Se puede hacer manga fuera de Japón? ¿Hay historia de manga en la Argentina? Al respecto, conversamos con el joven mangaka argentino Lea Caballero, editor del sello Purple Books, el cual fundó en 2013. Además, es el creador de series como Yo Nen (Purple Books, 2016) y Mad Hawk. Por otra parte, complementa su actividad de historietista con la docencia y ha ofrecido charlas y talleres en Tecnópolis, en la Feria del libro infantil y juvenil, en el Jardín Japonés, Espacio CRUMB y la Primera Escuela de Arte Multimedial Da Vinci, donde enseña historieta junto a Manuel Loza y Marcia Juarez. En 2015, ganó el concurso Ymir de la editorial Larp con la obra Daemon, con guiones de Mariano Sciammarella, y en 2017, también junto Sciammarella, ganó la mención honorífica en el concurso internacional Silent Manga Audition, organizado por la editorial japonesa Coamix.

El mangaka argentino, Lea Caballero.

-Sabemos que el manga es como se conoce la historieta en Japón, con su típico dibujo e ilustración. Pero acá en la Argentina, ¿hay cierta tradición en el manga? ¿Podemos decir que hay historia de manga en el país?

-El manga en Argentina comenzó a penetrar en los 90. Antes, ya algunas producciones de anime habían desfilado por las pantallas, pero en la mayoría de los casos sin que el público supiera que venían de Japón: Mazinger Z, Meteoro, Robotech, Harlock, Heidi y tantas otras. Esas series incluso tuvieron sus adaptaciones a historietas locales, dibujadas por autores que trabajaban para las editoriales de ese entonces, como Columba. En todo caso, podemos decir que recién en los 90, con la llegada de las ediciones españolas de los mangas de moda, como la serie blanca y roja de Dragon Ball o las ediciones en formato comic book de Alita, Caballeros del Zodíaco, etc., fue que tanto los autores como los futuros autores se empezaban a empapar del tema. Por supuesto debió haber casos de autores que conocieran el material de antemano, por circunstancias personales específicas como viajes o ediciones estadounidenses de los 80, pero serían casos aislados. Hacia el final de la década llegaría la editorial Ivrea para comenzar con las ediciones locales de mangas, que siguen hasta hoy. A partir de entonces, todos los que nos criamos leyendo esos mangas, de una manera u otra, lo pudimos incorporar a nuestra obra. Ivrea lleva ya casi 25 años en el país y la lectura de sus ediciones ha influído en unas cuantas generaciones de autores. 

-¿A cuáles podrías mencionar?

-El primer nombre que me viene a la mente y que antecede a todo esto es de Walther Taborda, un autor que trabajó para Columba, Record y La Urraca, pero que en un momento conoció el manga y fue tirando su estilo de dibujo para ese lado, convirtiéndose en un pionero. Luego tenemos la siguiente generación, autores como Agustin Graham Nakamura, que incluso estudió en Japón y tiene a la fecha tres libros de manga publicados en Argentina. Nombrar a todos sería imposible, pero otros nombres destacados son Andrea Jen, Rocio Zucchi, Fernando Heinz Furukawa, Paula Andrade, Gabriel Luque, Fernando Biz. Ellos fueron apareciendo en la década de 2000. Luego vendría mi generación, que comenzamos alrededor de 2010. Y hoy en día siguen y siguen apareciendo autores que encaran su obra con una sensibilidad japonesa. Actualmente, la lectura juvenil por excelencia a nivel mundial es el manga y esto se refleja en los nuevos autores que surgen todos los años.

Ilustración de Lea Caballero.

-¿Qué características tiene que tener el manga para decir que es manga y no otro tipo de historieta como la conocemos comúnmente?  

