Mariana Enríquez: "Me gusta escribir literatura que tenga que ver con la imaginación"

La escritora conversó con Daniela Pasik en el stand del Ministerio de Cultura en la Feria del Libro
Letras

Mariana Enríquez es autora de las novelas Bajar es lo peor y Cómo desaparecer completamente, de los cuentos de Los peligros de fumar en la cama, un libro de crónicas sobre cementerios y otro sobre Silvina Ocampo. El año pasado publicó Las cosas que perdimos en el fuego, un libro de cuentos que fue traducido a 18 idiomas y publicado en 20 países. Ahora, vuelve al ruedo con la novela Este es el mar. Adolescentes fanatizadas con estrellas de rock e inframundos donde conviven seres que complotaron para que mueran Kurt Cobain, Sid Vicious y Jim Morrison mueran repentinamente le dan vida a la historia.

En una charla con la periodista Daniela Pasik en el stand del Ministerio de Cultura de la Nación en la Feria del Libro, la escritora se refirió a la popularidad de la literatura de terror, a sus influencias y brindó detalles sobre su proceso de escritura.

-¿Qué te interesa de la figura del héroe rockero?

-Entre todas las cosas que me interesan -que son un montón porque soy bastante curiosa- el rock es una cosa muy fundamental. Escribo sobre eso, escribo escuchando música. Empecé en el periodismo de rock y para mí es una parte importante de mi vida. No solo eso, sino todo lo que sucede alrededor, todo el contexto de las fans y etcétera. Es una novela juvenil, linda. Pero no para los jóvenes de ahora sino para los de los ‘80 y ‘90, cuando todavía había ese tipo de ídolos.

-¿Esa es otra de las formas de trasladar lo gótico a lo local, en el sentido romántico, de algo que ya no está?

-Sí, es una forma de vida glamorosa que se termina y que está acompañada de otra forma de vida que es la de las fans como seres eternos, como diosas. Esa idea la tomé de un cuento de Ray Bradbury, un muy buen cuento, pero sobre todo una buena idea. Se trata de un tipo que trabaja con fotos de accidentes y nota que en las de los años ‘20, ‘30, ‘40, ‘50 y ‘60 la gente que está alrededor de los accidentes es siempre la misma. Es la que dice “muévanlo, no lo muevan, llamen a la ambulancia”, es la que mueve al herido y le rompe el cuello, la que decide sobre la vida y la muerte. Yo pensé ¿qué pasaría si…? -que es un razonamiento ficcional clásico mío- ¿qué pasaría si esos tipos que siempre están son fans?, ¿qué pasaría si descubriéramos que en las fotos de Elvis y de los Beatles las chicas son siempre las mismas, pero con otro look? ¿y si también aparecen en las fotos de los Doors, de los los Stones?. ¿Y si sigue existiendo la comitiva del dios griego de la música Pan, en la que hay mujeres en éxtasis que se sienten convocadas por él y su misión es decir “estos son los que van a llegar a ser estrellas de rock”?.

-El “¿Qué pasaría si?” es muy buen ejercicio narrativo del que habla Stephen King en su libro Mientras escribo, es una buena pregunta para armar ideas y salir del propio “rollo” de uno.

-Yo escribo muy poco sobre mí. Cuando lo hago es muy directo. En la crónica invento muchas cosas de mí porque mi vida es mucho más aburrida de lo que leés en el libro. En general, no me interesa la autoficción. Me gusta escribir literatura que tenga que ver con la imaginación. Puedo leer autoficción y hay algunos escritores que me gustan muchísimo. No es lo que a mí me sale, yo soy un poco más desbordada y mi vida no tiene suficiente interés narrativo. No pienso mucho sobre mí misma o pienso sobre mí misma a partir de ficciones bastante alejadas de lo íntimo.

Hay una tendencia a pensar que lo que es personal o lo que está muy cercano emocionalmente para uno empieza con “yo”; que en la primera persona se produce un efecto de verosimilitud o de cierta franqueza, de “yo te cuento todo”. En realidad yo te cuento muchas cosas personales mías en la ficción. Para mi es mucho más fácil acercarlas de esta manera que en primera persona.

