Juan Carlos Distéfano: "El arte es un factor de conocimiento"
Juan Carlos Distéfano: "El arte es un factor de conocimiento"

Juan Carlos Distéfano: "El arte es un factor de conocimiento"

Diseño
Arte
El escultor argentino fue uno de los 8 distinguidos con el Gran Premio a la Trayectoria 2018; en una entrevista íntima, repasamos su vida y su obra
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Juan Carlos Distéfano nació en Villa Celina, en la Provincia de Buenos Aires, el 29 de agosto de 1933. Cursó estudios en la Escuela Nacional de Artes Gráficas N° 9, donde se formó como diseñador gráfico, y en la Escuela de Bellas Artes "Manuel Belgrano". En 1951 trabajó como asesor gráfico en la Compañía General Fabril Financiera y conoció a Obdulio Gambaro, hermano mayor de quien luego sería su compañera de vida, la gran escritora y dramaturga argentina Griselda Gambaro, con quien contrajo matrimonio a a los 22 años.

Viajó a Italia para estudiar a los artistas del trecento y del quattrocento, especialmente a Masaccio. De regreso a Buenos Aires trabajó como diseñador gráfico en varias agencias y por cuenta propia. A partir de 1960, luego de haber ganado un concurso de afiches para la empresa Siam, organizó el departamento de Diseño Gráfico del Instituto Di Tella, al que luego se sumaron Humberto Rivas, Juan Andralis y Rubén Fontana, entre otros. La producción de este departamento volvió notable el diseño gráfico argentino y le imprimió reconocimiento internacional.

Reflexivo y comprometido, Juan Carlos Distéfano es uno de los artistas argentinos más reconocidos de todos los tiempos. Fue premiado con el Premio Konex de Platino a la escultura figurativa en 1982 y con el Konex de Brillante en 1992. Poco después de haber sido distinguido con el Gran Premio a la Trayectoria, la Secretaría de Cultura de la Nación entrevistó al escultor en su taller del barrio porteño de La Boca.

La entrevista

Sus comienzos en el arte

-Empecé en el diseño gráfico en el '60; en ese momento, dibujo publicitario. Al ver que me gustaba mucho dibujar y que tenía cierta facilidad para hacerlo, mis padres consultaron con un vecino nuestro que dibujaba. Creo que lo hicieron con buen criterio. Yo quería ir a la escuela de bellas artes. Este vecino dijo que si iba a la escuela de bellas artes me iba a morir de hambre, y sugirió que lo mejor era que estudiara un oficio y que después de eso sí hiciera lo que pudiera, o lo que quisiera. Así fue que me mandó a la escuela de artes gráficas, en La Boca. Fueron cinco años de escuela industrial todo el día, de venir desde Tapiales, cerca del Mercado Central. Después entré a la Escuela de Bellas Artes, a la "Manuel Belgrano". Desde muy chico ya me gustaba pintar. Siempre me hacían dibujar la Casita de Tucumán. Me daba mucho placer. Trataba de pintar lo que veía. En mi casa no había libros de arte; mis padres eran almaceneros. Lo único que había eran almanaques de Molina Campos, que no entendía demasiado pero que eran mi cultura. Después me di cuenta de que Molina Campos era un gran artista. Así comencé.

-¿Recuerda cuál fue la primera pintura que vio de cerca?

-Sucedió una cosa muy particular previo a esto que contaba recién. Antes de arrancar el colegio, mis padres me mandaron a ver a un pintor que vivía en un baldío cerca de casa, en un rancho muy pobre. Me mandaron un tiempo porque sabían que ese hombre era pintor. Audaces mis padres. Me sorprendió enormemente ver que estaba pintando el torso de una mujer desnuda. Un cuadro que me sorprendió muchísimo. Ahora pienso que sería una Cleopatra. Lo que es la memoria... Debía ser un mamarracho, pero lo recuerdo como un Ticiano. Ese cuadro me fascinó, y fue la primera cosa que vi en la pintura.

