Carnaval en la Quebrada: cultura viva y resistencia
Carnaval en la Quebrada: cultura viva y resistencia

Carnaval en la Quebrada: cultura viva y resistencia

Diversidad Cultural
Historia
Efemérides
El carnaval en la Quebrada de Humahuaca es una celebración colectiva y participativa. En esta nota, la periodista y especialista argentina Érica Daniela Cari, del Museo Nacional Terry, nos cuenta más sobre esta práctica cultural que pervive y resiste los embates de la modernidad.

El carnaval en la Quebrada de Humahuaca es una celebración colectiva y participativa. Toda persona que lo haya vivido queda impregnada de la energía de sus comparsas y agrupaciones, sus diablos, desentierros y entierros en los mojones, las cuadrillas de copleros y copleras y sus rondas, el aroma de la albahaca, la calidez de los fortines familiares. Es una práctica de un pasado agrícola que pervive y resiste los embates de la modernidad, un momento de agradecimiento por la buena cosecha que se ha ido resignificando. Al sonido de cajas, erkenchos, anatas y bandas de bronces se abre un tiempo y un espacio diferentes, un paréntesis de la vida cotidiana con sus reglas, sus instituciones y mandatos, un momento propicio para dejar de lado las diferencias, achicar las distancias que nos separan, encontrarse con uno mismo y con los demás en alegría y libertad. Es un dispositivo de expresión y contención social, de integración y preservación de lazos familiares y comunitarios. En esta nota compartimos miradas del carnaval a partir de la voz de dos tilcareños: Angélica Machaca y Gustavo Chapor.

Pasado y presente del carnaval quebradeño  

Gustavo Chapor es de los tilcareños curiosos y reflexivos del pueblo, vive en la casa que fue de sus abuelos. Le preguntamos por la importancia del carnaval para el pueblo: 

“Hemos mamado desde siempre el carnaval. Mi abuelo era de las pocas familias que hacía el carnaval rural. Eran los carnavales más importantes antes de los carnavales en el pueblo. Lo hacía porque sus abuelos lo hacían. Mi familia como la mayoría de los quebradeños, venimos de familias agricultoras que tenían un vínculo, una compenetración muy profunda con la tierra, con ese contacto con la Pachamama que es el contacto directo del hombre, la tierra y el agua. Ellos, profundamente creyentes como también católicos, han hecho una fusión de esas dos creencias y eran respetuosos de esos cuatro días del carnaval”. 

Gustavo sostiene que ¨tal como lo conocemos hoy, el carnaval para la religión es un permiso de la iglesia católica”. Pero su generación, que recoge del relato oral de los abuelos, de los maestros del pueblo y de los investigadores, sostiene que esto no es así, sino que el carnaval “es tiempo de agradecimiento y de encuentro”. Estas palabras condensan y sintetizan importantes procesos históricos y culturales. 

¿Por qué el carnaval es agradecimiento?

El carnaval quebradeño es de las celebraciones que más atrae al turismo nacional e internacional. Gustavo reflexiona: 

“No solo son cuatro días locos, en los que todo vale. (...) Nosotros tenemos un tiempo de agradecimiento que comienza en diciembre con el Kapaj Inti Raymi y termina en marzo. Ahí agradecemos a La Pacha todo lo que hemos pedido en el mes de agosto. La pacha ha sabido responder a lo que le hemos pedido de rodillas, es un ciclo agrario que se completa. En esencia es el agradecimiento y el pedido por la vida. La Pacha es el comienzo, la respuesta se da en verano, que es este tiempo de producción, que nos alegra tanto”. 

Los ciclos, las históricas prácticas heredadas de la ruralidad y traspoladas a la urbanidad, están presentes todo el tiempo en las características de las comparsas actuales. Festejos donde abundan los alimentos que la Pacha proveyó: corderos, maíz, habas, papas, coca. La chicha como bebida tradicional, las vacunas que se dan como recibimiento a los invitados e invitadas a las comparsas perviven como marcas imborrables.

El tiempo, la copla y sus huellas

“Para nosotros, los cantores, los copleros, la copla es vida” comienza a relatar Angélica Machaca, quien es conocida en Tilcara como una de las defensoras y valuarte de este canto ancestral, y nos canta:

“Yo no canto por cantora, 

yo canto para vivir. 

