Café Cortázar: un rincón cortazariano en Buenos Aires
Café Cortázar: un rincón cortazariano en Buenos Aires

Café Cortázar: un rincón cortazariano en Buenos Aires

Letras
A 104 años del nacimiento del escritor, conocé la esquina de Almagro que rinde homenaje al padre de los cronopios y las rayuelas.
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Una vez, un chico invitó a una chica al Café Cortázar. Era la primera cita. Después de esa siguieron otras. Salieron unos meses y se pusieron de novios. El chico escribió al correo del Café para contarle al equipo que estaba convencido de que había sido gracias a esa primera cita. Estaba tan feliz que, como pinta y hace dibujos, regaló un cuadro suyo en agradecimiento al Cortázar. Otro chico que también invitaba a una chica a salir por primera vez, pidió que los mozos le dejaran arriba de la mesa una rosa con una frase de Cortázar para cuando ella llegara. Todos los cafés de Buenos Aires deben tener historias de amor para contar, pero este es el escenario elegido para que muchas otras historias se escriban.    

En la intersección de la calle Cabrera y la Avenida Medrano, la mirada de Julio Cortázar interpela a los que llegan e invita a descubrir un poco de su mundo. Ese mundo sintetizado en dos pisos de una vieja casona de 1889, unidos por una escalera de madera, con aires de París y también de Buenos Aires. Con carteles que recuerdan a los cafés tradicionales de otras épocas y donde, por todos lados, está él.

“Me basta mirarte para saber que con vos me voy a empapar el alma”. “Todo hay que volver a inventarlo. El amor no tiene porque ser una excepción”. “Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma”.

Cortázar en dibujos, en fotos, en caricaturas. En colores, en blanco y negro. Hasta en el menú: picada Cortázar, desayuno “Flanel”, como se llamaba uno de sus gatos, o “Florencio”, como su segundo nombre, aunque lo odiaba. Una biblioteca, montada en un mueble de días que no volverán, con todos sus textos y producciones y también con los que autores, investigadores y fanáticos escribieron sobre él.  

“El equipo que estaba atrás del Cortázar estaba buscando una esquina –cuenta Romina Metti, una de las responsables de la comunicación, el contenido y la gestión cultural del bar–. Sabían que querían que fuera un café literario, aunque no tenían todavía definida la figura. Haciendo el recorrido entre los escritores argentinos, llegaron a Cortázar. Siempre la gente pregunta por qué Cortázar y no Borges. Y siempre damos un poco la misma respuesta que tiene que ver con la cercanía del personaje. No son comparables, la obra de los dos es increíble, pero Cortázar tenía una cercanía con la gente que es distinta, tenía otro nivel de empatía. Siempre decimos, un poco en serio un poco en chiste, que esta es una esquina en la que Julio podría haber estado. O sea que de pronto, si él viviera en este siglo, podrías encontrártelo tomando un café acá. Y también porque es muy generoso en su literatura, tenés todo: ensayo, cuento, novela, escrito político, su correspondencia, que es básicamente como una biografía abierta. Es inagotable el personaje. Esa fue un poco la búsqueda también”.

Ante la inminente apertura del café, en 2015, los iniciadores de este proyecto fueron a conocer la última casa donde vivió el escritor con su madre y su hermana cuando habitaba tierras porteñas, en la calle Artigas del barrio Rawson, donde pasó su juventud. Por esos días también dieron con Bernardo Cornejo, un joven fotógrafo, amigo de los dueños actuales del departamento, que vivió dos años allí. Durmió en la misma habitación en la que dormía Cortázar cuando volvía a Buenos Aires, veía el mismo paisaje que aquel veía desde la ventana y sacándole el jugo al lugar en el que lo había puesto el destino, hizo una producción de fotos del interior de la casa, del edificio y del barrio en general, que pensaba presentar en el Centro Cultural Borges. Cuando los impulsores del Café se enteraron, lo contactaron, le contaron de su apertura y él decidió que era más adecuado presentar su muestra en un lugar que se llamaría “Cafe Cortázar” en vez de Borges. Esa fue la exposición de apertura que inició, junto con el bar, en diciembre de 2015 y estuvo montada entre tres y cuatros meses. Para la inauguración también llevaron a diferentes personalidades que tuvieron algún vínculo con Cortázar. Por ejemplo Horacio Spinetto, que es arquitecto, pintor y dibujante, e hizo el logotipo del café que está inspirado en la famosa foto de Sara Facio.

“Armamos como una pequeña cartografía de gente que tenía algo que ver con Julio, o que lo había conocido y queríamos que viniera a contar esa anécdota. Fue una apertura muy linda”, recuerda Metti.

Desde esa primera apertura de puertas, el Café Cortázar no fue solo un lugar donde ir a desayunar, almorzar, merendar o cenar, sino un espacio que ofrece constantemente propuestas culturales relacionadas con quien inspiró el proyecto. En el primer piso pueden visitarse diferentes muestras que rotan cada tres meses, se puede asistir a los talleres que tienen lugar en ese espacio rodeado del mundo del padre de las rayuelas o simplemente ir a tomar un café y disfrutar de alguna de sus obras disponibles en la biblioteca. Un punto importante es recordar devolverlas. Los textos se ofrecen para su consulta y disfrute pero no son souvenirs. En este espacio pueden encontrarse los cuentos completos, Rayuela, sus cartas y todos los títulos clásicos, además de otros libros inéditos o difíciles de encontrar.

Entre las diferentes actividades que se realizan en el Cortázar destacan los talleres, que siempre intentan cruzar al escritor con alguna disciplina como cine o fotografía. De todos modos, los que han tenido más éxito y debieron repetirse a pedido del público han sido los referidos a Rayuela.

También se han realizado microtalleres para niños, proyecciones de documentales y fragmentos de Cortázar, hablando sobre diferentes temas.

“Uno espectacular que proyectamos fue Esto lo estoy tocando mañana, que en 2014 se presentó en la Usina del Arte. Es un documental sobre Cortázar y la música, y entrevistan a un montón de músicos que eran amigos de él o con los que hizo algo. Y también trajimos a las directoras que estuvieron hablado con la gente. Él siempre dijo que nació y le tocó la maldición de ser escritor, pero si no, hubiese querido ser músico. Su literatura, de hecho, es muy musical también, su escritura tiene una estética muy musical”.

El espacio también cuenta con un asesor de lujo: Lucio Aquilanti, el mayor coleccionista de la obra de Cortázar en el mundo. Durante 30 años se dedicó a buscar, investigar y documentar todo lo hecho por el escritor y plasmó eso en un libro que registra desde lo más pequeño hasta lo más grande. Ese trabajo también está en la biblioteca del Café. Aquilanti decidió donar toda su colección de Cortázar al tesoro de la Biblioteca Nacional, para que los investigadores pueden tener acceso a ese material.

Así, este lugar recibe tanto a los que buscan un sitio para leer, trabajar, estudiar, escribir, festejar un cumpleaños, hasta escuelas que quieren conocer más sobre el escritor y van a realizar actividades, incluyendo a un grupo de jugadores de backgammon, de entre 60 y 70 años, que todos los martes a la noche se reúne a disfrutar de una partida.

“El año de fundación del Cortázar también coincidió con el aniversario de la Torre Eiffel –apunta Metti, haciendo alusión a las coincidencias relativas al escritor que sucedieron desde que abrieron el local–. Esta esquina quería ser Café Cortázar".