El diseño gráfico en los '60

-Nos mostraban avisos gráficos, sobretodo norteamericanos, e ilustraciones. Trataron de hacer lo posible, sin saber ellos de diseño gráfico. Pero me dieron un principio de lo que era el arte. Yo chocho, por supuesto. De ahí me fui a trabajar a la imprenta más grande de América, en Barracas. Fui un empleado de esta imprenta enorme, que después fue desmantelada y destruida totalmente durante la dictadura militar. Traté de ganarme la vida ahí. Después comencé a trabajar en publicidad en distintas agencias, hasta que en un concurso de Siam conozco a Guido Di Tella y empiezo a trabajar para sus empresas haciendo cosas personales, tarjetas, catálogos, etc. Un día me llama Guido y me informa que iban a inaugurar el Instituto Di Tella y que lo quiere anunciar fuertemente.

Soy el primer empleado del Di Tella. Estuve todos los años del Instituto. Teníamos una enorme libertad para hacer lo que creíamos que había que hacer. Lo único que nos daban era el encargo, el problema. Primero estuve solo, después llamé a Humberto Rivas, Juan Andralis, Norberto Coppola, Carlos Soler y a Roberto Alvarado para que me acompañen. Un grupo muy cerrado y apasionado por el arte.

-¿Qué desafíos recuerda de aquella época?

-Los desafíos eran muchísimos porque se trabajaba muy rápido. Jamás presentamos un boceto, se hacía lo que se podía entre todos.

-¿De qué manera se trabajaba en diseño?

-Se trabajaba a mano, todo a manito, con una velocidad enorme y haciendo lo que podíamos. Eso sí, con entera libertad. Creo que nunca en el mundo se trabajó así. Éramos un grupo medio mafioso que se llevaba muy bien. Hacíamos todo a mano, se dibujaba, de computadora nada. Soy analfabeto totalmente con la computadora.

-¿Cuándo decide pasar a la pintura?

-En un momento fui a ver al artista Julio Payró. Nos íbamos a Italia con Griselda porque nos habíamos casado; éramos muy jóvenes los dos. Fui a ver a Payró, que estaba en el Fondo de las Artes, para preguntarle si tenían becas para los diseñadores gráficos. Me dijo que no, que solo había becas para artistas. Creo que el diseñador se diferencia del llamado “artista” en que el diseñador gráfico -según mi criterio actual y el de entonces-, es un servidor, alguien que hace un servicio, que atiende los caprichos personales que puede tener el “artista”. Los tips personales tienen que dejarse de lado. El buen diseñador tiene que ser neutro en eso, está al servicio de algo. Payró me dijo que en Milano había un escultor, de nombre Fontana. Jamás había escuchado hablar de Fontana. Me dio una recomendación para que lo fuera a ver.

Fontana

-¿Y fue a verlo?

-Llego a Milano y voy a ver a Fontana, a quien no conocía; tampoco conocía su obra. Voy con la carta de Payró. Fontana la lee. Primero me habla en italiano y me dice que haría agujeros con la carta; yo no entendía nada. Después me habla en español. Me pregunta dónde iba a estar. Le cuento que me iba un mes a Florencia porque quería ver a Masaccio, un pintor que me volaba la cabeza. “Bueno, cuando esté ahí escríbame para saber dónde está usted, que yo voy a averiguar”, me dijo. Hace poco vi una muestra de Fontana, absolutamente maravillosa, al lado de una obra de Miró. Estoy harto de ver a Miró. Le dije a mi mujer sobre la obra de Miró, que está floja, que estoy tan aburrido de Miró, pero que vi unos Fontanas tan bellos... Entonces ella me dice: “¿te acordas que Fontana te escribió?” Le pregunto de dónde había sacado eso. “Sí, cuando estábamos en Florencia Fontana te mandó una carta”. Le dije que estaba chiflada. Al día siguiente encuentro en la habitación la carta de Fontana pidiéndome disculpas por no haber conseguido nada para un diseñador gráfico. Yo quería pintar; en el fondo siempre quise pintar. Y entré como diseñador gráfico. Por eso estaba muy desesperado por ver a Masaccio, que era mi ídolo. Quería ver a los primitivos italianos; amaba todo el arte del quattrocento.

-¿Qué temas lo motivaban en la pintura?

-Pasé por distintas etapas. La nueva figuración me interesó mucho. Yuyo (Noé) dice que me invitó a participar del grupo. No lo recuerdo, pero puede ser, o se habrá vuelto loco. Es un amigo. Yo era un aprendiz; ellos estaban casi formados. ¿Qué iba a hacer yo con estos locos? También me motivaban los primitivos italianos, estaba muy pegado a eso.

