Andrea Garrote: “El teatro enseña que las personas no son adjetivos”
Andrea Garrote: “El teatro enseña que las personas no son adjetivos”

Andrea Garrote: “El teatro enseña que las personas no son adjetivos”

Teatro
La actriz, directora y autora reflexiona sobre la importancia del teatro y su rol en el contexto actual. La diversión y la empatía que promueve esta disciplina artística son los ejes que atraviesan esta entrevista, a propósito del Día Nacional del Teatro.
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“Decidí hacer teatro cuando me dí cuenta de que seguía pareciéndose a ese juego libre de la infancia, donde hay roles y uno cree tanto estar en una situación que, por ejemplo, se asusta de algo que se inventa”, dice Andrea Garrote, una de las actrices, directora y dramaturga más prolíficas y prestigiosas de la escena argentina actual. La diversión junto con la empatía que promueve esta disciplina artística son justamente los ejes que atraviesan esta entrevista, a propósito del Día Nacional del Teatro.

Comenzó su formación actoral con Alberto Sava y luego participó de los talleres de Guillermo Angelelli y Raquel Sokulowicz (clown), Ricardo Bartís (actuación, entrenamiento y producción), José Sanchís Sinisterra (dramaturgia), y Rubén Szuchmacher (puesta en escena), entre otros. Se graduó en la Escuela Municipal de Arte Dramático; estudió Letras, Dirección Cinematográfica y Filosofía. Y creó con Rafael Spregelburd, el El Patrón Vázquez, uno de los grupos de teatro argentino más reconocido y longevo.

Como actriz, ha participado en una veintena de obras, en varios cortometrajes, filmes y programas de televisión. Ahora se encuentra filmando una miniserie para HBO; preparando un proyecto para el Teatro Nacional Cervantes sobre cuentos de escritoras argentinas y quiere retomar en cuanto se pueda la gira de Pundonor, un monólogo escrito y actuado por ella misma, que dirige en conjunto con Spregelburd. Allí encarna a una profesora universitaria que vuelve al aula luego de una licencia para dar una clase sobre la obra del filósofo Michel Foucault.

“Lo primero que yo salí a actuar fue el clown. En 1986, 1987, había aparecido como un espacio muy vital. Íbamos al Paracultural; el actor era creador de su propio clown. Luego en lo de Bartís trabajábamos construyendo nuestras escenas. Actuar y escribir era algo que venía de manera conjunta. Soy muy partidaria de esas experiencias. Acá hay dramaturgos actores, directores actores, dramaturgos directores. Me parece que eso es algo muy particular, que le da una impronta al teatro argentino”, explica.

-¿Qué vino primero, la dramaturgia o la actuación?
-En un origen no estaban separados el autor del actor; el actor improvisaba. Después las bandas de autores se empezaron autodirigir. De hecho el director llega mucho después en la historia del teatro y empieza a tomar un rol preponderante, pero no es así en sus orígenes. La unidad esencial, esa célula esencial del teatro, es el actor. Creo que a veces experiencias que separan demasiado los términos institucionalizan roles que no le hacen bien a la vitalidad del teatro. Tienen que existir ambas posibilidades.

-¿Se puede decir que en tus obras tomás temas que son más sociales que personales?
-Sí, tomo temas más sociales, pero me parece que siempre -esa es la gracia del teatro- aceptando la subjetividad de la mirada de cada personaje sobre esa cuestión. No se trata de pretender una mirada objetiva sobre los temas de interés. El mundo siempre me resultó un lugar que me conmueve, difícil de aceptar. Me parece que más que ir con la agenda de los temas que se deben tratar y cómo se deben tratar, el teatro debe generar preguntas sobre el comportamiento humano. Sobre todo, con la mirada piadosa que da esa visión donde uno acepta la ridiculez del ser humano, donde todos tienen su punto de vista y nadie tiene la verdad absoluta. Me gusta que el espectador pueda ver ese crisol de subjetividades que arman una situación y entonces pueda pasar de empatizar de uno a otro personaje para tener más comprensión sobre la complejidad del mundo.


