De lo individual a lo colectivo: encuentro de tejido solidario
De lo individual a lo colectivo: encuentro de tejido solidario

De lo individual a lo colectivo: encuentro de tejido solidario

Diseño
Museos
En el Museo Nacional de la Historia del Traje se tejieron más de 150 gorros que serán donados al merendero Darío Santillán

Tejer es entrelazar. Y de la misma manera que se entrelazan los hilos y las lanas, también lo hacen las historias. Las mínimas, las cotidianas, las de quienes hoy tejieron estos gorros y las de aquellos que los recibirán. Con este espíritu, el Museo Nacional de la Historia del Traje organizó, en el marco del Día Mundial de Tejer en Público, su ya habitual Encuentro de Tejido Solidario. El resultado fueron 150 gorros, que se donarán al merendero Darío Santillán, de la Ciudad de Buenos Aires.

La jornada reunió a más de cuarenta mujeres de distintas generaciones y un solo hombre. Gastón tiene 21 años y llegó desde San Miguel junto con su tía, quien le dijo que no iba a ser el único varón. Una profecía que no se cumplió. Cuenta que aprendió a tejer a los 8 años, que le enseñó su abuela y que luego de su muerte dejó a un lado las agujas y las retomó recién ahora, especialmente para este encuentro. “Soy bastante lento… desde los 8 hasta los 21 no había agarrado nunca más el tejido y me tengo que acostumbrar”, confiesa, tímido, mirando el tejido del cual su abuela estaría orgullosa. Dice que el fin solidario de la jornada fue lo que lo incentivó a venir: “Eso es lo que me enseñó mi abuela, ayudar sin mirar a quién”.

El tejido es una actividad solitaria. Una persona, una o dos agujas, un ovillo de lana y el saber de toda una vida, transmitido de una generación a otra. Pero entre mates y crochet, esa labor íntima e individual se volvió pública y colectiva.

“Vivíamos en el campo, en el norte de Canelones, que es un departamento cercano a Montevideo. Desde chiquita tejía con mi mamá y mi tía, en las tardes. Ellas tejían a máquina y yo tejía crochet, dos agujas y después fui tejiendo a máquina también”, cuenta Rosario, que es uruguaya, psicóloga y está en Buenos Aires haciendo un posgrado. Se enteró del encuentro por Facebook y decidió acercarse sólo para sacar algunas fotos y terminó tejiendo, compartiendo su historia y ayudando al otro. “Se trata de la esencia del ser humano, encontrarse con uno a través de una actividad, de reconocerse haciendo algo, encontrarse con el otro, encontrar cosas de uno en el otro, valorar cosas de uno en el otro, encontrar el cariño por lo que el otro cuenta, por lo que el otro muestra. Eso, sin dudas, se va a volcar en los chicos; yo creo que este cariño, esta alegría de encuentro, esta voluntad de que el otro esté bien o esté mejor, sin duda va a llegarles en estos objetos”.

En una de las salas del museo, que habilitaron especialmente para este encuentro, están sentadas Vero, Flor y las “Claudias”. Se conocen de un grupo de Facebook dedicado al tejido y ya tienen experiencia en esto de juntarse a tejer en compañía.

A Vero nadie le enseñó a tejer. “A los 17 años me agarró la loca y dije: quiero eso, tejer. Me compré la lana, una aguja y una revista. Me hice mi primer vinchita, mi primer morral y después lo largué; tejía cada 5 o 10 años. Recién a mis 38 años me afirmé en el tejido. Y me enamoré”, dice.

Al lado de ella está Flor, es peruana y teje desde los 6 años. Aprendió de su mamá que, dice, “es lo más en el tejido”. De chica, sus vacaciones eran tejer; se hacía sus vestidos, colchas, los forros para las banquetas. “No había en casa ni un vaso que no tenga un forro. Mamá nos castigaba así; a mis hermanos varones también y los hacía bordar”, recuerda con una sonrisa. Ahora sus hijos y sus nietos saben tejer. “Al que no le pude enseñar es a mi marido, pero me ovilla la lana”, se consuela. El tejido le provocó síndrome del túnel carpiano y está operada de las dos manos, pero eso no la detiene. “Me encanta tejer, no hay un día de mi vida que no teja. Me olvido de todo cuando lo hago”.

La tarde está llegando a su fin y al pasar alguien enuncia: “Me motiva saber que se puede ayudar al prójimo”, y sintetiza, así, el espíritu que sobrevoló todo el encuentro.