Hasta que poco a poco fui entrando en las últimas tendencias, pero había algo en Di Tella que me fastidiaba y era cierta desesperación por la fama. Eso me ponía medio de la nuca, eso de estar a la moda, en fin, era un prejuicio mío, porque se hicieron grandes muestras. Todo el arte románico de Cataluña es maravilloso, y le hacen a uno decir: “acá no hay mentira de nada, desaparece el autor, son cosas hechas con un enorme amor, sin exquisiteces, medio brutal”. El Pantocrátor, es como un milagro... Siempre me interesó mucho más que el período barroco.

-¿Quiénes eran esos locos?

-Yuyo, Rómulo Macció, que era diseñador gráfico también, Jorge de la Vega, Ernesto Deira. Yo era un hincha de ellos, me enseñaron mucho. A partir del Di Tella me fui metiendo cada vez más hasta que gano una beca, esta vez sí como aprendiz de pintor para ir a Italia a ver lo que quería ver. Estuve un año becado en Italia.

-Es un artista comprometido y eso se refleja en sus obras. ¿Cómo fueron los años del exilio?

-La dictadura fue muy dura, porque tuvimos que irnos del país por un libro que publicó mi mujer. No pertenecíamos a ninguna corriente política, lo cual era grave porque no había ninguna defensa, no había nadie que nos protegiera. Por supuesto que teníamos gente que estaba totalmente comprometida, pero de eso nos enteramos recién después de que algunos desaparecieran. Por ejemplo cuando desaparecieron los hijos de Roberto “Bobby” Aizenberg... El silencio era total entre ellos. Éramos muy amigos. Cuántos que desaparecieron en el Di Tella mismo; cuántos que se llevaron...

La función social del arte

-Creo que el arte tiene que ser una obra abierta. Si lo que el espectador ve es solo lo que yo hice, no sirve para nada. Quiero que el arte sirva para que el espectador imagine. De “El mudo”, por ejemplo, me han dicho que es una tortura china, que es un tipo chupando un helado, etc. A mí no me molesta para nada; lo mejor es que despierte algo interno. ¿Qué le importa a la gente lo que yo siento? No le interesa para nada. Es la enorme belleza que conmueve hasta el llanto, porque no podemos expresarnos de otra manera, y hace que el otro se ilumine, que le despierte algo adentro. El arte permite que una persona se conozca; el arte es un factor de conocimiento. El tema solo no vale para nada.

-¿Cómo fue el pasaje a la escultura? ¿Cómo es su vínculo con la escultura?

-Empecé y ya no pude volver atrás. Sucede que el tacto, cosa que hemos perdido, creo, es algo tan particular. Tocar, tocar... La gente no se da cuenta de lo que es el tacto. Tocar es una forma de amar; una forma de hacer el amor. Modelar. La arcilla es extraordinaria. Por eso a los chicos les gusta tanto jugar con arcilla. Y hemos perdido eso. Debe ser por eso que no pude volver atrás. Las imágenes que podría hacer nacen de la arcilla, de ese material... Sublime. El material me dicta la forma. El poliéster, un material muy desagradable, también dicta la forma. El poliéster te permite una excesiva riqueza de formas y da distintas imágenes. El material, o el azar, te dicen qué hacer. Incluso las equivocaciones. Si está el azar y lo aprovechas, entonces deja de ser azar; elegiste.

-Muchas de sus esculturas hablan por sí solas. En ellas pueden verse experiencias e incluso personajes.

-Sí, estoy seguro que sí. Y es natural, no trato de ponerlos. Si sale una imagen, mi preocupación es que el entrante, la saliente, que lo áspero, que lo liso, que lo agresivo, estén ahí. Pienso en eso, no pienso en qué significa tal imagen, para nada, eso es inconsciente. Comienzo a trabajar sin saber qué voy a hacer; el punto de partida siempre son garabatos, dibujos, garabatos, como un chico.

-¿Y después, cómo sigue eso?

-Veo cosas, empiezo a ver cosas, como una mancha de humedad. Las ideas brotan, muchas veces de casualidad. De bocetos chiquitos voy creciendo, y si tengo fe, lo hago más grande, y cuando me pongo megalómano, lo hago más grande.

-¿Qué significa haber sido reconocido con el Gran Premio a la Trayectoria 2018?

-Un mimo.