En la obra La terquedad, de Rafael Spregelburd.

-¿Se puede pensar el mundo a través del teatro?
-Yo creo que se puede pensar el mundo a través de cualquier arte y cualquier campo metafórico. Están buenas las cruzas de esos campos metafóricos. Me interesa mucho cómo ve el mundo un científico, cómo perciben el mundo las diferentes ciencias, artes, oficios, experiencias, pero justamente no para priorizar una sola forma de ver. Lo que tiene el teatro es un poco la posibilidad de entender que el mundo se construye, se ve y se siente de diferente manera según la situación en la que se está. Algo que enseña es que las personas no son adjetivos, que el adjetivo no está adherido al ser, sino que están muy condicionadas por su situación y por el lugar que ocupan y desde dónde ven la situación.

-Fuiste jurado del concurso de obras por streaming del Teatro Cervantes. ¿Cómo fue esa experiencia en un contexto tan particular como el que estamos pasando?
-El concurso Nuestro Teatro tiene algo muy virtuoso: puso a escribir a más de 1582 personas, algunas quizás por primera vez, pero que en plena cuarentena se pusieron a producir. Eso para los artistas fue como una esperanza que tenía que ver no sólo con recibir un subsidio sino con poder trabajar, poder producir arte. Y después, que eso le dé trabajo a tantos actores y artistas del rubro. Me parece que eso fue una jugada muy dignificante.

En las obras que se presentaron estaba toda la diversidad de las tribus teatrales; diferentes aproximaciones a la dramaturgia, desde aquellas más profesionales y otras, como primeras obras. Fue un concurso federal y eso es muy importante. La experiencia fue muy enriquecedora y agotadora porque éramos seis jurados. Estamos contentos con el resultado y con la realización en sí. Casi que fueron los únicos elencos que ensayaron y estrenaron obras en la Argentina en este triste 2020.

-En “Diarios”, el registro colectivo documental y literario de la pandemia que organizó el Centro Cultural Kirchner, decís que no hay que resignarse a llamar “teatro” al streaming que se hace de las obras. ¿Por qué?
-El streaming no es teatro. La génesis del teatro es el rito, un encuentro que es presencial. Un grupo de personas se separa de otro grupo de personas y, aceptando una mentira como un juego, se ponen hacer de otros. La clave del teatro es lo presencial y si no es así es un lenguaje audiovisual. Entonces ahí es donde se debilita el teatro porque se filma sin aceptar todas las reglas, el artificio, el linaje y la historia del arte audiovisual. En esos planos fijos de las obras por streaming uno extraña el lenguaje audiovisual. Y a la vez no se conecta con lo estrictamente teatral, que es la presencia. Claro está, que hay algo del vivo que genera cierta adrenalina, pero es más que nada para el actor, que está haciendo y que sabe que está siendo mirado.

-¿El teatro puede colaborar a superar una situación global tan crítica y estresante como la que estamos atravesando?
-El teatro genera un lazo comunitario y entre las personas, en donde, por ejemplo, se traspasa la franja etaria. Es muy emocionante ver cómo jóvenes se relacionan con gente más grande como si fueran pares y de una manera muy amorosa. Entonces me parece que con un lazo social tan cohibido por este contexto de virus y pandemia, el teatro será muy necesario para poder volver a relacionarse con los cuerpos, para poder pensar de una manera más libre, para divertirse de maneras no completamente normativas. El teatro se ríe un poco de la norma y sin embargo es cuidadoso porque siempre lleva a ponerse en el lugar del otro. Un actor se entrena para estar en el lugar de otro. Entonces esa combinatoria entre poder reírse de uno mismo y a la vez entre todos pensarse, cuidarse y divertirse en un espacio de cuerpos más erotizados -porque hay algo que tiene que ver con el juego- será un oasis. Tal vez habrá que empezar de más abajo y seguir haciendo esta especie de evangelización que hacemos los de teatro para que todos lo prueben. Es muy gratificante no sólo ver y hacer teatro sino también poder entrenarlo, compartirlo, sin a veces el objetivo de estreno. La actividad en sí es muy liberadora.