-En las primeras novelas usás algunos elementos del terror, pero son de otros géneros. El libro de los cementerios está relacionado a lo terrorífico, pero es de crónicas. El terror recién explota en Los peligros de fumar en la cama ¿cómo fue ese camino hacia el terror?

-Fue una cuestión ochenta por ciento técnica. No me salía escribir terror. El género tiene reglas, podés aprender a escribirlo. Lo que no podés aprender es lo que vos tenés para decir. Hubo un momento en el que se me presentó un doble problema. Uno era querer escribir el género y no poder. Escribía con temas muy típicos, con finales muy de remate. Deseché una novela entera de terror, quinientas páginas a la basura. El segundo problema era que no podía escribir mujeres, las minas me salían todas muy parecidas a mi, con un humor parecido al mío, hablaban parecido a mi. Por dinero yo he hecho muchas cosas, una de ellas fueron las columnas sobre temas femeninos en Veintitrés y en El guardián y el tono que usaba ahí -que era muy jocoso- me contaminaba mucho a estas minas. Entonces dije “tengo que domar a estas dos cuestiones y, si es posible, juntas”. Me pareció que lo ideal para el terror era el cuento porque es más sencillo que en la novela mantener la tensión, salvo que seas muy brillante. Dije “en el cuento puedo tenerle la brida a la voz de la mujer y lograr que se parezcan a mí lo menos posible. El primer cuento que escribí fue “El aljibe”. Es un cuento de mujeres, de terror y también bastante político. Más allá de que es un cuento sobre la fobia como enfermedad, tiene elementos que si los leés a luz de la Argentina también funciona en ese sentido. Yo no lo pensé así, salió así. Ahí me di cuenta de que la manera de buscar terror era con voces de mujeres y con lo social, lo político. Me di cuenta de que ahí estaba el gótico argentino o latinoamericano. Lo curioso es que tratando de resolver un problema técnico encontré la solución a un problema mucho más complejo que es el de encontrar qué querés decir.  

-¿Cuáles son las lecturas que ibas haciendo para encontrar esas formas de escritura? ¿Cuáles son esos escritores que logran las novelas o cuentos que a vos te interesan?

-En lo local hay mucho más de lo que parece, lo que no hay es una lectura de esos autores desde el terror. Están todos en el gran estante del fantástico. Hay un montón de gente que, pobre, escribió cuentos terroríficos y terminaron siendo cuentos fantásticos. Por ejemplo, de Sábato lo único que me gusta es Sobre héroes y tumbas y el Informe sobre ciegos -que es una nouvelle de terror y únicamente una nouvelle de terror- ¡de una incorrección política tan brutal!. Es de un loco paranoico al que lo persiguen los ciegos. ¡Eso ya no se puede publicar más!. Hoy vas a una editorial y decís “todos los malos tienen parálisis cerebral” y es una locura. Es una bestialidad comparable a la de George Martin -el que escribió Juego de tronos- que en los cuentos de terror es una bestia. Pero después acá no hay tantos, los cuentos de terror de Cortázar y cierta cosa de humor negro de Silvina Ocampo. Ella usa muchos chicos, que también es totalmente perverso y burlón, incluso. Los niños de Silvina son malísimos, no tienen alma. Son malos, malos. Los míos están más resentidos, son más desgraciados.

