Héctor, el cafetero mapuche que le canta a sus raíces

Su misión es preservar su cultura y llevarla a los más jóvenes a través de la música; fue parte de las Jornadas Minka

Todas las mañanas, Héctor Painén se levanta a las cuatro, sube descalzo a la terraza de su departamento cerca del Obelisco, hace su oración matinal mientras contempla las estrellas –inclusive si llueve– y, después, se ducha antes de salir a trabajar como cafetero por las calles del centro porteño. “Hasta los 40 años, me bañaba con agua fría. Ahora que tengo un poco más, ya no”, dice divertido y agrega que todos los días, durante ese ritual, piensa en su querido sur.

Wallmapu es el nombre dado al territorio que históricamente habitaron las comunidades mapuches y, ahí, es donde nació un 10 de octubre de 1950, a 40 kilómetros de Temuco, Chile. Sin embargo, su tatarabuelo es argentino, y llama hermanos y hermanas a todos los que conforman los pueblos originarios.

Su nacimiento fue prematuro –dejó el vientre a los siete meses de gestación– por consecuencia del estrés que sufrió su madre por una erupción volcánica. No pudo ser alimentado con la leche materna, y debido a la explosión, las cenizas arrasaron con el ganado de la zona, por lo que dos tías se turnaban para poder nutrirlo. Finalmente, su abuela armó su dieta a base de huevos, hongos y algas.

Es el único varón de los cinco hermanos –todas mujeres: una falleció al poco tiempo de nacer, y la otra, a los dos años de vida– que habla mapuche, resultado de ser criado por sus abuelos. Comenzó a estudiar castellano a los siete años, cuando empezó a ir al colegio, y dice que es “una lengua que le costó mucho aprender”. Los recuerdos están tan arraigados como las costumbres de sus raíces, por lo que al hablar de su infancia se alegra. Dice que la lengua mapuche “es lo más maravilloso del mundo” y agrega que “es poética y literaria, es un lenguaje de saber, suave y cantado”. Además, evoca momentos de recolección de hongos en el monte con su abuelo y las charlas en su idioma natal con su abuela. Los visitaba todos los fines de semana.

Cuando era chico, Héctor silbaba mucho: “Y ahora, a través de mi silbido, es que compongo mis canciones”. Dice que las melodías solas y que, a veces, se sueña cantando. Se acercó al canto después de haber estado diez años solo en Buenos Aires, cuando un “hermano mapuche” –como él dice– se le acercó para invitarlo a una reunión en Plaza Constitución. El grupo necesitaba un cantor, por lo que le pidieron que sea él. Comenzó con una, luego dos y, para cuando se dio cuenta, empezó a llevar su cultura a los jóvenes por medio del canto.

“Estoy haciendo canciones para la gente joven. A partir del año que viene, quiero viajar al sur para cantar y que ellos aprendan de sus raíces. Me han dado ese trabajo, y es lo que hago, pero con un nuevo estilo”, dice. Al hablar de lo que más le gusta de la música, menciona a Olga Elisa Painé, más conocida como Aimé Painé, una cantante argentina de origen tehuelche que se dedicó al rescate y difusión de la música folclórica de su pueblo. “Siempre digo que es la máxima representante de la cultura mapuche, mi canto está dedicado a ella”, asegura.

Llegó a Buenos aires en 1976, después de estudiar durante un año en la Universidad de Chile en 1975, y tras haber pasado también por la Universidad Técnica del Estado en su juventud. Le gustaba mucho la física, química, matemática y filosofía. La decisión de venir a la Argentina la tomó luego de vivir dos años bajo el mandato de Augusto Pinochet, y la recuerda como una época crítica tras el golpe de Estado.

A sus 66 años, divide sus días entre el trabajo de lunes a viernes y sus momentos de ocio durante el fin de semana. Héctor vive solo y va todos los días hasta Once para buscar el carro con el que reparte el café. Su recorrido abarca Avenida de Mayo y Corrientes. A las tres de la tarde emprende el regreso, y llega a su casa alrededor de las cinco. “Los fines de semana me junto con mis hermanas y hermanos que apoyan la causa de los mapuches. Todos quieren estar conmigo porque soy el único que canto, les enseño a cantar, vivo solo con la compañía de muchos amigos”, cuenta. Durante 2013, sufrió ataques de pánico y fue una de sus jóvenes “hermanas” quien lo cuidó. La llama pewüngen pürun, que significa “primavera danzante” y la considera una hija postiza.

El color favorito de Héctor Pailén es el azul negro –como el cielo en la noche– y para vestir elige el verde oscuro –como el color de los árboles en su tierra natal–. Ambas elecciones reafirman sus raíces, ya que la palabra “mapuche” significa “gente de tierra”.

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