La bailarina Eugenia Starna dio un taller de expresión corporal en Casa de la Cultura Popular
La bailarina Eugenia Starna dio un taller de expresión corporal en Casa de la Cultura Popular

La bailarina Eugenia Starna dio un taller de expresión corporal en Casa de la Cultura Popular

Danza
Es bailarina del Colón, fue becada para viajar a un festival en Polonia y, a su vuelta, transmitió su experiencia a los chicos del barrio

Un vitraux de grandes dimensiones y tonos brillantes ilumina la sala. Al atravesar la puerta de entrada de la Casa de la Cultura Popular, ubicada en la villa 21-24, en la Ciudad de Buenos Aires, se despliega una exposición de fotos llamada Mis vecinos, de Alberto Natan. Detrás, una serie de carteles informan sobre la oferta de actividades: cuentacuentos; exposiciones; audiolibros; biblioteca; teatro; talleres; espectáculos; cine. Son algunas de las opciones que propone el espacio.

En medio de la sala hay niños que corren y juegan a patinar y deslizarse en el piso inmaculado. Todo eso es la Casa: colores, arte, chicos y juegos. Y en minutos, también será danza, cuerpos en movimiento.

Pasadas las seis de la tarde, los adolescentes que van a participar de la segunda jornada de El cuerpo sensible en movimiento llegan al auditorio. Mientras esperan que comience la actividad, charlan entre ellos y ríen.   

El taller es mixto y, contra todos los pronósticos, la mayoría de los participantes son varones.

Como toda bailarina clásica, Eugenia Starna es estilizada y delicada. Cuando los participantes entran, pide que se descalcen. Ellos lo hacen y se ubican en una ronda en el centro del escenario. Inmediatamente empieza a marcarles ejercicios para entrar en calor y conectarse con sus cuerpos: se frotan las manos; se masajean las piernas, los pies, la cintura. Relajan la cabeza y el cuello. Los hombros. Los brazos. Mueven todo el torso. Balancean el cuerpo con movimientos circulares. Estiran las piernas. Sacuden los pies. Revolean los brazos. Flexionan las rodillas, las vuelven a estirar. Contraen. Estiran. Inhalan. Exhalan. Elongan. Relajan.

Eugenia tiene 22 años y es, actualmente, bailarina del Teatro Colón. En 2016 fue beneficiada por el programa Apoyos de Promoción Exterior (APEX) –perteneciente a la Dirección Nacional de Promoción Exterior de la Cultura–, y pudo viajar a Wroclaw 2016, en Polonia.

Así cuenta su experiencia: “El año pasado recibí una beca de un pasaje para viajar a Polonia, a la ciudad de Breslavia, donde se hizo todo el año el Festival Breslavia: Capital Europea de Cultura 2016. Me invitaron a participar de una ópera contemporánea que era parte de un proyecto que se llama La voz de los excluidos, que realiza el director de ópera y dramaturgo Michał Znaniecki desde hace cuatro años”.

“Para mí fue una experiencia increíble –agrega– porque nunca había viajado ni sola ni tan lejos, y menos para participar de algo artístico de esa magnitud, entonces fue una suma de un montón de cosas nuevas y buenas. Me abrió una puerta a algo que yo deseaba un montón, porque me habían invitado pero no tenía posibilidades de ir, y al final se terminó ordenando todo, estuve allá y lo re disfruté”.

De regreso en la Argentina, el Ministerio de Cultura de la Nación propuso una actividad de transferencia en la que la bailarina pudiera compartir las herramientas y conocimientos de los que se nutrió durante su viaje. Es así que se organizó el encuentro El cuerpo sensible en movimiento, en la Casa Central de la Cultura Popular, ubicada en la villa 21-24, en la Ciudad de Buenos Aires. Se trató de dos jornadas, el 8 y el 15 de mayo, en las que Starna ofreció un taller de expresión corporal para jóvenes, entre los 12 y los 17 años, que asisten a clases de danza, con regularidad, en la Casa.

Avanzado el taller, se suma otro participante. Un varón más.  

“Muevo la cabeza y digo no. Y digo sí”, indica Eugenia. “Relajados. Y ahora arriba. Más lejos”, marca y estira y ondea los brazos para un lado y para otro. Todos la siguen.

“La cinco”, indica desde el escenario a la cabina de control, señalando la pista que debe sonar a continuación. Por un momento, el auditorio queda en silencio. Silencio que solo se interrumpe por las respiraciones marcadas de los participantes. Inspiraciones y exhalaciones que la tallerista indica hacer a un ritmo lento pero coordinado.

Cuando vuelve a sonar la música, les pide que caminen. Que llenen el escenario. Que lo recorran agitando los bazos. Que no les dé vergüenza.

“Sigo caminado. No dejen de sentir la planta de los pies. Usen todo el espacio. No vale amontonarse”. “Tengan en cuenta el cuerpo del otro”. “Imagínense que caminan sobre arena mojada. ¿Qué sienten? ¿Se hunden?” “Ahora me quema. La arena me quema, ¿cómo voy?”

-Yo me pongo las zapatillas –responde sagaz un alumno y todos ríen.

“Ahora llovió y hay charcos. ¿Cómo voy?”. Y los jóvenes comienzan a avanzar con saltos de piernas abiertas. De fondo, se escucha cómo se deslizan los pies descalzos en el escenario. “Ahora imagínense que en el piso hay un imán que los succiona”. Y todos cuerpo a tierra. Panza al piso.

Eugenia va proponiendo todo tipo de ejercicios a los que los jóvenes responden. Ríen cómplices cuando una prueba los desafía por la dificultad, como cuando la bailarina les pide que intenten caminar levantado una pierna estirada en cada paso y, para ilustrarlo, hace una demostración espléndida en la que la pierna levantada le llega casi a la nariz. Aún así, no se dejan amedrentar. Ellos lo intentan, se lanzan, lo hacen. Se divierten. Disfrutan.

“Esta experiencia, que tomo como la infinita cadena de dar y recibir en la vida, la pude hacer gracias a que hay un aparato estatal que brinda programas como esta beca, entonces para mí era importante que hubiera una transferencia, una devolución de algo que a mí me había enriquecido allá. Por eso organizamos esta jornada, donde se invitó a adolescentes que participan de los talleres anuales que se dan acá. Yo tomo un montón de herramientas de distintas cosas de mi vida, como son las clases de danza, el entrenamiento, yoga, libros; y a raíz de todo eso que me nutre armo este taller. Mi intención es poder abrirles a los chicos un espacio en el que ellos experimenten con su cuerpo y vivencien el ahora, tratando de no pensar en los problemas. Que puedan estar todos juntos, en un ambiente de confianza, de respeto por el otro, donde disfrutemos el momento y nos encontremos con el propio cuerpo, porque a veces uno da por sentado el estar vivo, el respirar, el habitar un cuerpo. Y es muy importante, de vez en cuando, frenar un segundo y vivir esa experiencia plenamente”, explica Starna.