La tradición del terror es anglo. En los 50’, cambia la tradición con Shirley Jackson, -a la que conocí en los epígrafes de las novelas de Stephen King- que es una mujer que escribe novelas góticas sobre mujeres con el contexto de esa época. Los cuentos de terror de Bradbury de los ‘40 también son brillantes. Después él se va más a la ciencia ficción, pero en Crónicas marcianas tiene cuentos como “La tercera expedición” que son absolutamente terroríficos. También está Robert Bloch, un tipo que escribe con un estilo muy poco cuidado y es el autor de Psicosis. Hay unos cuantos más que son más cuidadosos con el lenguaje, como Ballard que no escribe terror, sino ciencia ficción súper densa. Hay dos que rompen todo el dique, uno es un fenómeno de ventas y el otro no. Uno es Peter Straub y el otro, Stephen King. Straub tiene tramas más íntimas, más fantasmales. King saca al género de los castillos y mete lo social. No solamente problemas sociales como en Carrie que mete el problema del bullying y la matanza escolar, sino lo íntimo político como en El resplandor, que es una novela sobre la violencia familiar. En Cementerio de animales es el miedo a la muerte, en IT es el abuso infantil. Es el tipo pone el terror en el barrio, en el pueblo, en la esquina de tu casa.

-Ustedes tienen en común, además de lo social, eso que hacés sobre todo en los cuentos de terror, de dejar dudas -si el personaje está loco o no, si lo que sucede es sobrenatural o no-. ¿Hay un plan de dejar esas dudas?

-Me parece que en la vida es todo incertidumbre y no entiendo muy bien por qué en la literatura tienen la necesidad de cerrar y explicar absolutamente todo, si en la vida no tenemos idea de por qué pasan las cosas. Hay una exigencia hacia la ficción de que cierre, que te explique. Creo que tiene que ver con un pedido del público de solucionar la angustia de no saber. Yo no escribo para eso. Para mi los cuentos terminan, yo te cuento lo que sé. Trato de tener puntos de vistas muy restringidos.

-¿Conversás con el cine?

-Siempre converso con los formatos más literarios. No puedo tomar mucho del cine porque es una narrativa que yo no manejo. Lo disfruto como espectadora, pero el mecanismo no lo cazo. No puedo escribir un guión, no me dan ganas. No pienso mucho en imágenes, pienso muchísimo en texto. Mi método de escribir es bastante abstracto. Me pongo un disco con los auriculares y si estoy sola en casa me pongo música y me siento a escribir como si me dictaran, no paro hasta que se termina. Después lo corrijo. Hay partes en las que me aburro de escribir porque sé que el personaje tiene que ir de un punto a otro y es un embole, entonces lo dejo y después vuelvo.

-¿Sabés a dónde vas o lo descubrís en el proceso?

-En un cuento, siempre. Lo tengo escrito en la cabeza. A veces lo que puede pasar es que cuando “baja” no funcione, como si fuera un sueño. No es tan diferente el proceso. Con el tiempo y la experiencia me voy dando cuenta cuáles funcionan y cuáles no. Pero en general es una historia que me voy contando, no es una película. Entonces mis influencias son ochenta por ciento literarias, hay cosas que tomo de la crónica policial, cosas de relatos orales, algo que me cuentan. Pienso los cuentos literariamente. Por eso son historias dentro de historias.

-Pero además, de que son historias dentro de historias, tus personajes se van cruzando. ¿Te divierte ese cruce?

-Me gusta pensar los libros de cuentos como un montón de gente que vive paralelamente, que podría conocerse, que está en la misma ciudad, en el mismo país y que ocasionalmente se cruzan o que hacen cosas parecidas. Hay muchas cosas que transcurren en la zona sur de la ciudad y otras en Corrientes o Misiones porque son espacios que a mí me interesan.

-¿Qué música ponés cuando escribís?

-Depende muchísimo de lo que esté escribiendo. Puedo escuchar Death metal. Para corregir escucho cosas más placenteras, tipo Springsteen. A las cosas de las que soy super fan trato de escucharlas menos porque me influencian demasiado. De Nick Cave soy super fan pero no puedo escucharlo mientras escribo porque me contamina. Lo mismo me pasa con la música en español, porque como es el mismo lenguaje me contamina totalmente. Nick Cave canta en inglés, pero hay un mundo ahí que a mi me gusta mucho y es como que me lo está contando y me lo copio. En general me gusta bastante el pop británico y la música country. Este es el mar fue un libro escrito con música country, sobre todo las partes de amor. Lo que la música me tiene que provocar es una cosa emotiva. Si yo tengo que escribir una historia de amor trato de escuchar música que me enamora.