-El manga, según mi opinión, suele enfocarse en historias que van más por el desarrollo de los personajes que del plot. No soy amigo, de todas maneras, de separar los estilos de historieta y ansío el día que se borren esas fronteras de nacionalidades. En un mundo tan globalizado, donde todos tenemos acceso a historietas de todas partes del mundo, es muy limitante imaginar a un autor que tenga que dibujar "de una manera específica" signada por su país de nacimiento. El término "manga" en Japón se utiliza para referirse a las historietas, sean de Japón o de cualquier otro lado. El tema es que, para poder etiquetarlo y encontrarle un lugar más fácil en el mercado, en el resto del mundo se conoce como manga solo lo producido en Japón. Al manga se lo separa más por una cuestión estética y de narrativa. La estética del manga mainstream (que no es el único tipo de manga que existe, así como en EE. UU. los superhéroes no lo son todo, pero es lo que más nos llega acá) es de personajes estilizados, como muñequitos muy bellos y la narrativa es dilatada, porque los mangas se publican en revistas de muchas páginas. Entonces, lo que un americano dibuja en 22 páginas, un japonés lo cuenta en 100. Ahora, si vos sos argentino y querés hacer un manga, lo más probable es que no tengas un patrón que te pague todos los meses para hacer de a 80 páginas. Entonces, esa parte se adapta, se entremezcla con nuestra narrativa mucho más parecida a la americana (¿cuántas páginas tenían los capítulos de las historietas de Skorpio?). En mi opinión personal, una historieta de Moebius es un manga, de la misma manera que un manga de Katsuhiro Otomo es una historieta (y no los nombro a estos dos de casualidad). 

Ilustración de Lea Caballero.

-En tu caso, ¿cómo comenzaste con el manga? ¿Cuáles fueron/son tus influencias?

-Empecé mirando dibujitos porque, como decía, en esa época ni sabíamos que venían de Asia. Había un canal de cable, Magic Kids, donde un 60 % de su programación aproximadamente era anime. Incluso tenían el programa llamado "El Club del Anime", donde pasaban maratones de dibujitos japoneses. Con los años y la llegada de la adolescencia, empecé a comprarme los mangas en los que estaban basados esos anime. A mi siempre me gustó muchísimo la historieta. Acá en Argentina nunca faltaron ediciones nacionales de Batman, Spider-Man, y si no tenían ediciones nacionales, venían las de afuera. Así que cuando se empezaron a publicar mangas, les hice su lugar en mi biblioteca. Igual reitero, yo miraba la tele, compraba revistas de información, albumes de figuritas, y de ahí copiaba y hacia mis versiones en forma de historieta. Así empecé. Era un juego, como salir a jugar a la pelota y, por suerte, creo que lo sigo sintiendo así. El hecho de que me dedique “más al manga” que a otra corriente estética de la historieta mundial no depende tanto de mí. Crecí en los 90, durante el menemismo, durante la muerte de la industria nacional. Si nada de eso hubiera pasado, si hubiera crecido en una Argentina con una industria de la historieta propia robusta, sin la invasión de todo lo importado que era más barato que producir acá, hoy estaríamos hablando de que el manga no sería mi influencia principal (el manga y los superhéroes, no me quiero olvidar de eso).

Ilustración de Lea Caballero.

-¿El mangaka es el único creador de la obra? 

-En Japón el mangaka es el jefe de una pyme. Idea la historia, generalmente junto a un editor que lo acompaña en el proceso, y junto a un equipo de asistentes realizan la historieta mes a mes o semana a semana, según el caso. Los tiempos de entrega y las cantidades de páginas requeridas hace que sea casi imposible hacerlo de otra manera, por lo menos en el ámbito profesional. Están, y son una porción enorme, los autores amateur, que realizan los llamados dōjinshi, o sea fanzines, autopublicados. Ahí es más artesanal la producción. A pesar de lo que se cree, incluso trabajando de manera profesional, la cantidad de autores que logran vivir "de la historieta" es muy reducida. No es muy distinto al resto del mundo. 

-¿Cómo es el proceso de producción (idea, guion, bocetos)?

-Primero se presenta la idea al editor, este ayuda en la confección y revisión del guion. Luego el dibujante hace un boceto de ese guion, un storyboard (en Japón se le llama Nemu). Esto también se chequea con el editor. Una vez aprobado, se dibuja en tamaño grande, a lápiz. Eso dependiendo de la experiencia del autor se chequea o no con el editor. Luego esas páginas a lápiz se pasan a tinta. Cada autor divide las tareas con sus asistentes de manera distinta. Toriyama, el creador de Dragon Ball, tenía uno o dos asistentes no más, y entre los tres hacían todo. Otros autores llegan a tener cinco o seis, cada uno especializado en alguna parte del proceso. Está el que hace los fondos, el que hace los "mechas" o robots/maquinaria. Están los que ponen los tonos de grises, etc. Los autores más veteranos, como el octogenario Takao Saito, dejan la mayoría del trabajo a su equipo y se reservan la tarea del guion, el plantado de la página por escrito y el dibujo de los rostros de los personajes. 