El año que yo no cante, 

capaz me voy a morir”

Gracias a la herencia andina que se defiende y sostiene como un tesoro, toda práctica cultural es, para los quebradeños, parte de un ciclo que la contiene: 

“Las coplas son una herencia de nuestros abuelos y padres, que hemos aprendido en la vida, está guardadito ahí. En agosto vamos a revisar nuestra caja, a ver cómo está, cómo pasó la época de sequía y frío, si hay que hacerle algún retoque, la humedemos con vino o con chicha, esto para que suene mejor y ahí empezamos a cantar. También revisamos cómo está nuestro corazón”, explica Angélica.

La copla ocupa un lugar crucial en el carnaval, tanto en las rondas y en los topamientos como en las ceremonias familiares. La señalada, por ejemplo, es una práctica para celebrar la abundancia, la salud y la fertilidad de los animales en la que el canto de la copla está siempre presente.  

“En carnaval se festeja con abundancia, una abundancia que se genera desde agosto. La dueña de la casa recibía las visitas, se daba vacuna y se jugaba con pintura. Mi abuela cuando recibía a las visitas, lo hacía con un lienzo blanco con el que colaba la chicha, esa era la identificación de ese grupo, una bandera blanca. Cuando terminaba la ceremonia, la dueña o el dueño de casa, salían primero, hacían la punta, y atrás iban todos y todas bailando, cantando saltando alrededor del corral porque se ha cumplido con la ceremonia de agradecimiento por el multiplico que ha dejado la pachamama en los animales” La rueda de copleros y copleras se hacían mientras se señalaban los animales, en esas jornadas de encuentro con los vecinos y vecinas, con familiares y amigos. 

Angélica participa desde niña en estos encuentros. Nos cuenta que en su familia nunca se les obligó a continuar con la tradición, sino que la enseñanza se daba de manera muy armónica: 

“En la familia hemos aprendido a cantar primero ayudando desde niños, escuchando, participando en los preparativos del carnaval. Para nuestras familias es muy importante, es como un tesoro que tenemos guardado que lo sacamos, lo limpiamos, lo sacamos a brillar en la época de carnaval después de agosto. Disfrutamos mucho cantando con otros copleros, vecinos, en nuestras familias nos reconocemos cantores. En carnaval, creo que en la Quebrada tenemos que ver más cajas, si está faltando la copla y el erkencho, estamos perdiendo nuestro carnaval de copla y caja”. 

La copla: cultura viva y resistencia

Angelica tiene 54 años, 3 hijos e hijas y se identifica como madre soltera.Responsable de la oficina del Registro Civil de Tilcara, cada vez que puede se hace un tiempo para coplear. En este sentido, afirma que, más allá de la identidad, ser cantora le permite ser vocera de una época, cantar para existir, pero también para resistir. 

“En mi familia pudimos reflexionar que la supervivencia de la cultura es una lucha constante y el cantar coplas también. Llevar una bandera de copleros es una lucha ante un mundo que arrasa, que impone, ante un parlante que te golpea los oídos y tenés que acallar, ante algún gobernante que piensa que nos puede pone en una vitrina y exhibir la copla como algo folclórico, como una pinturita a la que hay que visitar, como un cuadro al que hay que ver, y que ese cuadro no tiene vida y para nosotros, si tiene vida. En la copla podemos expresar nuestra vida, nuestras tristezas, de ser trabajadores del campo o de la ciudad, que vivimos situaciones de vida en desventaja en comparación a la vida que llevan otros ciudadanos. Aquí estamos, podemos decir esto, esto sentimos. Esto nos pasa en la vida, sabemos mirar cuando un gobierno toma una decisión y lo podemos manifestar en una copla, cantar nuestra pena y tristeza por la violencia y el maltrato que sufren nuestras hermanas, en nuestras comunidades también. Por medio de la copla podemos expresar las tradiciones y también las nuevas temáticas que nos atraviesan”. 

TEXTO: Érica Daniela Cari, Museo Nacional Terry.

FOTOS: Daniel Salas, corresponsal de Diario Pregón.