Ilustración de Lea Caballero.

-¿Y en cuanto a tu propio proceso de trabajo personal?

-Yo soy un autor integral. Todo lo que ves en una historieta mía lo hago yo. Primero pienso un mensaje para la historia, algo que me mueva a querer contársela al resto del mundo. En base a ese mensaje, pienso un final en el que se cuente ese mensaje. En base a ese final, creo un personaje que piense lo opuesto a ese mensaje, para que arranque así la historia, y a lo largo de ella pueda crecer y cambiar su punto de vista. Pienso un mundo en donde pueda vivir ese personaje. Después de todo eso, o mientras tanto, voy diseñando visualmente ese mundo y a todos los personajes. Y después de eso, escribo el guion. Primero la historia entera, o lo más entera posible, y luego capítulo por capítulo. Muchas veces escribo un capítulo, dibujo todas las páginas, las paso a tinta, las coloreo y recién ahí escribo el otro capítulo. Trabajo sin editor, pero soy muy duro conmigo mismo, siempre trato de dar un poco más. Termino redibujando, reeditando, recortando y agregando lo que sea necesario para que cada capítulo sea lo mejor que pueda ser.

-En relación con el anime, por supuesto, sabemos que es otro tipo de lenguaje (cinematográfico y animación). Sin embargo, parece tener muchos puntos en común con el manga en el proceso de transposición. ¿Qué se mantiene y qué pierde a la hora de pasar la historieta al cine? 

-Usualmente se mantiene el espíritu de la obra. No en todos los casos, pero en la mayoría el anime es una versión animada, colorida, con sonido, de exactamente la misma historia que estaba en el manga. Eso hace que la persona que leyó el manga se sienta muy atraída a consumir también el anime y viceversa. Existen los anime originales, que no están basados en ninguna obra preexistente. También los que se inventan un final o los que adaptan muy por encima el material. A veces el anime mejora a la obra original y, a veces, la empeora. A veces se pierde la crudeza, lo "punk", más característico del medio impreso que de los estándares de televisación. Se recortan escenas, se suavizan otras y así. Hablando de Akira, donde el mismo autor escribió y dibujó el manga y dirigió la película, primero se hizo el manga. A la mitad, surgió la posibilidad de hacer la película. Se hizo la película, y años después se terminó el manga. Entonces, la película es una versión resumida del manga (le falta toda la parte del medio), pero mantiene la esencia de la obra original, y en cierto punto la eleva. Existe un mundo previo a la película de Akira y un mundo posterior. Esa película hizo explotar el anime en el resto del mundo, fue la carta de presentación perfecta. En el resto del mundo, lo más probable es que una persona arranque mirando anime y, luego, se vuelque a leer las obras originales. La existencia de las adaptaciones animadas es importantísima en el proceso de dar a conocer una obra.

Ilustración de Lea Caballero.

-¿Qué características tiene que tener alguien para ser un mangaka?

-Hay diferentes tipos de mangakas. En el caso puntual de Japón, tiene que hablar perfectamente japonés y en lo posible vivir allá. Hay que entender la cultura, el día a día. Con los años va cambiando, pero no conozco todavía muchos autores extranjeros trabajando para ese mercado. Repito, los hay, y cada vez va a haber más, pero por ahora es así. Después, para ser historietista, tenés que disfrutar de pasar horas y horas sentado en una silla, dibujando. Si eso es lo tuyo, la tenés más fácil. Lo que otras personas sienten al salir a bailar, al irse de viaje por el mundo, vos lo tenés que sentir por dibujar y/o escribir. Se necesita constancia, no se aprende el oficio ni de un día para el otro, ni de un año para el otro. Se necesita confianza en uno mismo, está lleno de críticos por todos lados, pero el que al final del día se sienta en esa silla y se pasa horas dibujando sos vos. Es una profesión sacrificada, comparable a cualquier otra profesión que requiera pasar tiempo lejos de los afectos. Se necesita una mente fuerte para entender que lo importante es el proceso y no el resultado, sobre todo en los primeros años de carrera. Se necesita ser responsable con las finanzas, porque la mayoría de los dibujantes no se vuelven millonarios. Se necesita saber aceptar las críticas bien intencionadas. Se necesita entender que no existe el mejor dibujante del mundo. Tenés que saber que la cualidad más importante que puede tener un historietista es terminar las historietas. Se necesita amar el dibujo y disfrutarlo como nada.